PINK YARROW (Esencia de California)
“La ley del colador”
Cuando conocí a Clara y a Marcos hubiera jurado que eran hermanos, y no por el parecido físico de ambos, la verdad es que son bastante distintos, uno moreno y la otra rubia, ella demasiado alta para ser mujer y él, tal vez, demasiado bajo para ser hombre, pero sus expresiones y sus gestos tan similares solo podían provenir de dos personas que hubieran pasado la totalidad de sus vidas juntos. La realidad es que apenas llevaban unos años compartiendo su estrecha amistad, aunque las situaciones tan intensas que vivieron bien podían haberla transformado en toda una vida. Ellos mismos inducen a la confusión que se genera cuando están juntos al llamarse hermanos, y en la que no solo yo he caído, pero es que pocos hermanos están tan conectados como lo están ellos. Saben casi al instante lo que piensa cada uno, sus estados de ánimo, o sus preocupaciones, pero manteniendo, eso sí, una sana distancia emocional. Tal y como me contaron más tarde, cuando nuestra amistad conjunta se hizo patente, no siempre habían podido mantener aquella clase de empatía, hubo un tiempo que pudo haberles costado la vida a los dos. Pero gracias a Dios supieron encontrar a tiempo el centro de la paz interior que les ayudó a mantenerse inalterables ante el sufrimiento del otro. De no ser así no hubiéramos podido mantener nunca aquella conversación. Curiosa como soy, y debido a que mi profesión así lo requiere, les pedí permiso para ahondar en su historia y hacerla llegar a otras personas. Me pareció muy interesante poder hacerlo, porque de esa manera, su experiencia podría valer para ayudar a otro en situaciones parecidas, tal vez no tan dramáticas, pero sin obviar que las cotidianas, en ocasiones, son también muy difíciles de sobrellevar y pueden acabar en autenticas tempestades emocionales. Ambos estuvieron de acuerdo conmigo, pero debido a la gran extensión de su relato, decidimos transcribir solamente una parte de él, la más esencial, la que recogía con más claridad el sentido del mensaje, en el que los tres estuvimos de acuerdo, era el más importante: “La necesidad de no implicarse en los sentimientos del otro sin olvidarse de la empatía”, como ellos me dijeron entre risas, y ambos a la vez “La ley del colador”, ante la cara de extrañeza que puse, de nuevo riendo, y al unísono, me lo aclararon: “Filtrar los sentimientos para que solo lleguen los apropiados, protegiendo al corazón de los impactos negativos”. Pocas palabras más pueden añadirse a las tres frases anteriores, pero creo que la historia vale la pena de ser escuchada.
Quizás sino hubiera sido por el dramatismo de la situación en sí, Clara y Marcos jamás se hubieran conocido, pero el destino, que tiene unos hilos invisibles muy extraños, los cruzó a ambos en el mismo camino, aunque por diferentes razones. En aquellos entonces Clara era cooperante de una ONG con fines humanitarios y Marcos uno de los protagonistas del drama que acababa de ocurrir. Tal vez con el bagaje emocional que cargaba Clara a sus espaldas aquella misión no era la más acertada para ella, o ni siquiera estaba preparada para formar parte de ninguna organización similar. Era excesivamente permeable, y su compasión se volcaban tanto en el sufrimiento ajeno que siempre acababa implicada emocionalmente hasta la médula. Cuando en alguna ocasión, algún compañero suyo, le había recordado la necesidad de mantener una distancia prudente para no salir dañada, siempre rebatía el consejo con su expresión favorita: “El que no se implica no comprende”, y es que estaba totalmente convencida, de que para poder ayudar al otro, necesariamente, tenía que experimentar su dolor. No había comprendido aún la sutil diferencia entre implicar o empatizar.
