martes, 13 de octubre de 2015

Nicotiana (Esencia de California)

Nicotiana (Esencia de California)

"Fabricantes de humo"

Esconderse tras la barrera del humo, era como hacerlo tras el burladero para no enfrentarse al toro dela plaza. El mismo pensamiento de “puedo hacerlo pero aquí estoy protegido, cuando quiera doy el paso, pero de momento observo los acontecimientos desde la distancia”. No se recordaba sin un cigarrillo entre los dedos, a veces, pensaba con ironía, que del chupete había pasado al cigarro sin intervalo, y no andaba muy desencaminada. Era apenas una niña cuando había cogido el hábito. Primero fue como un juego, experimentaba con lápices cuando jugaba a papás y mamás con sus amigas. Después como un crecer para alcanzar las ventajas que disfrutaban sus hermanos mayores. Más tarde un signo de rebeldía, que acabaría por convertirse en una salida a sus frustraciones y tensiones. Y más tarde, estaba segura de ello, hubiera llegado a ser la muleta que le ayudara a caminar por un lugar desconocido y al que no quería enfrentarse.

Cuando habían comenzado las campañas antitabaco se había reído de lo lindo, soberana tontería solo podía proceder de mentes aburridas que no tenían otra cosa que hacer que tocar las narices a los demás. Por supuesto que había ignorado todos los comentarios mordaces de los no fumadores que no fumaban por miedo a enfermar. Tamaña idiotez la sacaba de sus casillas, sería que solo enfermaban y morían los que fumaban, al final todos iban a acabar en el mismo lugar. El no fumar no confería a nadie el pasaporte a la libertad de vivir eternamente. Mientras pudo plantó cara a todas y cada una de las prohibiciones con las que se encontraba, y con ello no se ganó pocas discusiones. Tenía tanto valor su derecho a fumar como el de los demás a no hacerlo. Pero cuando las cosas se volvieron crudas, las prohibiciones tajantes y la persecución acérrima, fue cuando verdaderamente comprendió lo que significaba el tabaco para ella. En ese momento ya no hubo excusas baratas ni escudos que la protegieran de los verdaderos motivos por los que no quería dejar de fumar.

Es muy fácil echar las culpas a los demás de algo que hemos consolidado como nuestro nosotros solos, pero no es real. Tal vez en un principio, como le había ocurrido a ella misma, había sido la inocente imitación a los mayores lo que había generado aquel deseo inconsciente de fumar. Algunas veces se pregunta que si no hubiera visto hacerlo a sus padres quizás no habría acabado convertida en la fumadora empedernida que era. Pero al final siempre acaba con la misma conclusión, si, lo habría sido, porque la elección siempre fue suya, nadie le puso una pistola en la sien para obligarla. La pistola se la puso ella misma con sus miedos, sus carencias, y sus inseguridades. Necesitaba la protección que le otorgaba la cortina de humo para pasar desapercibida, medio oculta y desdibujada; el aura de seguridad que le aportaba el sujetar un cigarrillo entre los dedos; la fuerza y la dureza del humo expulsado por sus fosas nasales cuando necesitaba dar esa apariencia de la que carecía; la sensualidad de acercárselo despacio a los labios para encenderlo cuando quería trasmitir mensajes cifrados al sexo opuesto; la barrera de mantenerlo en la boca el máximo tiempo posible para no tener la necesidad de decir nada; las caladas rápidas y exigentes cuando los nervios o la fustración amenazaban con ahogarla. ¿Cómo podía deshacerse de un compañero tan especial que la convertía en la persona camaleónica que necesitaba ser y que se ofrecía desinteresadamente para ayudarla en los distintos momento de su vida? Aunque bien pensado, no ofrecía sus servicios tan desinteresadamente como le gustaba creer, se cobraba un precio muy alto, el precio de la adicción. Pero ése valía la pena pagarlo, porque equivalía a su peso en oro. Hasta que ese oro, un  buen día, se trasformaba en arenas movedizas que amenazaban con engullirte.

