lunes, 27 de octubre de 2014

POMEGRANATE (Esencia de California)

“Caminos que se bifurcan”

Amber y yo hemos sido amigas desde la guardería, desde el primer día en el que, como un conciertoorquestado, uno de los niños comenzó a llorar al ver que su mamá lo dejaba en brazos de su cuidadora y los demás lo seguimos como solidarizándonos en su protesta. Amber, mucho más acostumbrada a ver partir a la suya, fue la única que no se unió a nuestros lloros de abandono, por el contrario, nos miró con cara de decir: “¿Pero que os pasa chicos, si somos muchos para divertirnos?”, y sacándose su chupete con forma de luna sonriente me lo encasquetó en la boca. Cogida por sorpresa chupeteé con fruición y dejé de llorar automáticamente, entonces Amber me tomó de la mano y juntas nos fuimos a jugar con los cajones de arena y los cubos de colores. A partir de aquel día siempre fuimos cogidas de la mano a todas partes. Naturalmente ni ella ni yo recordamos nada de todo eso, aunque nos encanta esta historia que forma parte de nuestra propia vida en común. Ahora, la fuerte y decidida Amber, necesita como nunca una mano amiga que la ayude a dar los primeros pasos en una dirección totalmente desconocida para ella, y aunque ya somos mayores para jugar con cubos de colores y cajones de arena, está deseosa de recuperar aquella parte infantil donde los problemas y las decisiones no existían, donde encontrar el equilibrio para no caerse de culo era el mayor reto que se pudiera alcanzar, y donde las caídas y los golpes se aliviaban con una tirita, un beso y un “sana, sana, culito de rana”. Mi querida amiga se encuentra en una bifurcación de caminos y no sabe cual de ellos escoger. Aún no ha descubierto que se puede seguir por el camino del centro, por el que marca su corazón, sin necesidad de dejar atrás deseos, ilusiones o proyectos, porque todos pueden tener cabida en su vida. Solo necesita saber colocar cada cosa en el lugar de importancia que le corresponde, encajar las piezas del rompecabezas y dar un paso después del otro. Está tan desorientada que necesita que alguien le coloque por sorpresa el chupete en la boca y la tome de la mano, y esta vez, en justicia, me toca a mí ponérselo.

Para que podáis comprender esta historia creo que debería comenzar por el principio, pero no os asustéis, saltaremos algunas etapas y nos colocaremos justo en el momento en que ambas dábamos por finalizada nuestra etapa universitaria. Con mi flamante título de Profesora en Educación Infantil, y con unas credenciales estupendas que me avalaban como una excelente educadora, no tardé mucho en encontrar un trabajo hecho a mi medida. Mi sueño acababa de cumplirse y de momento mis expectativas estaban cubiertas. Por su parte Amber, más ambiciosa que yo y con unos sueños más altos, quiso continuar ampliando su formación y se matriculó en todos los masters que surgieron a su paso. Había estudiado empresariales y no se conformaba con adquirir experiencia comenzando por la base, cuando le ofrecieran un puesto de trabajo tenía que ser en el vértice superior de la pirámide, y vaya si lo consiguió, aunque para lograrlo tuvo que sacrificar muchas cosas personales. Pero se empeñó en ser la primera en todas las promociones, y cuando dio por finalizada su formación las grandes empresas se la rifaron para que formara parte de su plantilla de ejecutivos. Por aquel entonces yo ya estaba consolidada en mi propia profesión y me habían ofrecido la dirección en un centro de enseñanza infantil muy revolucionario, era como una especie de centro piloto donde se quería llevar a cabo una enseñanza totalmente distinta a la convencional. Se esperaba potenciar las cualidades individuales por encima de la enseñanza obligatoria, es decir, no había un sistema de estudios reglado ni estipulado, con ello se pretendía, que desde la más tierna infancia, los niños se acostumbraran a decidir y seguir las tendencias naturales de su carácter en materia de estudios, motivando y desarrollando sus cualidades innatas sin imposiciones ni competitividad, y dando gran énfasis en el respeto mutuo, la colaboración y la aceptación. Ni que decir tiene que estaba súper emocionada con ese proyecto tan vanguardista en el que tenía puestas muchas esperanzas. El claustro de profesores estábamos ansiosos por comenzar, con la ilusión puesta en llevar a buen puerto todas nuestras ideas, maduradas y consensuadas según el ideario que nosotros mismos habíamos desarrollado. El día de la inauguración del centro, como no, Amber estuvo a mi lado apoyándome y emocionándose por las maravillas que podríamos conseguir en materia de enseñanza. Y no solo estuvo allí como mi amiga, sino que su empresa fue la principal impulsora, junto con otras más del sector, las que se implicaron en forma de donaciones económicas para dar apoyo a nuestro proyecto educativo.

La cosa comenzó a complicarse un poquito cuando comenzó a palpitarme el reloj biológico. Rodeada de tantos niños, mi instinto maternal se disparó por completo. Todos los niños que me rodeaban formaban parte de mí y ayudaban a que mi creatividad interna se desarrollara, pero además de esa reconfortante tarea, necesitaba crear con mi propio cuerpo una nueva vida para sentir que mi feminidad estaba dando sus frutos. Pero en aquellos momentos no había ninguna pareja estable a mi lado, alguien con quien poder compartir aquel proyecto. Y ese fue mi mayor error, confundir la maternidad con un proyecto. Pero hubo más errores. El no tener pareja no iba a detenerme, no iba a ser ni la primera ni la última mujer que tuviera un hijo en solitario, existían más formas para concebir que las convencionales. Y me fui de cabeza a ellas. Planifiqué hasta el último detalle, cuándo y en qué momento debía ocurrir la fecundación para que mis otros proyectos no se vieran afectados. Era una carrera contra reloj, y no solo contra el biológico. Me volqué tanto en su consecución que me olvidé de lo primordial, el amor del acto en sí, el de dar vida a través de mi propio cuerpo, sin prisas, sin horarios, sin premuras, permitiendo que mi organismo asumiera el mando, y no la mente acelerada que planificaba y ejecutaba. Me olvidé, por así decirlo, del propio ideario que como profesora había adoptado, el de permitir el desarrollo de las cualidades innatas de cada uno. No dejaba que mi cuerpo desplegara su propia creatividad femenina, la maternidad. Es verdad que no solo me veía abrumada por los plazos que no se cumplían, la parte monetaria era un grave problema, no tan solo estaban en juego mis ilusiones, sino también mi economía. Creo que si todo aquello hubiera ocupado el lugar que le correspondía y me hubiera sentido más libre, sin plazos estipulados estresantes ni ilusiones rotas, mi cuerpo habría reaccionado de otra manera, abriéndose como una flor madura a punto de ser polinizada. Tubo que ser la gran sabiduría de un niño de tres años la que me abriera los ojos e hiciera que algo dentro de mí se detuviera y relajara. Cuando animé a mi travieso alumno a que plasmara en su hoja aquello que deseaba hacer, con mucha seriedad se me quedó mirando, y tras unos segundos de reflexión me dejó caer la lección como el que no quiere la cosa: “Hasta que no esté tranquilo no quiero hacerlo, porque si no, no me gusta lo que veo”. ¿Podría ser mi propia urgencia la que hacía que no me gustaran los resultados que estaba obteniendo? Aquello me dio que pensar más de lo que creéis, pero pasado un rato de reflexión mi cabeza siguió por sus propios derroteros y aparcó los latidos del corazón que en aquel momento se habían desbocado como dando su confirmación. Tuvo que ser de nuevo el mismo niño el que acudiera en mi rescate (como que no creo que nada suceda porque sí, estoy segura de que hubo una gran razón de peso que hizo que estuviera conmigo aquel trimestre y no con otra de las cuidadoras, estábamos destinados a interactuar juntos, ya que yo le ayudé a dejar definitivamente de mojar la cama por las noches, y él a mí para que encontrara el camino correcto).

Aquella semana trabajábamos sobre los colores, las formas y los alimentos, y mi pequeño maestro trajo una granada, redonda, roja y suculenta. Pero no se conformó solo con eso, no señor, trajo la rama entera del árbol en la que estaba colgando. Entre risas, su madre me explicó que había sido imposible que comprendiera que no hacía falta traerse medio árbol, pero él quería darme también la bonita flor que lo acompañaba. La casa de campo de sus abuelos estaba repleta de aquellos árboles y él mismo había sido el que había querido recogerlo para traerlo a la clase. Después de darle las gracias y enseñarlo a los demás niños y permitir que todos  palparan, olieran y probaran, lo dejé sobre mi mesa junto al resto de las variopintas frutas que habían traído el resto de los niños. Cuando el último de ellos abandonó la escuela para regresar con sus familias, yo me quedé recogiendo los trabajos que habían hecho y valorando lo positivo de la experiencia que había sido muy enriquecedora para ellos. Lo que supe después es que la experiencia fue aún más enriquecedora para mí.

