viernes, 22 de agosto de 2014

Las relaciones tóxicas


Cuando, como seres humanos, aceptamos emprender una nueva experiencia en este planeta, traemos con
nosotros nuestro equipaje particular, esa mochila de supervivencia que llevamos a cuestas vayamos donde vayamos. Una mochila repleta de livianas bendiciones que nos iluminan el camino y de pesadas cargas que nos agobian y nos dificultan el avance hacia nuestro destino. Mochilas que previamente hemos aceptado como parte de nuestro compromiso con nosotros mismos y con el crecimiento de nuestra alma.

Unas de las pesadas cargas con las que nos encontramos muchas veces cuando introducimos la mano en ella con el deseo de beber de la cantimplora de la vida, es el de las relaciones tóxicas. Y es bien cierto que casi siempre ese trago de agua es amargante y acaba por quedársenos atrancado en la garganta, oprimiéndonos la respiración del alma.

Todos, en mayor o menor medida, nos hemos tropezado en el camino de la vida con este tipo de relaciones, ya sea en el trabajo, entre nuestras amistades, conocidos, parejas o dentro de la propia familia adquirida por nacimiento. Y estas últimas, por llevar intrínsecos unos lazos de sangre muy especiales, son las más difíciles de detectar, y llegado el caso, de soltar.

Con ellas nos unen los recuerdos comunes de la infancia, los juegos, las complicidades, los descubrimientos, las confidencias, las dificultades, los sueños, las ilusiones, las esperanzas, el cariño y el amor. Pero todas estas premisas que deberían ser el pegamento que mantuviera unidas las relaciones, por experiencias vitales incluidas en nuestra ruta de viaje, no son por ellas mismas capaces de hacer que no surjan en la convivencia situaciones que pongan al límite nuestra capacidad de aprendizaje.

Nos vemos envueltos en malos entendidos creados inconscientemente o con toda la intención, en las faltas de respeto, en palabras o comentarios hirientes lanzados como dardos directos al corazón, en críticas, celos, envidias, opiniones o juicios que debemos ir sorteando como si de una carrera de obstáculos se tratara, saltado aquí y allá las vallas del  aprendizaje que amenazan con hacernos tambalear o caer. 

Como diría una persona muy sabia que se cruzó en el mio: "Si tropiezas y no caes adelantas camino". Pero no hay nada malo en caer, porque también podemos adelantar camino si somos capaces, desde el suelo, ver el juego de claro-oscuros que se forma a nuestro alrededor, si somos capaces de levantarnos y aprender a ponernos en nuestro lugar, si somos capaces de darnos cuenta del juego espiritual que estamos llevando a cavo y en el que estamos interactuando. 

Las relaciones tóxicas en la familia son de las más dolorosas, tal vez por los lazos de sangre que nos unen o porque hemos crecido con la creencia de que la familia es para toda la vida, que es el núcleo y el sostén de los que somos y seremos en el futuro, y que romper esa relación va contranatura. Y por esos mismos razonamientos caemos y nos levantamos en el mismo sitio sin avanzar hacia ningún lado, repitiendo situaciones como si de un bucle se tratara. Aguantamos lo indecible, perdonamos y volvemos a la casilla de salida en espera de que todo se resuelva por si mismo sin necesidad de tomar partido y encararse con nadie... porque la familia es la familia y "aquí paz y después gloria", sin darnos cuenta de que precisamente la vida nos está ofreciendo la posibilidad del aprendizaje más grande que podemos tener.         

Quizás este tipo de relaciones tóxicas son las que más nos hacen crecer. Ellas son el aguijón que nos empuja sin remedio a tomar decisiones que de otra manera no tomaríamos, a hacernos respetar por encima de las valoraciones o criticas que se hagan sobre nosotros, en definitiva, a saber decir "BASTA".