La anestesia de los sentidos que le proporcionaba el tabaco no era tan simple como la del gusto o el olfato, como más tarde comprobó al dejar de fumar, todo adquirió un sabor y un aroma desconocido hasta el momento. Fue como recuperar los recuerdos de la niñez donde todo era más vivo y brillante. Pero los sentidos, que inconscientemente anestesiaba entonces, eran otros bien diferentes, eran los emocionales. El fumar para distraer la soledad o el aburrimiento, combatir la tristeza, la falta de comunicación, la necesidad de salir huyendo, de poner distancias, de promover acercamientos que asustan, de endurecernos para afrontar un ambiente hostil, de marcar límites. El tenerlos frente a frente no fue tan agradable como los recuerdos de la niñez, fue doloroso, difícil y arriesgado, pero al final valió más la pena que recuperar el gusto y el olfato. Su vida se enriqueció, y como persona pudo volar, sin el miedo a no volver a tocar el suelo si lo hacía.

Debido a su forma de desenvolverse en la vida, ésta jugó a su favor, no se vio enganchada a sustancias tan tóxicas o destructivas como la bebida o las drogas, algunos de sus amigos no tuvieron tanta suerte. La adicción era  una cosa bien distinta para ella. Necesitaba sentirse centrada para tener la ilusión de que dominaba los desafíos diarios. Los retos los acogía de uno en uno, procuraba que no se le amontonasen, porque le producía inseguridad. Haberse aficionado al alcohol o las drogas, hubiera sido como tener que elegir simultáneamente, y eso la agobiaba. Por lo que se quedó con lo que más satisfacción le producía, o tal vez, con lo que más le ayudaba a sobrellevar los contratiempos cotidianos. El café también estaba bien, pero solo porque complementaba el acto de fumar, al revés no le satisfacía, por lo tanto no podía considerarlo una adicción, como les pasaba a muchas personas que conocía y que no podían vivir sin ninguna de las dos cosas.

¿Por qué dejó de fumar? No es tan fácil de explicar, podría decir que le llegó el momento de madurar y de amarse por encima de todas las cosas, quedaría muy romántico, pero sería poco sincero, aunque si que es verdad, que ahora que ya ha dejado atrás esa necesidad, se siente mejor consigo misma, más sana, más enérgica. Visualizar sus órganos internos felices, la hace reír y por lo tanto le aporta alegría, pero eso merece una explicación más amplia, tal vez después. Lo cierto es que fue por pura obligación, forzada por las circunstancias, pero al final, por puro convencimiento si no, está segura, de que no habría funcionado. Pero alguna ayudita extra también tuvo, y fue la que le dio el empujón necesario para poder replantearse, realmente, el por qué y para qué fumaba y ser mucho más fuerte para afrontar la decisión tomada.

Cuando la prohibición de fumar en lugares públicos se afianzó, no le tocó más remedio que acatarla. Se pasaba más horas diarias en el trabajo que en su propia casa, por lo que eran muchas las horas que no podía disponer de la ayuda insustituible de su mejor amigo, el cigarrillo. Al principio intentó saltarse la normativa escondiéndose en los lavabos como en su época de adolescente, y por cierto, no era la única. Pero aquello no dio resultado, muchas compañeras quisquillosas que no fumaban llamaron la atención sobre esa situación a la dirección, que colocó unos letreros enormes recordando la prohibición, y cuyo incumplimiento, podía desembocar en una sanción.  Benditas ellas que no sabían el gran favor que le estaban haciendo, pero entonces las maldijo como nadie sabe. Solamente tenían permitido dos descansos diarios a lo largo de la jornada para poder salir y matar el gusanillo. Pero aquello era un suplicio, se pasaba el día comprobando el reloj para saber el tiempo que le faltaba para poder hacerlo. Más tarde, cuando la situación se hizo insostenible, parecía un yonqui en espera del siguiente chute, decidió que en el trabajo no fumaría, solo al salir de él. Entonces le faltaba tiempo para fumarse todos los que no había fumado durante el día. Aquello era una locura, enlazaba uno con otro y no disfrutaba ninguno. Después se dijo que tan solo lo haría los fines de semana, y así no se sentiría tan impulsada a fumárselos a destajo. Pero aquello tampoco resultó, aglutinaba en dos días los mismos que se hubiera fumado durante la semana entera. Entonces fue cuando comenzó a darse cuenta de que fumar no representaba el placer ni la satisfacción que creía, todo había sido un engaño. Todos aquellos cigarrillos eran fumados con desesperación y la dejaban con la sensación de que un gran monstruo, que la tenía dominada, habitaba en su interior. A partir de aquí fue cuando comenzaron las preguntas del por qué fumaba y para qué lo hacia. Y las respuestas que encontró no le gustaron nada. Entonces fue cuando tomó la determinación de destruir el dragón que habitaba en su interior y tomar el control absoluto de su vida.