La mirada se me quedó atrapada en aquella rama florida. Verdaderamente sus hojas eran muy bonitas, lustrosas y brillantes. Su fruto, aunque no era la primera vez que lo veía, captó de singular manera mi atención, sus semillas dulces y pegajosas, semejaban óvulos contenidos dentro de un ovario, y pensé para mis adentros, si los míos estarían tan bien provistos y así poder tener muchas más posibilidades de engendrar. Meneé la cabeza con incredulidad, estaba tan obsesionada que veía similitudes con mi problema mirara donde mirara, (de nuevo otro fallo, ver toda la situación como un problema y no como una posibilidad)  Pero lo que mantuvo mi mirada hipnotizada fue la preciosa flor bermellón con textura de papel. No podía apartar mi mirada de ella, y por un instante creí ver movimiento en su interior, lo que hizo que la sostuviera entre las manos observándola más de cerca. Al momento mis manos sintieron una suave sacudida, que fue extendiéndose a lo largo de los brazos, para desplazarse después por todo mi cuerpo. Pero mi mente fue la que más sacudida recibió. Por ella pasaron imágenes de relojes con manecillas girando a toda velocidad, trenes que desaparecían raudos por vías que se perdían de mi vista y cuentas bancarias que iban perdiendo ceros. Hasta que una imagen se quedó suspendida en el centro, era una flor bermellón en forma de corazón que se interponía ante aquella vorágine de movimiento, ralentizándolo todo hasta detenerlo. Fue cuando comprendí lo que mi corazón intentaba comunicarme, me había obsesionando tanto con el paso del tiempo que había bloqueado todo el proceso hasta frenarlo. No había sabido darle la importancia que se merecía tomándome el tiempo necesario para disfrutar la experiencia más bonita y enriquecedora de mi vida: albergar en mi interior un nuevo ser. Ya sabía por todas las pruebas que me habían realizado que físicamente no había ningún problema, era mi propia energía la que estaba bloqueando todo el proceso. La preocupación con que lo estaba viviendo era mi mayor enemigo. Mis ovarios eran el reflejo de mi estrés y mis óvulos se habían visto involucrados en él, se negaban a salir y verse arrastrados a un planning, formando parte de una elaborada ecuación. Si no conseguía relajarme mi creatividad femenina podría verse abocada a crear un simulacro de embarazo en forma de quiste ovárico o de matriz, dando cobijo a una energía equivocada en mi interior. De nuevo en la pantalla de mi mente se formó la frase que había escuchado días atrás: “Hasta que no esté tranquilo no quiero hacerlo, porque entonces no me gusta lo que veo”, y ciertamente no me gustaban nada los resultados que estaba obteniendo. ¿Realmente era consciente del maravilloso milagro que podría suceder en mi interior? No, estaba claro que no. Todo se había reducido a graficas, fechas y berrinches. Ahora estaba preparada para vivirlo desde otra perspectiva muy diferente, desde la visión del corazón, y no desde la visión de la razón. Si mi cuerpo estaba preparado para dejar fluir toda su creatividad femenina, sería la mujer más feliz del mundo, en caso contrario también los sería. Mi creatividad estaba asegurada de todas maneras, si no creaba físicamente lo haría emocional y profesionalmente. Y mi instinto maternal se abocaría en todos aquellos niños, que en el fondo, eran un trocito de mi misma.

Aunque no os lo podáis creer dos meses después de aquella tarde en la que mi sabio alumno me había obsequiado con algo tan lindo, mi cuerpo, por fin libre de estrés y agobios, se abrió como una fruta madura preparado para cobijar en su interior la magia de la concepción.

Como os podéis imaginar, tras esta experiencia tan enriquecedora, me considero preparada para ofrecerle la mano a Amber y ayudarla a atravesar los entresijos de su mente hasta llegar a los suaves caminos de su corazón. Aunque el dilema en que se debate no es el mismo por el que yo pasé, tiene mucho, tal vez todo que ver, con la propia creatividad femenina. Mi amiga cree, como en algún tiempo yo misma creí, que la creatividad está compartimentada, y que por lo tanto la profesional  no tiene nada que ver con la personal. Ambas son irreconciliables, no pueden recorrer caminos paralelos. Que no se puede ser una buena profesional sin ser una mala madre, o para el caso, una buena madre sin ser una mala profesional. Durante años se ha esforzado en demostrarse a si misma, y al mundo entero, que se merece por derecho propio el lugar que ocupa profesionalmente. Para ello ha tenido que rechazar todas sus cualidades femeninas, la sensibilidad, la intuición, la ternura, para adoptar los roles masculino de la agresividad, competitividad y poder. Desconoce que el mayor poder es el que proviene de la fuerza interior, que se puede ser tan creativa laboralmente como ejerciendo la maternidad, y que ambas, con buen entendimiento, pueden ser compatibles si así se desea. Cada momento de la vida tiene sus prioridades, y el corazón y la mente en equilibrio son la mejor brújula para dirigirlas. Una decisión tomada desde ese centro de poder equilibrado garantiza la inexistencia de conflictos internos posteriores. Sé que con palabras, las mías, es muy difícil que comprenda nada. Está tan ofuscada en la bifurcación de caminos que innegablemente no puede darse cuenta que existe un camino central. Por eso hoy mismo voy a acompañarla a un lugar muy especial. He pedido permiso a la familia de mi sabio y pequeño alumno, y de su mano vamos a recorrer el campo de árboles del cual recogió con todo cuidado la rama que tan amorosamente me entregó aquel día. Intuyo, con esa intuición femenina que se nos despierta a las embarazadas, no en balde somos dos seres uniendo sus más exquisitas energías, que Amber va a sufrir una mágica transformación, muy parecida a la que experimenté yo misma hace apenas unos meses. Tal vez mayor, porque en su interior convergen muchas más cosas, pero por eso la vibración necesaria para esa transformación es aquí mucho más intensa, estamos rodeadas de infinidad de árboles de flores bermellón y frutos semejantes al centro mismo de la creatividad femenina. Tal vez a mi hijo, porque estoy segura de que es un niño lo que albergo en mi interior, se beneficie de la energía que nos envuelve con ternura. Podrá venir al mundo con su parte femenina desarrollada, tendrá conocimiento de su ánima desde antes de nacer, de esa manera su parte masculina y femenina estará en perfecto equilibrio, y su vida adulta se verá enriquecida con ese conocimiento.

Por la expresión de concentración que tiene Amber y que tan bien conozco, sé que en su interior están sucediendo muchas cosas, y que aunque al principio su mente esté al mando, el corazón encontrará su lugar al lado de ella. Juntos y complementados ayudarán a la confundida mujer ejecutiva a encontrar su camino. A que se de el permiso necesario a si misma para no ser tan exigente y crítica con sus decisiones, a darse cuenta de que no necesita ser una súper mujer y contentar a todo el mundo, porque todo tiene su lugar y su momento, y que tal vez sea ella misma la que está poniendo freno a sus ilusiones y deseos. Sea cual sea el camino que escoja recorrer estoy segura de que lo habrá elegido desde el centro mismo de su poder, aquel que está en equilibrio y en paz. Si al final, como creo, ha escogido el central, estoy segura de que será tan excelente madre como lo es en su profesión, porque conozco cuanto amor y dedicación pone en todo aquello que emprende, aunque ella se las de de ejecutiva agresiva. Tiene una sensibilidad innata en su interior, lo sé desde que me ofreció desinteresadamente su chupete en forma de luna sonriente en la guardería. Es una madraza que gesta creaciones y mima con cariño los resultados, por eso no tengo ninguna duda de que sabrá tomar la decisión acertada. Tal vez dentro de unos meses nuestros retoños nos tomaran el relevo, y espero, que si ese momento se materializa, ambos sean capaces de prestarse el chupete, darse la mano y jugar en armonía con cubos de colores y cajones de arena.