Las lluvias torrenciales que había azotado furiosamente aquella parte del país había provocado las inundaciones más brutales de la historia, muchos pueblos habían quedado totalmente aislados los unos de los otros, y el acceso a la mayoría para poder socorrerlos, humanamente imposible. Especialmente dramática era la situación de una pequeña aldea donde decenas de personas habían quedado atrapadas, sin ningún tipo de alimento ni agua, tras haber sido sorprendidos, en cuestión de minutos, por un corrimiento de tierra derivado de las fuertes lluvias. Los supervivientes eran, en su gran mayoría, niños que en el momento de la tragedia se encontraban en la escuela, el lugar más alejado de la aldea. Entre los pocos adultos que los acompañaban algunos estaban heridos, unos leves, pero otros de extrema gravedad, que necesitaban con urgencia algún tratamiento médico. La única vía accesible para llegar hasta ellos era a través de caminos de montaña, que además de dificultar la llegada de auxilio, no estaban exentos de peligro, nadie sabía en que estado podían encontrarse en aquellos momentos. Pero era obvio que no podían abandonarlos a su suerte, y que tenían que jugársela si querían llegar a tiempo. Con los mejores medios de que disponían, escasos todos ellos, organizaron un equipo de rescate. Dada la imposibilidad de utilizar ningún vehículo a motor, y de que no podían cargar a sus espaldas todas las cosas necesarias, consiguieron algunos caballos, que además de ayudarlos con el transporte, facilitarían el regreso con los niños y los heridos. En cuestión de pocas horas todo quedó organizado, Marcos era el lugareño que los guiaría, gran conocedor de todos los caminos montañosos y pasos alternativos por los que podrían llegar hasta el lugar. En un principio Clara no formaba parte de la expedición, ya que estaba destinada en otra tarea igualmente necesaria, pero a último momento, una de los sanitarios que tenía que ir, sufrió una rotura de pierna debido a una caída y la única persona que podía sustituirlo era ella, ya que tenía conocimientos de primeros auxilios. De esa manera Clara y Marcos se vieron unidos por el destino en la mayor aventura de sus vidas, y que acabó convirtiéndolos en hermanos del alma.
La situación estaba mucho peor de los que Marcos había supuesto, corrimientos de tierra propiciados por el reblandecimiento del terreno, habían dejado prácticamente impracticables la mayoría de rutas habituales. Por lo que constantemente se veían dando grandes rodeos para llegar casi al punto de partida del lugar de donde se habían tenido que desviar, estas contrariedades alargaban excesivamente el momento de la llegada. Clara, hipersensible a todo lo que estaba viviendo últimamente, tenía las emociones a flor de piel, y esto estaba mermando enormemente su energía y su capacidad de resistencia. El simple pensamiento de aquellos niños solos, hambrientos, heridos y asustados, encogían su corazón, y en más de una ocasión se había visto sorprendida por las lágrimas, si no hubiera sido por la lluvia que no cesaba de caer, todos se hubieran dado cuenta del estado de vulnerabilidad en el que se encontraba. Dadas las circunstancias nadie podía permitirse tamaña debilidad, todos necesitaban tener sus reservas de fortaleza al cien por cien, sino más, porque lo contrario suponía una merma imperdonable de sus capacidades objetivas. Debían estar preparados para lo que se encontraran, procurando salvar el mayor número de vidas posibles, incluyendo las propias.
A medida que se acercaban, las condiciones meteorológicas y del terreno empeoraban, la última conexión por radio, antes de perder definitivamente la frecuencia, les había informado de un nuevo frente de lluvias especialmente virulento. Si no se daban prisa, la garganta de montaña que tenían que atravesar antes de llegar al punto de destino, estaría totalmente impracticable para ser cruzada, si es que no lo era ya en aquellos momentos. Pero un nuevo contratiempo se cruzó con brusquedad en el camino. El puente por el que tenían que atravesar, que comunicaba las orillas de un caudaloso río, había sido arrastrado por la corriente, tal y como Marcos se había temido. Un nuevo desvío suponía un retraso que no se podían permitir, la única solución era que el resto del camino lo realizaran solo dos personas, el guía y un sanitario, y que los demás esperara, como mejor pudieran, a que ellos alcanzar el paso de la garganta antes de que fuera demasiado tarde para rescatar al máximo número posible de los que estuvieran en condiciones de hacerlo. Antes de tomar la apresurada decisión, por las mentes de todos se cruzó la magnitud de lo que se estaba planteando. Los heridos o los excesivamente débiles no podrían ser rescatados, y aún así, no había garantías de que alguien saliera con vida. Pero situaciones extremas requerían soluciones rápidas y frías, Marcos y Clara partieron con lo escasamente necesario que no entorpeciera su misión, el resto aguardarían rezando para que un milagro los ayudara a todos.