La mejor manera que encontró para hacerlo fue corriendo, tal vez la frustración y el deseo que sentía cada vez que quería fumar podría trasformarlo en energía. El primer sábado que lo intentó se dio cuenta de lo ilusa que había sido, sus pulmones, atascados de toxicidad, no le permitieron ni hacer una carrera corta. Pero esta decisión fue la propiciatoria, de que la ayuda extra que os he comentado anteriormente, acudiera a su rescate.

El día era esplendido, cielo limpio, brisa fresca, y poca gente en aquellas horas tan tempranas. Pero la firme determinación con la que había comenzado se vio truncada por la falta de oxigeno en sus pulmones. Tuvo que buscar un lugar donde recuperar el resuello y las fuerzas que flaqueaban. Se estaba bien en aquel rincón del parque que había escogido para su estreno como corredora de fondo, el banco donde estaba sentada le propiciaba una vista magnífica, y los claroscuros de los árboles la temperatura adecuada. Nunca había estado en aquellos jardines, lo suyo nunca había sido los madrugones festivos y tampoco las aglomeraciones mañaneras, por lo que aquel lugar siempre había estado vetado para ella. Pero reconocía que se había perdido un lugar fantástico para pasear. Las plantas y los árboles estaban muy bien cuidados, y por todos lados había profusión de flores llenas de colorido, cada una con el cartelito indicativo  del nombre de su especie. Esto lo pudo apreciar al observar las que tenía junto al banco en el que descansaba. Su nombre le hizo sonreír, verdaderamente había escogido el lugar adecuado, aquellas flores tenían un nombre muy parecido al problema del cual estaba intentando desprenderse. Aunque no creía mucho en las coincidencias pensó, que tal vez aquella, podría ser una de acertada. Tomó entre sus manos una pequeña flor para observarla más de cerca. Su color blanco le trasmitió al instante el mensaje de limpieza y purificación, y aquel pensamiento le hizo mucha gracia, las coincidencias iban por buen camino. Su forma, de estrella de cinco puntas redondeadas, le recordó a una persona intentando llamar la atención, las piernas separadas para afianzarse y los brazos extendidos pidiendo auxilio. Aquello se ponía cada vez más interesante. Del centro nacía una pequeña protuberancia de color verde, como un enorme ombligo. Ya puestos comenzó a pensar que le trasmitía aquello, y se quedó sorprendida con lo que le vino a la mente. El ombligo representaba la unión con la madre y el primer alimento nutricio, pues bien la flor hablaba de unión con la madre naturaleza y el oxigeno. En algún lugar había leído el significado de los colores, y rebuscó en su mente para tratar de recordar lo que significaba el color verde: esperanza, sanación, equilibrio, tranquilidad. Aquellas conclusiones era alucinantes, menuda conversación estaba teniendo con una flor desconocida de nombre tan curioso. Solo faltaba que su olor también tuviera algún significado. Al cerrar los ojos y acercársela a la nariz para aspirar con fruición, su cerebro no la asoció con ningún olor determinado, pero desencadenó en su interior algo mucho más importante. Las sensaciones que se sucedieron fueron alucinantes. En primer lugar su cuerpo fue sacudido por una fuerza invisible pero poderosa. La vibración alcanzó hasta el último resquicio de su cuerpo, y ante la pantalla de su mente desfilaron sus órganos internos, achacosos, enfermos y tristes. Todos ellos le rogaron, que por favor, hiciera algo para salvarlos. Al momento la vibración fue deteniéndose en cada uno de ellos para liberarlos y limpiarlos de todas las impurezas aglutinadas tras años de acumular toxicidad. Era fantástico observar como una vez recuperados, saltaban, bailaban y reían llenos de felicidad. Su sangre comenzó a lanzarse en tobogán por todas sus venas y capilares radiante de alegría. Su interior era una auténtica fiesta. Después, con tranquilidad, las emociones escondidas en un rincón, fueron apareciendo una a una para hacerse visibles con transparencia y nitidez. Y pudo, sin tapujos, afrontar sus carencias y sus miedos, a cara descubierta, sin cortinas de humo que ocultaran o desdibujaran. Los “por qué” y “para qué” habían quedado al descubierto y  ahora podían ser integrados. La sensibilidad y vulnerabilidad, con la que había afrontado los desafíos diarios hasta entonces, se estaban trasformando en fuerza y coraje, ya no necesitaba insensibilizarse para proteger los verdaderos sentimientos de su corazón. Se sentía emprendedora sin la necesidad de muletas que la conectaran con el mundo, sabiendo donde estaban sus límites y donde el de los demás, sin barreras de humo que la conectaran o la alejaran según la situación. Había sido un viaje alucinante y sin necesidad de alucinógenos tóxicos o dañinos para su organismo.