Mientras ese momento no llega me contento con acariciar mi vientre hinchado y esperar a que mi amiga salga de su trance, después apoyaré su decisión, sea cual sea, dándole la mano en el camino, al igual que ella me la ha dado tantas veces.Tal vez algún día necesitemos acudir de nuevo a este maravilloso campo de árboles en busca de la energía necesaria para afrontar una nueva etapa en nuestras vidas, ayudándonos a comprender, que aunque físicamente ya no podamos desarrollar nuestra creatividad maternal, aún seremos capaces de desarrollar nuestra creatividad interior, porque ésta es infinita y nos acompañará hasta el último aliento. Pero para todo eso falta mucho tiempo aún. Ahora toca vivir en plenitud los momentos que nos ofrece el día a día, que son irrepetibles y maravillosos. Mi hijo acaba de confirmármelo con una suave patadita. Mientras espero a que Amber interiorice toda la sabiduría de la energía que nos rodea, yo voy a dar gracias por el fruto jugoso y dulce que mi sabio y pequeño amigo acaba de ofrecerme.    

Pomegranate (Esencia de California)
      
                         
         


              

miércoles, 15 de octubre de 2014

GOLDEN EAR DROPS (California)

“La historia de un payaso”

Esta es la historia de Chiquilín, el mejor payaso que conocí en mi vida, gracias a él aprendí muchas cosas, pero la más importante de todas ellas, la de la superación, la de volver a levantarse cuando uno cree que ya no vale la pena hacerlo, la de que a pesar de todo lo malo que nos ha sucedido en el pasado, podemos llegar a mirar hacia delante con esperanza. El me enseñó con su historia “que por muy devastado que pueda llegar a quedar un lugar, siempre habrá flores capaces de florecer en él”.

Conocí a Chiquilín en el circo donde pasé mis primeros años de juventud, y más tarde, el resto de mi vida. Había llegado a él huyendo de una familia, que de familia solo tenía el nombre. Una familia capaz de maltratar, vilipendiar y humillar a los propios seres de su misma sangre. Cuando tuve edad suficiente para escapar, sin que la justicia me devolviera de nuevo al mismo lugar o que Asuntos Sociales tomaran cartas en el asunto, cogí una mochila, y poca cosa más, y me puse en camino hacia donde mis pies me llevasen. Tuve la suerte de que en él se cruzara el circo de Chiquilín, porque allí conocí, por primera vez, a una familia auténtica, una familia que se respetaba, protegía, ayudaba, y sobretodo, se amaba. Llegué siendo un joven huraño y malhumorado, y acabé haciendo reír a todo el mundo. Y todo se lo debo a él, al padre del corazón que nunca tuve, lástima que no hubiera sido el biológico también, pero quizás, si no hubiera sido por mi pasado, nunca hubiera podido llegar a ser la gran persona y el gran payaso que después fui.

Comencé a trabajar en el circo después de que Chiquilín me pillara robando la comida de los chimpancés. Organizaron tal escándalo cuando me vieron llevarme sus manzanas y sus plátanos que no pude escapar de allí sin que me descubrieran. Tal vez, sino hubiera sido por el instinto de supervivencia, no me habrían descubierto, pero llevaba varios días oculto en los bajos de una de las jaulas, y el hambre pudo conmigo después de dos días sin probar bocado. Nunca imaginé que unos animales tan simpáticos se pusieran tan furiosos conmigo. Cuando intentaba huir con mi improvisado botín, Chiquilín me cortó el paso. A pesar de toda mi bravuconería me quedé paralizado con manzanas y plátanos que se resbalaban de mis manos. Con suma tranquilidad, y sin apartar su mirada de mis ojos, acabó por tirar al suelo los que aún no lo habían hecho, y cogiéndome por los hombros me empujó con suavidad hacia su caravana. Se me pasó por la cabeza darle un mal golpe y salir corriendo, convencido de que me iba a denunciar y acabar en prisión, un lugar al que no quería volver. Pero algo en él me contuvo, y lo seguí con la cabeza gacha. Chiquilín me sentó a su mesa y me dijo, que ya que tenía hambre debía comer como una persona y no como un animal. No me podía creer lo que estaba sucediendo, ante mi aparecieron los más ricos manjares, algunos de ellos solo podría haberlos comido en sueños: pan, leche, queso, mantequilla, mermelada, fruta… al principio comí con avidez, como si de no hacerlo así fueran a esfumarse de la mesa, después, cuando me convencí de que eso no iba a suceder, y de que además, él no dejara de repetirme que comiera tranquilo que no había prisa, comencé a saborearlos, nunca imaginé que pudieran ser tan deliciosos. Cuando el hambre y la sed fueron saciadas por completo, pensé nuevamente en salir huyendo, creyendo que sería el momento en el que vendrían a por mí, pero nuevamente algo me detuvo: su sonrisa. Nunca había visto una igual, su calidez y su sinceridad derrumbaron cualquier resistencia por mi parte.

Así fue, como después de aquella opípara comida, Chiquilín me ofreció trabajar en el circo a cambio de alimento y alojamiento, por supuesto acepté al momento, aquel era tan buen lugar como cualquier otro, y siempre tenía la opción de largarme de allí, al caer la noche, si la cosa se ponía fea. No fue así, en el circo crecí y me hice un hombre, y hasta llegue a formar una familia. Hoy soy el director del circo, Chiquilín me lo dejó de herencia. Y yo hago honor al gran privilegio que me concedió. Soy Chiquilítin, su sucesor.

Los primeros tiempos fueron duros, yo no tenía ni idea de lo que era un circo. Mi primer trabajo fue el de dar de comer a los animales, ya que había entrado allí para quitarles la comida lo justo era que ahora me la ganará yo facilitándosela. La mayoría de animales a los que tuve que alimentar era la primera vez que los veía en mi vida, algunos eran agradecidos, pero a otros les tenía pánico. Aquellos dientes y aquellas garras me ponían los pelos de punta, más tarde me reí de mi mismo al recordar aquellos primeros días. Estaban tan bien alimentados, tan bien cuidados, además de haber nacido todos en el circo, que no había necesidad de que atacaran  a nadie. Es más, de los que primero me encariñé y ellos conmigo, fueron la pareja de leones, me esperaban cada día, y cuando me veían venir, restregaban sus cabezas contra los barrotes para que les acariciara y rascara tras las orejas, eran como dos gatos gigantescos. Los chimpancés fueron otra historia, tardaron mucho tiempo en olvidar que un día quise dejarlos sin su comida preferida.

Trabajaba en el circo, pero a duras penas me relacionaba con nadie a parte de los animales. Chiquilín, que aunque no lo pareciera estaba pendiente de todo, se dio cuenta de mi falta de interacción con el resto de los integrantes del circo, y con tacto para que yo no me diera cuenta, más tarde si que lo supe, me ascendió por buen comportamiento. Pasé a ser el encargado de organizar y tener a punto todo el vestuario de los artistas, de esa manera me veía obligado a tratar con todos ellos. Hacía bien mi trabajo, hablaba con ellos, pero continuaba sin abrirme a nadie. Cuando al finalizar la última actuación del día todos nos reuníamos para celebrarlo, estaba allí, con ellos, pero apenas escuchaba lo que decían, mi cuerpo estaba, mi alma no. Lo peor de aquellas reuniones era cuando se ponían a recordar anécdotas de su niñez, reían con ellas y bromeaban, pero si alguien me preguntaba a mi por alguna de las mías simplemente no respondía, aguardaban unos instantes a que explicara algo pero al ver que yo seguía encerrado en mi mutismo, alguien rompía la tensión gastando alguna broma, y el ambiente volvía recuperarse. Lo cierto es que al principio lo hacia por pura cabezonería y soberbia, pero después, tuve que reconocer ante mi mismo, que era porque mi memoria no guardaba ningún recuerdo, ni bueno ni malo, de los días en que yo había sido un renacuajo. Aquello comenzó a preocuparme en serio cuando ya había adquirido suficiente confianza con todos como para intervenir en las reuniones, pero seguía sin poder contarles nada de aquella época, mi mente tenía una auténtica laguna ¿dónde habían ido a parar aquellos años?

Más o menos por aquel entonces, uno de los payasos se lesionó al tropezar con uno de los guardavientos de la carpa, tenía para algunos meses, se había roto la pierna por varios sitios y además de una dolorosa operación tuvo que pasar por una recuperación muy lenta. Cuando Chiquilín vino a ofrecerme aquel puesto me negué rotundamente, una persona tan triste y callada como yo no podría divertir a nadie y menos hacerlos reír, pero Chiquilín insistió en ello, dijo que los mejores payasos eran aquellos que guardaban dolor en su corazón, lo miré con escepticismo, yo no guardaba ni dolor ni nada en mi corazón. Pero él era el director del circo y no podía olvidar que trabajaba a sus órdenes, así, que a regañadientes, me pinté y me puse el traje de payaso. Debo confesar que todos mis compañeros me apoyaron y animaron, diciendo que confiaban plenamente en mi y que sabría hacerlo a la perfección. De esta manera fue, como por pura casualidad, me vi trabajando en el número más importante de la actuación, nada más y nada menos que junto al gran Chiquilín. Mucho tiempo más tarde averigüé que mi incorporación a aquel papel no hubiera sido necesaria. Nuevamente Chiquilín había hecho de las suyas.