La urgencia de la situación, y la soledad de las elecciones, fueron el detonante para que las bases de amistad de ambos se solidificaran. Sus vidas dependían de las rápidas decisiones de uno y de otro, no podían permitirse fallos, la sincronicidad y el entendimiento debía ir al unísono, no había tiempo para conocimientos personales. Sus mentes y sus cuerpos debían ser una sola unidad. Es curioso, como lo perentorio de una situación y su magnitud, pueden magnificar el tiempo que se pasa juntos. Lo que en otro momento hubiera representado años de conocimiento, se compactó en pocas horas. Ambos sabían que el uno sin el otro podían morir y su misión abortada. Por lo que su unión trascendía todas las normas existentes. Era como si se conocieran de toda la vida y el afecto del uno por el otro traspasara las barreras del tiempo.
A pocos kilómetros de la temida garganta, y desde la altura en la que se encontraban, observaron aliviados que podía ser atravesada sin problemas, el agua que circulaba por ella la hacía relativamente transitable, si se daban prisa podrían estar de regreso antes de que el temporal que se avecinaba hubiera descargado, porque entonces la crecida del río la haría totalmente impracticable. La bajada hasta llegar allí, a pesar de la rapidez con que debían efectuarla, obligaba a mantener los cinco sentidos puestos en ella, ya que un pequeño resbalón representaría el final del viaje. El terrero era inseguro y resbaladizo, y ambos sufrieron algún que otro susto, de los que salieron relativamente ilesos. En el último Marcos había sufrido una torcedura dolorosa, que aunque Clara era consciente de ella, ignoraba la magnitud que estaba alcanzando. Marcos notaba como la hinchazón se iba extendiendo, y el dolor comenzaba a ser prácticamente insoportable, pero como hombre duro forjado en aquellas tierras traicioneras, lo sobrellevaba como mejor podía. Estaba convencido de que de seguir así, cuando pararan, no podrían ponerse en pie de nuevo, debido a eso las indicaciones a Clara, de por donde debían regresar y los pasos alternativos en caso de no poder acceder a ellos, se intensificaban a cada paso que daban. Marcos mantenía la primera posición en la marcha, y Clara lo seguía de cerca, por lo que era consciente del dolor que estaba soportando su compañero, y su corazón, ya de por si maltrecho por la situación, sufría lo indecible sintiendo como propio el dolor de él. Era como si sus propios pies también hubieran sufrido el mismo percance, hasta tuvo que cerciorarse con disimulo de que no sufría ninguna hinchazón que lo confirmara.
Por fin habían llegado a su destino, tan solo les quedaba salvar una pequeña loma. Desde allí y sin dejar de avanzar evaluaron la situación. Aunque la gran mayoría podrían hacer el camino de regreso, unos cuantos, incluidos varios de los niños, tendrían que quedarse para que el resto pudiera salvarse. Clara consciente de la situación comenzó a sentirse partida por la mitad ¿cómo podría llevar a cabo aquella crueldad? Era condenar a morir a los que no pudieran mantener el ritmo frenético que hacia falta. No estaba preparada para aquello, sus emociones disparadas comenzaron a nublarle el entendimiento, pensando que tal vez, aún retrasando la marcha y ayudados los unos por los otros, podrían salvarse todos. Otra alternativa era quedarse allí, tratando de curar a los heridos, y rezando para que el tiempo mejorara y todos pudieran ser rescatados. Ambas opciones eran inviables, les condenaban a morir a todos. La compasión salía a borbotones de su corazón, obnubilando totalmente la razón.