Al abrir los ojos de nuevo miró rápidamente el reloj, pensando que debía haber permanecido horas en aquel estado, pero sorprendida comprobó que tan solo habían trascurrido unos minutos. Debía haberse quedado dormida de agotamiento. Recordaba, que a veces cuando sonaba el despertador por las mañanas y se hacia la remolona en la cama, soñaba muchísimas cosas en el corto espacio de unos segundos, por lo que siempre había creído que el tiempo no existía y todo era una invención del subconsciente, lo que acababa de suceder se lo confirmaba. Con la flor aún sujeta entre sus dedos regresó a casa, convencida de que todo había sido un sueño pero segura de que en verdad había sido muy clarificador, y como además aquel lugar le había encantado, con la seguridad de que iría allí muy a menudo.

A partir de aquel día acudió un ratito todas las mañanas al rincón de las flores de nombre curioso, y sin excepción, soñaba alguna cosa con mensajes codificados para su única y exclusiva comprensión. Con cada día que pasaba su determinación de mantenerse alejada del tabaco crecía, y ella se hacía más fuerte. Afrontaba las situaciones desde otro punto, con la mirada puesta en sus sentimientos y emociones, canalizándolas e integrándolas. Poco a poco recobró los sentidos abotargados y anulados por años de adicción. No recordaba la última vez que había saboreado esa o aquella fruta, aquel plato tan apetitoso o ese helado tan rico. Y no digamos nada de los olores, las flores, el mar, las comidas, los perfumes, la montaña, el café. Sus fosas nasales se deleitaban con todos los aromas, incluso los desagradables eran bien acogidos, significaba que algo importante había sido desbloqueado.

Cuando en la actualidad alguien le pregunta su secreto para dejar de fumar, porque también quiere conseguirlo, sonríe y lo lleva a dar un paseo por un parque cercano a su casa, y como el que no hace la cosa, le ofrece una de aquellas flores para que la huela. No explica nada, la tratarían de loca, pero tras varias visitas al lugar, encuentran el coraje necesario para afrontar la decisión que ya habían tomado con anterioridad. Todo sucede más rápido, y además, sin excepciones, todos experimentan un cambio sustancial y positivo en sus vidas. Resuelven conflictos internos que hasta el momento creían desconocer y afrontan retos decisivos en sus vidas. Ella sabe el secreto, pero lo guarda celosamente en su interior, tan solo les pertenece a las flores de nombre curioso y a ella misma. 


Nicotina (Esencia de California
  

                    

miércoles, 14 de enero de 2015

LOTUS (Esencia de California)

“Un largo camino a recorrer”

Esta es mi historia, pero podría ser la de cualquier otro, que como yo, confundió lo que es ser un maestro espiritual que tiende puentes para que otros puedan cruzarlos, a creerse el puente por el que otros han de pasar con su beneplácito. No estoy orgullosa de la persona que fui, pero si me siento muy orgullosa de la persona en la cual me he convertido, y todo gracias a unas grandes maestras que encontré por el camino, hermosas en su perfecta sencillez y sabías en su humildad, ellas me trasmitieron, desde su no hacer nada, toda la energía equilibradora que necesitaba en aquellos momentos en los que mi espiritualidad había perdido el norte y amenazaba con arrastrar tras de sí la de otros que habían confiado en mí. Con ellas aprendí que un maestro espiritual no es aquel que más sabe, sino aquel que sabe compartir su propio aprendizaje sin imponer para nada su camino. Que no hay maestros ni discípulos, sino seres humanos compartiendo un mismo sendero y dándose las manos, los unos a los otros, cuando éste se torna demasiado dificultoso. A través de ellas comprendí, que el mayor obstáculo en el camino de la espiritualidad no es la incomprensión de los que te rodean, sino el orgullo espiritual que acecha en cualquier recodo del recorrido. Pero precisamente, y gracias a todas esas piedras que te vas encontrando en él, es como tu espíritu crece, tu alma se encuentra a sí misma, y tu corazón se hace tan grande que puedes dar cabida incondicionalmente a todos y a todo cuanto te rodea. Lo importante no es caer, sino la forma en la cual tú intentas levantarte y lo consigues. Como decía un maestro muy grande que compartió parte de su recorrido conmigo: “El que tropieza y no cae adelante camino, y si has caído, analiza los daños, cúrate y sigue caminando”.