El primer día fue un desastre, estaba tan nervioso que me tropezaba constantemente con aquellos enormes zapatones, pero al público pareció gustarle creyendo que formaba parte de la actuación y aplaudieron a rabiar. En siguientes actuaciones me ceñí más al guión porque estaba más tranquilo, entonces tenía tiempo de ver más de cerca y con tranquilidad al público. Sin saber porqué, en medio de cada número, las lágrimas me resbalaban sin previo aviso por las mejillas. Si alguien se daba cuenta no lo decía, y los espectadores aplaudían creyendo que ese era el papel que yo representaba.

Después de una actuación especialmente llorosa para mi, me dirigí a al carromato muy enfadado conmigo mismo, no me lo podía creer, yo llorando como una nenaza. Estaba tan irritable que le di una mala contestación a uno de los compañeros que más me habían ayudado, más tarde me sentí fatal por eso, pero en aquel momento me desbravé con él. El pobre aguantó el chaparrón sin decir nada, ni entonces ni después. Fui yo el que al día siguiente le pedí disculpas cabizbajo.  Chiquilín, como era normal, no se había perdido detalle de lo sucedido, y al cabo de un rato sentí unos ligeros golpes en la puerta pidiendo permiso para entrar. Yo estaba tan fastidiado conmigo mismo que apenas le miré a la cara, pero él, como siempre, y con voz pausada, no me preguntó por el motivo de mis lágrimas, como hubiera sido lo normal, sino que lo que hizo fue preguntar por el motivo de mi enfado. Me quedé descolocado, le contesté que estaba enfadado porque me había dado rabia llorar en público, a lo que él me preguntó, de si en el caso de llorar a solas, también me hubiera sucedido lo mismo. Ahí si que me desarmó, después de pensarlo un poco tuve que reconocer que sí, que también hubiera sentido rabia. Como el primer día que me encontró robando la fruta de los chimpancés, clavó su mirada en la mía con dulzura, las lágrimas volvieron a resbalar sin mi consentimiento, y yo las aparte de un manotazo. Me preguntó si sabía de donde provenía aquella rabia y aquellas lágrimas, y no supe que responderle. Entonces me sorprendió levantándose y abrazándome, yo no estaba preparado para aquello y mis lágrimas arreciaron. Menuda pinta debíamos hacer los dos en aquella situación vestidos aún de payasos.

Al día siguiente muy temprano, cuando aún el sol no había salido y tan solo insinuaba sus colores por el horizonte, Chiquilín vino a buscarme y me rogó que lo acompañara. Con los ojos aún pegados por el sueño e inflamados después de la  noche de llorera, lo seguí sin hacer preguntas, por aquel entonces ya lo conocía lo suficiente como para saber que su forma de comportarse siempre tenía una razón. El circo estaba asentado muy cerca de la costa y hacía ella nos dirigimos. El lugar donde decidió que nos sentáramos no tenía nada de particular, pero a él debió de parecerle todo lo contrario, ya que después de observar hacia todos los lados con atención, fue el que escogió.

Permanecimos un buen rato en silencio observando la inminente salida del sol, con todos los cambios de colores en el cielo. Debo reconocer, que aunque creía no tener corazón, algo, en el lugar donde éste debería haber estado, se movilizó con tanta belleza. Con la voz pausada que le caracterizaba comenzó a explicarme una historia, más tarde supe que era la suya. Había nacido en un lugar remoto, durante el estallido de una guerra, no importaba cual, en el seno de una familia muy pobre donde no había sido bien recibido, pues ya había muchas bocas por alimentar. Su madre era la que proporcionaba el sustento con su trabajo en el campo, y su padre el que dilapidaba todo el dinero que pillaba en alcohol. Cuando se emborrachaba se volvía muy violento, tanto con su madre como con sus hermanos, él mismo había sido muchas veces el chivo expiatorio de su furia. Por eso fue un alivio cuando vinieron a buscarlo para enrolarlo en el ejército. Siendo apenas un niño había visto morir a la mayor parte de su familia una noche especialmente virulenta de bombardeos. Su casa quedó arrasada, y si no hubiera sido por la caridad de los vecinos, habría muerto de hambre y de frío en las calles. Pero lo peor no había llegado aún, eso vino después, cuando el pueblo fue invadido por las tropas enemigas, su jóvenes ojos vieron más barbarie de lo que nadie hubiera podido soportar. El pueblo quedó completamente arrasado, sin una sola casa en pie. Él pudo salir indemne gracias  a haberse escondido en unas cuevas cercanas de las que nadie era conocedor. Cuando regresó nuevamente al pueblo hubiera deseado haber estado allí y haber muerto con los demás. Vagó durante días como un fantasma por entre las ruinas y los cadáveres, removiendo entre los escombros en busca de algo que llevarse a la boca. Tuvo la suerte de que a los pocos días pasó por allí una patrulla militar que se apiadó de él. Fue entregado a una familia que lo acogió como si de un hijo propio se hubiera tratado. Pero los recuerdos de aquellos terribles días se habían borrado completamente de su memoria, había quedado tan traumatizado que no pudo explicar a aquella gente tan buena nada de lo que le había sucedido. Más tarde, cuando la guerra hubo terminado, se dio cuenta con horror que tampoco recordaba nada de su vida anterior. Ni de su casa, ni de su familia, ni de su pueblo. Se había vuelto un joven duro que discutía con todo el mundo y con los puños siempre dispuestos para pelear. Hasta que un día todo cambió, mientras el ganado que tenía que cuidar pastaba, él se había estirado en la hierva a descansar, y algo sucedió en aquel descanso, porque al despertar un torrente de lagrimas se desataron en su interior, recordó muchas cosas de las que había olvidado, comprendió otras, pero lo más importante de todo fue que el dolor y la rabia se transformaron en deseos de salir hacia delante y luchar por construir un mundo mejor, donde el llanto se pudiera transformar en risa. En la ofuscación con la que había salido a pastorear no se había dado cuenta de hacia donde se había dirigido, ni siquiera del sitio donde se había estirado a descansar, estaba en el lugar donde antes había habido un pueblo, el suyo, aquel que había sido tan salvajemente arrasado, y donde, sin saber cómo, habían crecido unas plantas insignificantes pero preciosas. Había dormido rodeado de ellas. Su mente archivó aquel dato, con la certeza de que ellas habían obrado un milagro. Su corazón así lo decía.

Las últimas palabras habían sido dichas con tanta suavidad que a duras penas pude comprenderlas. Me sentía avergonzado después de haber escuchado todo aquello. ¿Cómo podía yo derramar lágrimas sin sentido, y encima enfadarme por ello? No tenía ningún derecho a hacerlo. Chiquilín, con toda su sabiduría, sabía exactamente lo que en aquellos momentos estaba pasando por mi cabeza, y me sonrió con indulgencia. Entonces me rogó que sin hacer preguntas me estirara allí mismo, en contacto con la tierra, y que cerrara los ojos procurando ser consciente de todo lo que me rodeaba. Sin entender de qué podía servir todo aquello, seguí al pie de la letra lo que me había pedido, ¡cómo llevarle la contraria después de todo lo que había escuchado! Las sensaciones no se hicieron esperar y a mi me pillaron totalmente desprevenido.