Hemos de aprender a ponernos en el lugar que nos corresponde por encima del qué dirán o de lo que opinarán de nosotros. A aprender a pasar por encima del dolor que nos causa la ruptura y aceptar que al fin y al cabo nuestra verdadera familia no es la que nos viene dada por nacimiento sino la que nosotros creamos voluntariamente, la que nos acepta sin juzgarnos y nos ama por nosotros mismos, por lo que somos y por lo que compartimos, que están ahí en lo bueno y en lo malo, que nos animan a seguir hacia delante, que nos ayudan a levantarnos cuando nos caemos, que nos prestan un hombro sobre el que llorar y nos abrazan cuando más lo necesitamos, que nos aconsejan sin enfadarse si no seguimos sus consejos, que nos muestran las diferentes posibilidades de caminos que tenemos ante nosotros, que nos dan la mano cuando estamos perdidos y nos empujan cuando lo necesitamos.

No tenemos porque seguir enredados en las relaciones tóxicas por muchos lazos que nos mantengan unidos. Vinimos a este planeta para ser faros de luz, unos de otros, en las tempestades de la vida, pero eso no quiere decir que tengamos que permanecer inamovibles poniendo la cara una y otra vez.

Debemos ser lo suficientemente inteligentes para dar un paso al frente y exigir el respeto que nos merecemos. Pero en el caso de que ese respeto no se produzca nada ni nadie nos puede obligar a seguir en el mismo lugar. Demostramos mucha más inteligencia, si llegado el caso, somos capaces de armarnos de valor y dar un paso atrás y apartarnos de aquellos que nos hacen daño, que nos asfixian y no nos dejan avanzar, que nos hieren con su comportamiento, actos o palabras.

Pero la decisión de dar un paso atrás no comporta el que no analicemos la situación e intentemos sacar todas las conclusiones de aprendizaje que ha llevado implícita, porque si no lo hacemos no servirá de nada ese acto de valor. La lección ha de ser aprendida para que nuestra alma la incorpore en su cuaderno de bitácora y no nos quedemos varados en el próximo escollo que nos encontremos cuando el mar vuelva a estar embravecido.

Hay un dicho que dice que: "Más vale ponerse una vez rojo que ciento amarillo" y como todos los dichos populares encierra una gran sabiduría entre sus palabras. Mientras las relaciones tóxicas nos pongan amarillos seguiremos tragándonos grandes dosis de toxicidad siendo los mayores perjudicados. En el momento en el que pasemos al "rojo" pueden pasar dos cosas, o bien que la situación de un giro total y los demás entiendan que de esa medicina ya ha habido bastante y la relación se recomponga, o que los precarios lazos que la mantenían unida se rompan definitivamente y se alcance la liberación, y por consiguiente, también la de la toxicidad que amenazaba con hacernos enfermar.

A las personas que hemos comenzado a avanzar conscientemente por el mundo espiritual, en ocasiones, nos es muy difícil desligarnos de estas relaciones tóxicas con la falsa creencia de que permanecer en ellas es un acto de amor, de que es nuestro destino llevar la luz allá donde haga falta y de que nuestro contrato espiritual nos mantiene unidos a las personas con las que lo hemos adquirido, sin dejar de intentar que la situación se positivice. Por esta razón cada vez que hay un enfrentamiento perdonamos e intentamos disculpar u olvidar los agravios recibidos. Nada más lejos de la realidad, porque podemos iluminar desde la distancia y seguir amando, pero libres de las ataduras que no nos permiten avanzar, aprendiendo la lección que deseábamos aprender y bendiciendo en todo momento a esas personas que se prestaron al juego del que hemos extraído la lección.

Es sano y maduro alejarse de las relaciones tóxicas, no hay porque sufrir y sacrificarse. Nuestro paso por la tierra es rápido y tenemos muchas experiencias por vivir, no hay que malgastar el tiempo que tenemos en relaciones que no nos llevan a ninguna parte, que amenazan con anularnos e impedirnos ver el paisaje en toda su amplitud. No tenemos porque sentirnos culpables, si llegado el caso, tomamos la decisión de romper las cadenas invisibles que nos mantenían encadenados a personas tóxicas, porque es un deber y un acto de amor hacia nosotros mismos dejar que nuestra alma pueda respirar de nuevo en libertad.