Mis maestras aparecieron por pura casualidad, como dirían algunos, aunque yo tengo muy claro que fue la causalidad, y las causas se daban en aquel momento, además, ya sabemos que el maestro aparece cuando el discípulo está preparado, y nunca mayor aseveración fue real. Ellas estaban allí cuando más las necesité, cuando mi globo espiritual había ascendido tanto que precisaba con urgencia descender a la tierra, retomar mi parte humana y contactar de nuevo con la compasión. Había ignorado ese lado oscuro que todos tenemos, y que solo dándole luz podemos aceptar e integrar, para ponerlo a nuestro servicio y trascenderlo.

Si en alguna parte de este relato te encuentras identificado, no asumas a pies juntillas todo lo que estás leyendo, me harás muy feliz si lo pones en tela de juicio, porque esa es la manera en la que analizarás las propias circunstancias que hacen que nuestras historias se asemejen y  poder llevar a cabo los reajustes necesarios en la tuya. Mi historia es mi historia con mis particularidades y sus matices, la tuya es la tuya, con las suyas propias. Lo que yo siento no tiene porque ser lo que sientas tú, pero lo que si puedo asegurarte es que las pequeñas maestras que me ayudaron a comprender muchas cosas, también pueden servirte a ti de ayuda. Así fue como todo comenzó…

Mi vida había transcurrido sin grandes altibajos, era feliz con ella, pero una pequeña parte de mí pugnaba por salir, no sabía que era aquello, pero sí que algo faltaba para que todo fuera completo. Mis creencias nunca habían estado bien definidas, la religión que procesaba era más como una imposición social  que una convicción. Lo que tenia muy claro era que había algo muy poderoso más allá de lo tangible, y que no era para nada el ojo que juzga y sentencia que me habían hecho creer de pequeña. Ese “Algo” era amoroso y comprensivo, y la vida no tenía sentido sin tan solo era la pequeña porción de tiempo al cual estábamos destinados.

La espiritualidad llegó a mí de golpe, a través de algunas personas de mi entorno a las cuales les tenía un gran amor y respeto, y no me cuestioné nada, entré de lleno, como si todo lo que me llegaba ya formara parte de mí antes de saberlo. Eso sigo afirmándolo hoy, somos seres espirituales vivenciando experiencias terrenales, por lo tanto, en nuestra alma están profundamente gravadas todas las enseñanzas que en cada encarnación vamos descubriendo y asimilando. No es tanto lo que aprendemos, sino lo que recordamos, cada vez que llega a nuestras vidas una información nueva. Como os decía, entré tan de lleno en temas espirituales que el resto de mi humanidad se quedó en parte relegado. No quiero decir con eso que abandoné mi forma de vivir, mi familia o mi trabajo, sino que para mí ciertas cosas dejaron de tener relevancia para dársela a otras que me llenaban por completo. Cada día era más enriquecedor que el anterior, me había convertido en una esponja que todo lo absorbía. Libros, seminarios, cursos, conferencias, maestros. Me sentía tan identificada con aquella corriente de pensamientos que me volqué totalmente en ella. Mirando hacia atrás me doy cuenta de que mi despertar espiritual estuvo lleno de riqueza y de personas maravillosas que aportaron a mi vida mucha sabiduría, y que no cambiaría nada de todo lo que aprendí, porque la única responsable de que toda aquella fertilidad acabara convirtiéndose en orgullo y soberbia fui yo misma.