Mi mente, que hasta entonces había estado totalmente anestesiada, despertó de golpe como si acabara de salir de un coma. Los recuerdos se fueron sucediendo en mi memoria, las palizas, las humillaciones, el miedo, el dolor, la rabia. Mi padre golpeando salvajemente a uno de mis hermanos y mi madre indiferente ante el espectáculo. Interponiéndome para parar los golpes y dar tiempo a que mi hermana pequeña pudiera salir corriendo, llorando de ira  y de dolor, y mi padre golpeándome y gritando que dejara de llorar porque los hombres no lloraban, cuando apenas era todavía un niño. Después aquella escena se desdibujaba y aparecía otra bien distinta, mis hermanos y yo corriendo seguidos de un pequeño cachorro, riendo y saltando, sintiendo en mi pecho toda la felicidad que aquel momento de libertad me estaba aportando. Otro recuerdo dulce guardado en mi memoria era el de mis hermanos abrazados a mí y cantando una canción de navidad, sentía su calor, su olor, su proximidad como si estuvieran en aquel preciso momento conmigo. De aquellos momentos buenos había habido pocos en mi vida, pero intensos, todos relacionados con mis hermanos y aquel perro. Qué habría sido de él. Era un buen perro y lo quería mucho. Y de mis hermanos ¿dónde debían estar en aquellos momentos? Todos desperdigados, como yo, por esos mundos de Dios. Por mi mente pasaron los recuerdos dolorosos que habían estado encerrados en lo más profundo del subconsciente, firmemente guardados para no sufrir al recordarlos. En el afán de esconderlos, también había apartado los buenos momentos, aquellos que me habrían ayudado a tirar hacia delante cuando el dolor era insoportable. Una parte de mi vida se había quedado suspendida, en el olvido, pero me gustara o no, aquella era mi vida. Todos los recuerdos, buenos y malos, formaban parte de mi, y no podía obviarlos. Una firme determinación me atravesó como un rayo, si Chiquilín había podido seguir adelante resurgiendo de la devastación de su vida, yo también podía. No todo había sido una pesadilla, ahora tenía un buen lugar donde vivir, gente que me había acogido como uno más y me quería, estaba Chiquilín, y por encima de todo mi deseo de trasformar, como él, el dolor y el sufrimiento en risa y alegría y hacerla llegar a los demás. Ahora comprendía las lágrimas derramadas en mis actuaciones, mi corazón ansiaba reencontrar el mismo amor que veía en aquellas familias que iban a vernos actuar y se reían con nosotros, los payasos. Comprendía lo que un día me había dicho Chiquilín: “El mejor payaso es aquel que tiene dolor en su corazón”, ahora sabía el significado de esas palabras, porque solo aquel que ha pasado por una experiencia dolorosa, y ha conseguido renacer de ella, es capaz de comprender el corazón de los demás.

El calor del sol me dio de lleno en los ojos y yo salí de mi adormecimiento, Chiquilín estaba junto a mí, no se había apartado un solo instante. Sostenía, sin que yo me hubiera percatado de ello, una de mis manos. Al incorporarme me di cuenta de la cantidad de lágrimas que estaba derramando, pero esta vez esas lágrimas estaban liberando mi pecho. La carga que durante tanto tiempo me lo había oprimido, había desaparecido. Por primera vez en mucho tiempo me sentía ligero y feliz. Ahora tenía una razón para levantarme y seguir adelante, había recuperado mi vida, mis recuerdos. Los felices los atesoraría en mi interior para recordarlos cuando fueran necesarios. Los otros, los dolorosos, serían el estímulo que me harían seguir hacia delante siendo mejor persona que los demás habían sido conmigo. Teniendo esa imagen de violencia muy presente para no copiarla y repetirla en el futuro con nadie que estuviera junto a mí.

Rodeado por todas partes crecían unas pequeñas flores de las que no me había dado cuenta al llegar allí, tal vez eran unas flores parecidas a las que Chiquilín encontró en aquel pueblo arrasado por la barbarie. Eran  bonitas, de color dorado como el sol, parecían lágrimas replegadas sobre sí mismas o tal vez un pequeño corazón doblado por los lados mostrando su centro. Ambas cosas me recordaron a mí mismo, mis lágrimas retenidas durante tanto tiempo y mi corazón roto deseando poder recomponerse.

Chiquilín ya no está entre nosotros, pero su presencia y sus recuerdos me acompañaran siempre allí donde yo esté. El circo es la herencia material que me ha dejado, pero la verdadera herencia es aquella que quedó gravada en mi corazón. Son sus palabras, sus actos y su ejemplo la parte de esa herencia que más valoro. Ahora soy yo el encargado de hacer reír en la pista del circo, junto a mi ha comenzado a trabajar un chiquillo que nos ha ido siguiendo de pueblo en pueblo, no habla mucho pero actúa bien, tal vez un día de estos me lo lleve a ver amanecer.  

Golden Ear Drops (Esencia Floral de California)
                           

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lunes, 6 de octubre de 2014

FUCHSIA (California)

"Eton y yo”

La selva era todo lo que conocía, era su mundo, más allá de aquella maraña de plantas no existía nada para él. Su familia, su grupo, sus árboles, sus lianas, sus juegos… se sentía protegido, era feliz. Pero un mal día todo aquello cambió para siempre. Ruidos ensordecedores llegaron de todos los rincones, destellos de luz que mataban, gritos que asustaban, y entre medio de todo aquello, el dolor. El dolor de ver morir a tu familia, a todos aquellos que amas, y después no saber nada más. No saber que va a ser de ti, donde te van a llevar, que dolor te pueden causar. Aunque el mayor dolor de todos ya te lo han causado, han aniquilado a tu familia, te han arrancado de tu hogar y de los tuyos. Han destruido tu mundo… el hombre ha llegado a la selva.

Estas fueron las duras vivencias de Eton, mi mejor amigo, un orangután.

Con apenas unos meses de edad Eton vivió la experiencia más traumática que nadie debería vivenciar jamás, animal o humano, da igual. Tal vez me identifiqué tanto con él porque yo mismo pasé por una situación parecida. Vi aniquilar a todo mi poblado por aquellos mismos, que tiempo atrás, se hacían llamar nuestros hermanos, y todo por diferencias de creencias o de castas ¿cómo un ser humano puede causar a otro tanto dolor? Desde el poco tiempo que llevo pisando ésta tierra he visto muchas cosas, y me sigo preguntando ¿dónde está la humanidad en los humanos? Me gustan más los animales, son más predecibles, te ofrecen su amor sin condiciones, y no te preguntan jamás de que cultura procedes o que religión procesas. Te aceptan y ya está, y cuando lo hacen, es para toda la vida.

Eton y yo tuvimos la fortuna de ser rescatados de las garras de la barbarie humana. Por suerte no todos los humanos son iguales, sigo opinando que hay humanos que se comportan como los animales, y eso lo digo en el buen sentido de la palabra. Esos humanos son los que creen en el respeto hacía el otro, que no hacen daño por diversión ni por placer y que viven según su instinto más primitivo, el del amor. Con esa clase de humanos me relaciono bien. Gracias a una pareja de humanos de esa clase Eton y yo nos conocimos. Ahora somos como hermanos, lo que le duele a uno le duele al otro, lo que emociona a uno emociona al otro. Dormimos siempre juntos y abrazados, tal vez porque ambos necesitamos sentir el calor de un cuerpo amigo o de escuchar los latidos acompasados de un corazón capaz de amar. Nadie realmente conoce nuestra historia, pero yo conozco la suya y él conoce la mía. Me dicen que eso no es posible, para saber historias es necesario saber hablar, pero nosotros no necesitamos palabras, nos sobra y nos basta con el amor que nos tenemos, él habla por nosotros, y los dos lo entendemos.

Tenemos un dolor muy grande guardado en nuestro interior, que no sabemos expresar, que no sabemos canalizar. Nuestras emociones se quedaron atrapadas en un lugar difícil de alcanzar, muy recóndito, muy oculto. La pareja de humanos que nos acogió intenta llegar hasta allí, pero no lo consiguen ¿Cómo van a poder hacerlo si ni nosotros mismos sabemos encontrarlo? Ellos creen que les tenemos miedo y que por eso  no expresamos nuestras emociones. Nada más alejado de la realidad. Les tenemos algo muy cercano al amor ¿gratitud?, ¿cariño?, ¿respeto?, ¿afecto? Podría ser cualquiera de ellas o todas juntas. De momento nada más, Eton y yo, nos esforzamos día a día para poder compartir con ellos lo que ambos sentimos el uno por el otro, pero por ahora hay un punto de desconfianza y no podemos hacerlo con libertad. Pero miedo no, jamás. Ellos nos rescataron, nos curaron las heridas, nos alimentaron, nos abrigaron y nos abrieron su casa de par en par. Vivimos con ellos. Sé que sienten algo muy especial por nosotros, que sus corazones están a nuestra disposición, pero los nuestros sangran aún demasiado. Tal vez el día que dejen de hacerlo podremos ser una familia, como la que tuvo Eton, como la que tuve yo. Pero hoy por hoy, es lo que hay.

Hoy me he levantado con un dolor muy grande en la pierna, ni puedo moverla, me cuesta caminar. Ella ha venido enseguida y me ha preguntado si me había golpeado con algo, si me había caído. Nada de aquello había pasado. He visto preocupación en su semblante. Eso me asusta ¿Y si decide que ya no puedo vivir aquí? Que sería de Eton, no me tiene más que a mí. Pero enseguida me he tranquilizado, no quiere echarme. Lo he sabido cuando me ha abrazado y me ha consolado. Hubiera querido devolverle el abrazo, era muy cálido, pero no he podido, no sé hacerlo, en cambio con Eton es diferente puedo dárselos sin problemas, y él a mi. La hinchazón de mi pierna ha bajado, ya no me duele.