La meditación se convirtió en el eje de mi vida, todo lo que ocurría en ella debía pasar antes por su filtro. Comencé a desmenuzar las cosas cotidianas que me sucedían, una y otra vez, hasta averiguar y comprender la enseñanza que llevaban implícitas, olvidándome de disfrutar la vida, que ahora tengo muy claro, que es aquello para lo cual vinimos. No digo que el analizar los sucesos relevantes que nos suceden o aquellos que nos llaman la atención no deba hacerse, nada más lejos de la realidad, solo digo que no hay que obsesionarse con todas y cada una de las cosas que nos suceden, hay algunas que pasan porque sí y no tienen ninguna enseñanza relevante, sino la de darnos cuenta de lo afortunados que somos por estar en el aquí y el ahora, que ya es mucho. Tampoco quiero decir que la meditación se algo cuestionable, pero creo, desde el conocimiento que he adquirido, que aún sin negar los beneficios que comporta, no es necesario vivir en entera meditación contemplativa, ya que no estamos en los tiempos en los que había que convertirse en ascetas o místicos y retirarse a un monasterio para experimentar la espiritualidad. Ahora estamos en una época totalmente distinta, donde la vida sucede a un ritmo frenético y en la que no podemos aislarnos de los demás, sino que es necesario compartir la vida diaria, y extraer de la cotidianidad de todas las cosas que realizamos, la enseñanza espiritual que hay implícita.

Con el tiempo he llegado a comprender que se puede meditar fregando platos, arreglando el jardín, cocinando, leyendo un cuento a tus hijos, paseando, trabajando, comiendo… siempre y cuando lo que realices, lo efectúes siendo consciente de lo que estás haciendo. No es lo mismo comerse una manzana mientras ojeas el periódico, que comerte esa misma manzana siendo consciente de todo el proceso que ha sido necesario hasta llegar a tus manos, de la energía que te está proporcionando sin pedir nada a cambio, de que ha sido creada exclusivamente para ofrecer un servicio a tu cuerpo, entonces es cuando le dedicas tu atención, la comes con respeto y la saboreas ¡Ahí hay meditación! No es lo mismo trabajar porque es un mal necesario que te ves obligado a hacer para poder vivir, a cuando das lo mejor de ti mismo en cada tarea que realizas, con amabilidad y cortesía hacia las personas que se relacionan contigo en esa labor, sabiendo que todo lo que haces, desde poner un sello, a limpiar los baños o dirigir una empresa tiene relevancia en el entorno y deja una huella indestructible en nuestra vida y en la de los demás. En aquellos momentos cruciales de mi existencia yo perdí de vista todo lo que ahora os he expuesto.

Después de asistir a muchos cursos espirituales donde las enseñanzas de algunos maestros marcaron mi apertura espiritual, y tras recibir las iniciaciones necesarias que me confirmaban, a mí también, como a una maestra, fui yo la que me dedique a impartir esos mismos cursos y a llevar las enseñanzas recibidas a otros lugares y a otras personas. Al principio mi ego espiritual no se vio afectado, tenía muy claro que no estaba por encima de nadie, sabía que tan solo compartía la sabiduría que a mí me había llegado con aquellos que no habían sido tan afortunados, y ellos, a su vez, compartían conmigo sus propias experiencias. Fue una época muy enriquecedora para todos, ya que la información no dejaba de fluir desde y hacia todos lados. Pero pasado un tiempo, me sucedió lo que a otros maestros les ha sucedido antes que a mí, hizo su aparición el orgullo espiritual, el propio ego inflamado. Ocurrió sin darme cuenta, o si me di, miré hacia otro lado porque aquello me hacia sentir realizada. El creerme superior a los discípulos que acudían a mí y que me trataban con tanta admiración, hizo que me fuera imprescindible pasar sin su adulación. Cualquier cosa que yo explicara  o enseñara era absorbido por ellos con adoración, mi verdad no se ponía en duda o se cuestionaba. Entonces comencé a caer en la imposición de mis doctrinas. Lo que yo había experimentado, y la cosas que a mí me habían servido, debían ser las que los demás tomaran como ejemplo. Si no hacían las cosas de la manera que yo dictaba, no tenían validez, estaban perdiendo el tiempo, y lo que era peor, hacían que yo perdiera el mío. Por lo que me volví muy estricta con las personas que acudían a mis cursos, antes tenían que pasar por un filtro, sino no lo pasaban no eran admitidas. Curiosamente aquello acrecentó el número de personas que querían acceder a ellos. Parece como si los humanos solo valoráramos las cosas, que para conseguirlas, nos cuesten un gran esfuerzo, cuando en realidad es todo lo contrario, cuando la inteligencia de la vida te pone trabas, tal vez sea porque aquello no tiene nada que ver contigo.