Esta noche no he podido cenar, me dolía mucho la barriga. Ella me ha tocado la frente con sus labios y le ha dicho a él que no tengo fiebre. No sé que es eso, solo sé que no puedo comer porque siento mucho dolor. Me ha acompañado hasta la cama y me ha arropado, luego ha posado sus labios en mi mejilla, me ha susurrado que todo se iba a arreglar y ha apagado la luz de la mesilla. En cuanto se ha ido la he encendido de nuevo, no me gusta la oscuridad, en ella ocurren cosas malas. Era de noche y todo estaba oscuro cuando atacaron mi aldea. Cuando me acuerdo tiemblo, pero tengo a Eton que lo sabe y se viene a la cama junto a mi y me abraza con fuerza.

Hoy se han puesto muy nerviosos conmigo. No sé porqué me he puesto tan excitado y he comenzado a chillar, del llanto he pasado a la risa y de la risa al llanto. No sabía como parar. Ella ha intentado abrazarme, yo no me dejaba, pero al final lo ha conseguido. Y me ha gustado.

Cuando volvíamos en coche ha comenzado a dolerme mucho la cabeza y he vomitado, él ha parado enseguida el motor y ella me ha sujetado la cabeza mientras vaciaba todo mi estómago. Eton se ha asustado mucho y ha empezado a chillar y a dar saltos. Hemos hecho el camino restante abrazados en el asiento de atrás. Al llegar a la casa la cabeza ya no me dolía pero la pierna volvía a molestarme, curiosamente a Eton parece pasarle lo mismo porque ha entrado arrastrando un pie. Ellos se nos han quedado mirando de una forma muy extraña, me he dado cuenta de que con la mirada parecían preguntarse el uno al otro qué era lo que estaba sucediendo.

De un tiempo a esta parte cuando no me duele el pie, me duele la cabeza, y cuando no los oídos o el pecho. Cada vez que un dolor se desplaza a otra parte de mi cuerpo a Eton le pasa lo mismo. Y los dos nos consolamos abrazándonos.

Por primera vez los he visto enfadados. Eton  y yo nos hemos puesto nerviosos con la tormenta. Los truenos y los relámpagos nos recuerdan a ambos más cosas de las que quisiéramos. Nos hemos puesto a chillar como locos. Eton saltaba de aquí para allá y ha roto varias cosas, yo corría y me escondía por todas partes y también he organizado un gran estropicio. Después ha venido el llanto. Hasta entonces ellos solo estaban preocupados, pero cuando Eton y yo nos hemos mirado y hemos visto la cara que teníamos y todo el jaleo que habíamos organizado, nos ha cogido un ataque de risa del que no podíamos parar. Al vernos reír de aquella manera tan histérica se han pensado que nos reíamos de ellos y de lo que habíamos hecho. Es entonces cuando se han enfadado. No me ha gustado verlos así. Me he sentido triste, pero no he sabido como decírselo. Eton si lo sabe, a él si que se lo he dicho.

Por la mañana ella ha venido y me ha dado un beso, creo que ya no está enfadada. Me hubiera gustado un abrazo, pero no he sabido como pedírselo. Eton, que se ha dado cuenta, ha corrido para dármelo.

Aunque me dolía mucho la garganta no le he dicho nada a ella. Se la veía contenta y no quería que dejarla de estarlo. A veces creo que se preocupa por mí y eso me gusta, pero prefiero verla sonreír. Nos ha dejado que la acompañemos al mercado. Es la primera vez que nos lleva. Al principio se ha resistido a llevar también a Eton, pero ante mi negativa a soltarlo de la mano al final lo ha dejado venir con nosotros. Eton me ha mirado todo el camino con cara de agradecimiento. Pero yo no lo he hecho para que me lo agradezca, lo he hecho porque es mi amigo.

En el mercado ha dejado de dolerme la garganta, se estaba bien allí rodeado de tantos colores y olores agradables. No se porqué, de pronto, me he torcido el tobillo, no podía caminar y ella me ha tomado en brazos. Cuando hemos pasado cerca de aquel camión el vello de la nuca se me ha erizado. Su olor me ha traído recuerdo que prefiero olvidar. Al cabo de un buen rato ella me ha dejado en el suelo para comprar unas plantas. El tobillo ya no me dolía. Como ha visto de la forma que miraba una planta en especial la ha comprado, una para mi y otra para Eton. El resto del camino no nos hemos separado de la planta. Es muy bonita, esta llena de flores de un rosa muy intenso que cuelgan en forma de campana apuntando hacia el suelo. Yo no dejo de tocarlas. Me recuerdan a las danzarinas de mi poblado cuando al bailar se subían los dos lados de la falda exterior para que se les viera la otra que llevaban por debajo. Era bonito aquel baile.

Ella ha visto que nos gustaban tanto las plantas que nos ha comprado en el mercado que ha dejado que nos las lleváramos a la habitación. Eton y yo no dejamos de observarlas, tienen algo mágico que nos atrae.

Después de pasarme toda la tarde mirando las flores y acariciándolas no sé que me ha pasado. De pronto, un dolor muy fuerte me ha cogido en la garganta, el mismo que esta mañana, pero mucho más fuerte. Luego se ha suavizado. Entonces ha sido la cabeza la que parecía que fuera a partirse como un melón maduro. El dolor ha ido desplazándose de aquí para allá. La pierna, el pie, los oídos. Después de ese recorrido se ha instalado en el centro de mi pecho. Como si alguien intentara sacar un machete que tuviera clavado. Y ha sido entonces cuando algo en mi interior se ha desgarrado. El llanto se ha desatado como un torrente que no podía parar. No sé en que parte estaban ocultas, pero de pronto he sentido mucha rabia, mucha ira. He tenido ganas de tirar cosas y romperlas, pero ha llegado ella y me ha abrazado. Me ha mecido como a un bebé, y he sentido como aquel fuego desatado remitía, se extinguía. Entonces, arropado en sus brazos y sintiendo el latir de su corazón, me he acordado de mi madre, de sus caricias, de sus besos. El llanto ha arreciado, pero esta vez no era doloroso, era dulce. Era un llanto de liberación.

Mientras que mis ojos no cesaban de derramar lágrimas, por mi mente han pasado imágenes de mi vida anterior. Cuando estaba en mi poblado. Me he acordado de todo lo que pasó entonces. De todo aquello de lo que no quería acordarme. He comprendido muchas cosas. Ahora sé porque me dolía la cabeza, no quería que los recuerdos la inundaran, los aprisionaba para que no salieran. Por eso el estómago se me vaciaba sin previo aviso, había recuerdos que mi cuerpo quería expulsar. Mis piernas y mis pies también me han explicado muchas cosas. Ellos no querían recorrer de nuevo el camino del horror y se negaban a caminar, por eso se inflamaban y dolían. Y mis oídos, qué decir de mis oídos. Habían escuchado tantas cosas malas que presionaban hacía los lados para no dejar pasar ningún sonido más. El llanto está remitiendo. Me siento mejor, más liberado. Aún hay dolor en mi interior pero ahora sé que nada malo puede pasarme ya, estoy a salvo. Ella me quiere. Él también. Está junto a nosotros, nos abraza a los dos. Su abrazo me trasmite calor, me trasmite seguridad. Creo que ese cosquilleo que siento en la boca del estómago puede ser felicidad. No lo sé, me tengo que dar tiempo. Y también a ellos.

Eton no ha dejado de observarnos todo el rato. Ellos, mis padres adoptivos, creerán que está haciendo muecas, pero yo lo conozco bien. Esta sonriendo. Él también se siente feliz. Sabe que hemos encontrado una familia. No es la familia que teníamos antes de que todo sucediera. Pero es nuestra familia de ahora. Paso a paso sé que podemos conseguirlo. Sé que a Eton y a mí nos falta poco para poder entregar nuestro corazón como ellos lo hicieron hace tiempo. El nuestro todavía sangra, pero ya menos. Dentro de poco dejará de hacerlo del todo. Entonces sí, entonces podremos ser una familia como las demás. Una familia como la de Eton. Una familia como la mía.