Cuando alguien en mis cursos se atrevía a refutar alguna de mis afirmaciones, sobre él caía todo el peso de mi superioridad espiritual, lo machacaba tanto con mi agresividad verbal que al final acababa por aflorarle un sentimiento de inaptitud y culpabilidad tan grande, que ya no se atrevía a decir nada más. Y también eso, curiosamente, los trasformaba en acérrimos seguidores de mis enseñanzas. Había anulado tanto su voluntad y facultad para razonar, que se convertían en los chivos expiatorios de mis malos humores y arrogancia al tratarlos con el desprecio del que se cree superior. Cuando asomaba en mi aquella parte oscura que me negaba, que cada vez ocurría con más asiduidad, en lugar de intentar averiguar para que sucedía y aceptar que algo en mi no funcionaba como era debido, lo justificaba alegando que yo estaba sirviendo de reflejo para que la otra persona pudiera trabajarse su parte oscura y sus sentimientos, cuando en realidad era yo la que tendría que haber recogido toda aquella información y haber trabajado sobre mi propia rabia, odio, envidia, celos, miedos…Yo, en mi magnificencia era perfecta, mi grandeza espiritual estaba por encima de todas aquella emociones, había alcanzado el nirvana y mi sabiduría no podía ser objeto de cuestionamiento. A la vez tenía la fuerte convicción de que ninguno de aquellos discípulos podría conseguir el nivel de espiritualidad que yo había alcanzado. Pobre de mí, que había olvidado con aquellos sueños de grandeza que la corona de la luz solo podía ser llevada a través de la humildad del ego y cuando el orgullo espiritual ha dejado paso tan solo al Ser.

Me había distanciado tanto del verdadero camino espiritual que algo en mi interior comenzó a resquebrajarse. Mi verdadero Yo Superior  pugnaba por abrirse paso en medio de aquel festín de orgullo, soberbia,  fanatización e idealismo que me habían hecho perder de vista la realidad. Mi alma se replegaba y mi corazón lloraba lágrimas de tristeza. No solamente había tropezado, sino que me había caído en el mayor socavón que había en mi camino hacía la verdadera espiritualidad, aquella que estaba basada en el amor incondicional, en el respeto mutuo, en la tolerancia hacia las diferentes corrientes de pensamiento. Me había olvidado completamente de la máxima que regía mis primeros pasos en la espiritualidad: “La verdad es un prisma con muchas caras, el que yo tenga razón no quiere decir, necesariamente, que tu estés equivocado”.  En aquel momento la única que estaba en posesión de la verdad era yo, y mis razonamientos, indiscutibles y  correctos.

Fue en aquel momento, cuando algo en mi interior comenzó a desasosegarse y a provocarme intranquilidad e insomnio, cuando mi alma encontró un resquicio de luz, muy efímero, pero real. A pesar de que no me sentía feliz y completa miraba hacía otra dirección, era muy duro dirigir la mirada a mi interior, eso podía hacer tambalearse los cimientos en los que había basado mi desarrollo espiritual. Pero una vocecita muy débil intentaba llegar hasta mi corazón. Como que aquellos susurros no fueron convincentes, mi cuerpo comenzó a somatizar, en forma de enfermedad, la energía de aquellos sentimientos, y no tuve más remedio que escuchar los gritos, con los que por fin, se hizo oír por mi alma. Mi enfermedad me forzó a un retiro obligatorio, fue entonces cuando el discípulo, que era yo, estuvo preparado para recibir a su maestro.