Esta mañana mamá me ha ayudado a trasplantar la planta que me regalo hace unos meses, se ha puesto enorme y necesita un espacio más grande para seguir creciendo. Papá dice que de seguir a ese ritmo  pronto podremos plantarla en el jardín. Tengo muchas ganas de poder hacerlo, así, cuando salgamos a cenar al aire libre por las noches todos juntos, podremos disfrutar de su visión ¡es tan bonita! Pero papá dice que tendremos que ponerla alejada de la canasta de básquet porque sino con lo fuerte que lanzo podría darle con el balón y estropearla. Tiene razón, yo no quiero que se estropee, la pondremos cerca del columpio, así cuando mamá se columpie conmigo en el regazo, los dos podremos verla. La planta de Eton no hemos podido trasplantarla, va con ella a todas partes, solo la deja cuando se pone en la cama junto a mi, porque necesita sus dos manos para abrazarme. Mamá se ríe, me gusta mucho la risa de mamá, cuando ve a un orangután tan grande pasear por toda la casa y por el jardín acarreando una maceta tan voluminosa, el día menos pensado será más grande que él, pero a la planta parece gustarle tanto paseo y meneo porque no para de crecer.

Eton se ha convertido en un orangután feliz, se le nota en la mirada, ya no hay tristeza ni dolor en ella. Le gusta mucho jugar con nosotros a básquet, encesta más veces que papá, pero a él no parece importarle, se parte de risa cuando lo hace, y yo también. A veces nos reímos tanto que mamá sale a ver que nos pasa, y medio riendo también, dice que estamos todos locos. Es entonces cuando salgo corriendo hacía ella y la abrazo, me encanta su olor, huele a lavanda y primavera, huele a amor. Amo a mis padres adoptivos, amo a mi fiel amigo Eton, me amo a mi mismo. Ahora tengo mucho  amor para compartir.  

Fuchsia (Esencia Floral de California)
          

domingo, 5 de octubre de 2014

ANGEL’S TRUMPET (California)

“Una mariposa llamada Luz”

Hola, me llamo Luz y soy una mariposa, vuestra mente seguro que ya ha formado una determinada imagen de mí: pequeña, grande, colores vivos, blanca… pues creo que os voy a defraudar un poquito, porque yo soy una mariposa… transparente, y si me asemejara a algún color determinado de los que vosotros conocéis podría deciros que sería muy cercano a un trocito de Arco Iris, aunque realmente tampoco es así. Pero bueno, mi color y mi aspecto es lo que menos importan en esta historia, que no es mi historia, sino la vuestra. Debéis pensar que soy un poco complicada con todo este jeroglífico de palabras, pero os tengo que decir que de nuevo volvéis a equivocaros, soy de naturaleza sencilla y amorosa, pero es que mi misión es un poquito difícil de definir para vosotros que no estáis acostumbrados a dejaros llevar por la intuición, solo puedo deciros que estoy siempre a vuestro lado, a vuestro alrededor y en vuestro interior ¿alguna vez habéis notado, en ocasiones muy especiales, un ligero revoloteo en vuestro corazón, en vuestra frente, o en vuestras manos? Queridos, esa he sido yo manifestándome en vuestras vidas. De nuevo estáis forjando en vuestras mentes una imagen mía, y os tengo que decir que es bastante distorsionada. No, no soy así, tengo alas pero no soy un ángel, aunque si que es verdad que tengo una relación muy estrecha con ellos, nos compenetramos muy bien y nuestro trabajo está muy relacionado, hay momentos en los que sus alas os depositan en las mías, y otras es al revés, soy yo la que os deposito con mucho amor en las de ellos. ¿Por qué soy una mariposa? Muy sencillo, yo tengo mucho que ver en vuestros procesos de transformación ¿recordáis por los mágicos procesos por los que pasa una gusano hasta convertirse en mariposa? Pues bien, vosotros a lo largo de vuestra vida pasáis sin saberlo por unos procesos muy parecidos, por ese motivo yo escogí la forma de mariposa para estar a vuestro lado e iluminar esos momentos tan especiales de transformación.

La historia. Volvamos a la historia, porque hace un rato os he dicho que había una, pero en realidad son muchas, y la mejor manera de que la comprendáis será uniéndolas en un mismo hilo conductor. Todas las historias tienen un protagonista, en este caso el protagonista sois cada uno de vosotros, pero como eso sería muy complicado, vamos a ponerle un nombre para que os represente a todos ¿Qué os parece, Soy? Pues bien, vamos allá.

Soy estaba preparado, desde que había regresado, y después de la cálida y amorosa bienvenida de la que había sido objeto por parte de la familia, había descansado y había tomado su tiempo para regenerarse,  ahora volvía a estar dispuesto a regresar y comenzar otra nueva aventura.

Todo había sido preparado con meticulosidad, la familia humana que lo acogería, su guión de vida y las circunstancias adecuadas para que éste se llevara a cabo. Soy no veía el momento de comenzar, aunque sabía a ciencia cierta que una vez estuviera de vuelta no recordaría nada de lo que sabía, ni nada de lo que había planificado en el plano de conciencia en el que se encontraba actualmente. Ese era el reto al que se enfrentaba cada vez que regresaba, pero no podía negar que también era muy emocionante el ir descubriéndolo de poco a poco. Era un paso muy importante de transformación el que iba a volver a revivir, pero sabía a ciencia cierta que nunca se está solo cuando se da el gran salto de pasar de Ser multidimensional a ser humano, Luz siempre estaba allí, volcando amor y ternura cuando la conciencia de lo que estaba sucediendo se evaporaba en el olvido. Con todo este conocimiento guardado en lo más profundo de su alma, Soy recibió los abrazos y las lágrimas de amor de su familia espiritual. La despedida fue dulce, todos sabían que tan sólo era un ¡Hasta pronto! La energía del momento estaba llena de orgullo y sabiduría, y nuestro protagonista se dejó deslizar entre las algodonosas alas de los ángeles encargados de llevarlo a su destino final.

La sala de partos estaba en pena efervescencia, el momento culminante se acercaba, un nuevo ser estaba a punto de emerger a la luz de un nuevo día, la alegría y la expectación caminaban cogidas de la mano. Por fin el bebé acabó de deslizarse por el canal del parto y fue recogido por las manos expertas que lo esperaban, su llanto se dejó oír con fuerza. Este fue el preciso momento en el que sostuve entre mis alas al Ser que los ángeles acababan de transportar.

Soy se acomodó con placer en los maternales brazos que lo acogían y su mirada, empañada aún por el esfuerzo que acababa de realizar, observaba el aura rosada que envolvía la figura de su nueva mamá, junto a ella revoloteaba una transparente mariposa irisada, nadie se percataba de ella, pero Soy aún conservaba el conocimiento de su multidimensionalidad,  y su sonrisa se hizo adorable e iluminó su diminuta carita. Sus nuevos papás, ajenos a la magia que se desarrollaba a su alrededor, observaban amorosos al recién nacido dándole la bienvenida a sus vidas. Este es el momento exacto en el que mi trabajo da comienzo, cuando mis alas recogen la preciosa carga del que me hacen entrega los ángeles.

Hay un lugar muy especial donde crecen unas mágicas flores, hermosas en su magnificencia. Crecen en unas enormes plantas, y caen con languidez enfocando hacia el suelo. Su blancura anuncia la paz de la que son capaces de ofrecer en momentos de transición, y su forma de trompeta trasmite la calma y la tranquilidad apaciguadoras de la música del Universo. De ellas extraigo la energía equilibradora que los recién llegados necesitan para poder adaptar su grandiosidad a la estrechez de un cuerpo diminuto, y a la vez, reponer las fuerzas tras el desgaste vivido en el túnel del nacimiento. Previamente a este momento tan crucial mis alas han recogido la magia que las generosas flores ofrecen, y rebosante de ella, regreso junto al ser recién nacido.

Soy dormía, soñando con la familia que acababa de despedirlo, y sin perturbar su sueño acaricié su tierna cabecita y dejé caer sobre ella la energía que me había sido entregada. En su inconsciencia Soy fue capaz de sentir la alquimia del momento y sus labios dibujaron una dulce sonrisa, sus sueños acababan de plagarse de alegres y trasparentes mariposas irisadas. Durante los primeros y cálidos baños que Soy disfrutó en compañía de su nueva familia, mi presencia también estuvo junto a ellos, mis alas se mezclaron con el agua y el jabón, y su cuerpecito absorbió agradecido y sediento hasta el último vestigio de energía que las flores me habían regalado.