Una mañana, cuando pude comenzar a dar pequeños paseos por los alrededores del monasterio al cual me había retirado en espera de pasar mi convalecencia, me encontré con el estanque. No fue de buenas a primeras como di con él. Fue de una forma muy curiosa, muy casual. Recuerdo que estaba muy nublado, parecía a punto de llover, pero el aire, aunque fresco, era agradable. De pronto las nubes se rasgaron y a través de su resquicio un potente rayo de sol iluminó un lugar a lo lejos que refulgía como si de un espejo se tratase. Soy de naturalidad curiosa y no pude resistirme e ir a comprobar que era aquello que se estaba haciendo tan evidente frente a mí. Al llegar me quedé sin palabras, era un estanque repleto de unas solitarias y hermosas flores acuáticas de color rosa, formadas por abundantes pétalos de aspecto ceroso. Reposaban sobre un lecho de hojas circulares que flotaban sobre el agua, aunque no permanecían pegadas a ellas, sino que se erigían en un pequeño tallo que las hacía sobresalir. El agua que las acogía era el reflejo plateado que me había hecho acudir hasta allí. Todo el perímetro del estanque estaba recorrido por un banco que invitaba a tomar asiento y relajarse, y eso es lo que hice, ya que todavía me encontraba un poco debilitada por mi enfermedad. Entonces fue cuando mis maestras hicieron acto de presencia.

Al poco de haber tomado asiento una dulce energía rosada emergió del centro mismo de las solitarias corolas. Era, como si de sus pistilos amarillos, pequeñas flechas se clavaban directamente en mi corazón. Hasta él llegó un susurro adormecedor, las flores se estaban comunicando conmigo. Me estaban mostrando, como a pesar de tener sus raíces en una oscura ciénaga y sus hojas flotando en el agua, podía elevarse a las alturas. Al principio no comprendí lo que intentaba decirme, pero al cabo de unos segundos, como un estallido, se abrió la comprensión. El crecimiento espiritual era la similitud. La parte oscura y las emociones, también forman parte de la espiritualidad de la persona, que se eleva en busca de la luz y se abre receptiva a toda la sabiduría. En la búsqueda de la luz había apartado mi  parte oscura y había obviado mis sentimientos, volviéndome, en el proceso, una persona altiva, egocéntrica, soberbia, egoísta e intolerante. La sabía vibración que estaba movilizando mi interior me estaba haciendo consciente de mí misma, de mis propias carencias, de mi propio desequilibrio emocional y espiritual. Una energía de limpieza y purificación comenzó a recorrer mi cuerpo de arriba a bajo, conectándome con la tierra que yo había abandonado hacía tiempo con mis ínfulas espirituales. A pesar de que mi cuerpo estaba conectado a la fuerza de la tierra a través de mis pies, mi conciencia se elevó a un nivel superior, estaba preparada para reconocer todo aquello que se había distorsionado en mi interior, y me aportaba el coraje necesario para salir del agujero en el que me había caído, levantarme, analizar los daños causados y seguir hacia delante.

A partir de aquella mañana mi estado físico mejoró a pasos agigantados, ya que mi alma y mi corazón habían comenzado a cerrar heridas. Mi espíritu, que sabía mejor que nadie que pasos seguir, me ayudó a hacer el resto. En cuanto abandoné el monasterio, casi completamente restablecida, organicé un seminario al cual solicité, muy humildemente, que acudieran todos aquellos a los que en una y otra ocasión había ofendido, abusando de la fe que habían depositado en mí. Después de aquella visita al estanque, confieso que no me costó nada hacer aquel acto de constricción, mi ego estaba en el lugar donde le correspondía y un amor incondicional rebosaba por todos los poros de mi ser.

Ahora, sin soberbia y sin vanidad, me considero de nuevo una maestra espiritual. He aprendido que la verdadera maestría consiste en mostrar el camino y las herramientas que lo facilitan, sin empujar los pasos de nadie para recorrerlo, ni obligarle a empuñar las herramientas que se les muestra, porque cada cual es libre de hacerlo a su manera. También sé que el buen maestro es constructor de puentes pero no conduce hacia ellos, eso forma parte del bello descubrimiento de cada uno, y que cada cual ha de calzarse sus propios zapatos para cruzarlos. Y lo más importante de todo, un buen maestro ha de saber mostrar las cicatrices resultantes de todas las caídas que ha tenido a lo largo de sus propios descubrimientos.

Todos somos maestros y aprendices en el juego de la vida. Todos tenemos grandes conocimientos espirituales guardados en nuestro interior, es responsabilidad de cada cual sacarlos al exterior y compartirlos, nadie nos juzgará si no lo hacemos o lo hacemos mal, ya se encargará nuestro propio Yo Superior de encaminarnos en la dirección correcta.   

Lotus (Esencia de California)