Soy fue creciendo y guardando en su memoria, consciente e inconsciente, todas las experiencias por las que atravesaba. Hubo momentos de alegría y de tristeza, de renuncia y aceptación, de dolor y de placer, y todo ello fue configurando el guión de vida que tan concienzudamente había sido planificado. Con el paso del tiempo Soy se encontró en una gran encrucijada, su vida se había detenido en un punto muerto y él sabía que debía lanzarse al vacío, las decisiones que debía tomar afectarían al resto de su existencia. Era el momento en el que sus valores como persona debían volver a estructurarse, su libre albedrío le permitía cambiar drásticamente de dirección, pero estaba inseguro y temeroso. Su alma y su corazón lo guiaban en una dirección, pero su mente y el entorno lo empujaban hacia otra muy distinta. Soy sentía que su Yo Superior se unía a él para aportarle la sabiduría necesaria que el momento requería, pero su parte humana tenía miedo de aquel cambio tan sustancial en su persona. La sensación de ir hacia lo desconocido frenaba sus avances. Soy estaba varado en la playa de sus inseguridades, necesitaba un faro que iluminara los escollos del camino y las diferentes rutas alternativas que podía recorrer para llegar a un puerto seguro. Debía lanzarse al vacío con la certeza de que sus alas internas se desplegarían en el momento justo. Tenía que confiar en él mismo y en la brizna de divinidad de su interior. Y aquí es cuando de nuevo acudí para rozar con mis alas sus manos y su corazón.

Nuevamente la blanca flor en forma de trompeta lleno mis alas con su energía, y yo revolotee amorosamente alrededor de Soy. Sus sueños volvieron a plagarse, como cuando era un bebé, de transparentes mariposas irisadas. Conscientemente no supo lo que le había sucedido, pero su inconsciente absorbió la sabiduría de la enseñanza al experimentar la muerte simbólica que propiciaría los cambios en su vida. A nivel celular percibió la autentica transformación, y su mente se expandió para interiorizar los reajustes estructurales que aportarían el apoyo necesario para dar un enfoque distinto y completo a su existencia. Soy renació a través de su crisálida para recolocar de nuevo las cosas importantes en el lugar apropiado. Su vida se transformó dándole la oportunidad a su alma para seguir el camino que con tanto anhelo deseaba. Y yo me sentí orgullosa de la persona en la que Soy se había convertido tras la dura tormenta por la que su barco acababa de atravesar.

Los años fueron pasando y Soy alcanzó la cima de la montaña rusa de su vida, la perspectiva del descenso era difícil de asumir para él, el miedo a envejecer, al deterioro de su cuerpo y a la desconexión con sus facultades hicieron que nuevamente entrara en un proceso de estancamiento. Una nueva transformación se estaba abriendo paso ante él y no estaba dispuesto a mirar en aquella dirección. Sus días comenzaron a llenarse de angustia y depresión. Debía dejar atrás los días alocados de la juventud y los fructíferos de la madurez, y no se sentía preparado para afrontar los decadentes de la vejez. De nuevo las blancas flores en forma de trompeta asomaron por el horizonte y yo me envolví en su energía transformadora para ayudar a Soy. Nuevamente mis alas tocaron y abrazaron su corazón para que la luz de la comprensión llegara hasta sus deprimentes pensamientos. La claridad se abrió paso en su interior transmutando la depresión en conocimiento. Soy comprendió que cada etapa de la vida tiene sus connotaciones, la niñez esta llena de juego y curiosidad, la juventud de descubrimientos y aventuras, la madurez de comprensión y conocimiento, y la vejez de sabiduría y aceptación. Entendió que la vida no estaba formada por los sucesos a los que había sobrevivido, sino por haberlos vivido plenamente. La vejez era el balance de una vida aprovechada y disfrutada, y eso no quería decir de una vida finalizada, porque la vida seguía mientras el corazón y la mente así lo decidieran y no un número identificativo de años sobre un papel. Soy sintió como el equilibrio y la armonía se instauraban en su alma y su confusión mental desaparecía. A partir de entonces se comprometió a vivir cada día como si fuera el primero de su vida.

Soy se sentía feliz con su existencia rodeado del calor y el amor de su familia, pero nuevamente las circunstancias volvieron a situarlo al borde del precipicio. Esta vez no solo fueron sus cimientos los que se tambalearon, sino que también lo hicieron los del resto de sus seres queridos. A Soy se le diagnosticó una enfermedad incurable. El golpe emocional fue tremendo, y tras superar los momentos de incredulidad que siguieron a la noticia, su vida dio un giro total. Eran momentos duros que le empujaron a cuestionar toda su vida. La perspectiva de la muerte le obligó a replantearse preguntas cruciales, y en la soledad de su tristeza no dejaba de preguntarse ¿Soy yo esa persona que va a morir, realmente soy yo? ¿Quién soy yo? ¿Qué hay más allá? ¿Hacía dónde me dirijo? ¿Qué será de los míos? ¿Qué pasará con mis cosas? ¿Quedaré en el olvido? ¿Nada de mi perdurará? Pero no solo él sufría con toda estas preguntas sin respuesta, su familia se angustiaba con algunas muy parecidas, además de enfrentarse con la certeza de su propia mortalidad. Nuevamente me vi revoloteando alrededor de toda aquella angustia, estos eran momento cruciales de transformación para Soy y su seres queridos. Se hizo obligada una visita a mis amigas las flores blancas en forma de trompeta, para que la música que emitía su vibración armonizarían el desequilibrio de aquellos momentos.

Mis alas, rebosantes del tesoro recibido, se agitaron con suaves caricias sobre los corazones y las mentes de todos los que estaban angustiados acompañando a Soy. La dulzura de mi presencia calmó los sentimientos agitados, aportando paz para poder abrirse al conocimiento. Soy sintió como la cortina de su miedo se elevaba y una ligereza amorosa se adueñó de todo su cuerpo. Sin esfuerzo había comenzado a desprenderse de su ego, rindiéndose a lo inevitable. Comprendió que la vida y la muerte formaban parte de la misma puerta. Una vez se abría para nacer y otra para morir, y que desde el mismo momento que había emergido a su vida se había estado preparando para abandonarla.  El miedo a cruzar ese umbral había desaparecido, su espiritualidad, y el amor recibido y entregado, sería la única maleta que se llevaría cuando partiera, porque verdaderamente esas eran las únicas pertenencias que quería llevarse. En un punto, algo borroso pero cierto, sabía que se despediría de su familia terrestre, pero más allá del portal traspasado se reencontraría con su familia espiritual. Soy fue capaz de vivir en paz aquellos momentos de preparación a su partida, y esa paz fue transmitida a todos aquellos que lo acompañaban. Juntos compartieron y comprendieron el hermoso regalo de poder experimentar aquellos momentos tan especiales.

Una mañana, al despuntar el sol por el horizonte, Soy sintió en su alma la llamada de la partida, y una ligera inquietud agitó todo su ser. Hacía días que no me despegaba de su cabecera y percibí el ligero cambio de energía que se desplegó en aquel instante sobre la habitación. Mis alas estaban preparadas para aquel momento e inicié un armonioso baile iniciático sobre la frente y el plexo solar de Soy, y alrededor de los corazones de todos los seres queridos que estaban junto a él. Al instante una dulce armonía fluyó entre todos ellos. Soy fue llamándolos uno a uno para iniciar su despedida, no fue necesaria ninguna palabra de perdón por parte de ninguno, éste ya había llegado los días previos. Ahora eran momentos de consuelo y ternura. Y así, rodeado de una atmósfera amorosa, Soy se dejó llevar por el camino del regreso al hogar. Por mi parte sostuve sobre mis alas su alma durante unos momentos preciosos hasta que rodeados de luz llegaron los ángeles encargados de recogerla. La preciosa estela de un Arco Iris quedó tras ellos dispersándose sobre el cuerpo inerte de Soy y abrazando a todos aquellos que derramaban las dulces lágrimas del adiós.

Nuevamente Soy, liberado de las ataduras de la materia y rebosante de felicidad, llegaba al otro lado del velo y allí era recibido con júbilo y amor por su familia espiritual. Todos celebraban su regreso y observaban con orgullo los colores distintivos de su aventura humana. Tras ser abrazado y amado en la Sala del Recibimiento y la Celebración, Soy miró a su alrededor y sonriendo lleno de felicidad preguntó ¿Cuándo puedo volver de nuevo? La familia volvió a abrazarlo con admiración y contestaron que pronto, muy pronto podría iniciar una nueva aventura.

Por mi parte, me siento orgulloso de todos los momentos de crecimiento que comparto con todos los Soy del planeta, cada vez que uno de ellos emerge de su crisálida rebosante de sabiduría después de experimentar momentos de autentica transformación, mi alegría no tiene límites, entonces agito mis alas hasta llegar a las flores blancas en forma de trompeta, y mecidas por la música que emiten al ser agitadas por el viento, bailamos la danza del amor y de la luz.

Recuerda, cuando sientas que tu vida necesita una transformación profunda para poder resurgir y renacer como un ser nuevo y renovado, tómate unos momentos para sentir mis alas abrazando tu corazón, besando tu frente, rozando tus manos e inundando tu alma con la energía de la amorosa música de una hermosa flor blanca en forma de trompeta. 

Angel's Trumpet (Esencia floral de California)