Las caras de alivio con las que fueron recibidos hacían aún más difícil comunicar la decisión que debían tomar. Los heridos, presintiendo su vulnerabilidad, se agarraron con desesperación a sus manos y a sus pies. Clara lloraba desbordada por los sentimientos, sintiendo un inmenso dolor en el centro de su pecho. Se había implicado tanto emocionalmente que se sentía incapaz de distanciarse para llevar a cabo la decisión correcta. Naturalmente, Marcos, no permanecía impasible ante el dramatismo que los rodeaba, eran su gente. Era como decidir que brazo tener que amputar que doliera menos. Pero hacer lo que debía hacer era dar una luz de esperanza a la gran mayoría, aunque la seguridad no fuera del cien por cien. Si no se daban prisa la tormenta se desencadenaría y ya no habría opción viable que decidir. Clara, aún consciente de la urgencia de la situación, estaba paralizada por el dolor que toda ella estaba absorbiendo de los demás. Se sentía tan confundida, que no sabía donde acababa su sufrimiento y comenzaba el de los otros. Ambos se habían fusionado. La mirada implorante de una anciana atrajo su atención como un imán, pensando que todavía disponía de algún tiempo para amortiguar el dolor de sus heridas, se acercó a ella preparando el analgésico adecuado. Pero la anciana retuvo sus manos de lo que estaba intentando hacer, y por el contrario, colocó entre ellas algo que Clara no pudo distinguir, ya que estaba envuelto primorosamente en un pañuelo ribeteado de encaje. Sus arrugadas manos mantuvieron las de Clara firmemente sujetas y las llevó hacia su corazón, que latía acelerado. Más tarde fue consciente de que tan solo habían pasado unos escasos minutos en aquella extraña comunión, pero para ella fue como si el tiempo se hubiera dilatado dando cabida a una infinidad de sensaciones y conocimientos.
La vista pareció nublársele, y las lucecitas que se formaron en sus ojos fueron agrandándose hasta formar una única luz, luminosa pero suave, que fue expandiéndose hasta alcanzar todos los rincones de su cuerpo, situándose con mayor intensidad en su corazón. Al instante una gran paz relajo todo su ser, ese dulce equilibrio proporcionó la objetividad para que la compasión verdadera pudiera liberarse de su corazón. Estaba encontrando la distancia necesaria para discernir sus sentimientos y poder actuar desde el conocimiento, y no desde el sufrimiento. Comprendió con claridad la necesidad de no implicarse emocionalmente para poder mantener despejada la razón, y desde la empatía, actuar en consecuencia. Quedándose paralizada estaba negando la ayuda que los demás esperaban de ella, no podía permitirse en aquellos momentos la permeabilidad de las emociones o el dolor proveniente del exterior, desde su paz interior tenia que mantenerse inalterable antes sus estados fluctuantes de ánimo. No podía quedarse atrapada en el dolor, debía actuar ya, y con rapidez, de su decisión dependía salvar algunas vidas o no salvar ninguna. Fue consciente entonces de la sensación de que un poderoso escudo rosado se extendía a su alrededor, protegiendo su paz interior del caos y del sufrimiento exterior. Pero no era un escudo rígido y duro, sino permeable y maleable a la emoción, porque esa sería la que le iba a proporcionar el empuje, justo y necesario, que la situación requería.
Cuando en sus ojos se extinguieron la lucecitas, que habían dado comienzo apenas unos instantes antes, Clara observó que la anciana, aún manteniendo la firmeza de sus manos apergaminadas sobre su pecho, había partido a un lugar sin retorno donde el dolor ya no podía alcanzarla. Por primera vez no se vio desbordada por los sentimientos que aquella imagen. Dando las gracias mentalmente por aquellos últimos momentos compartidos, y sin tiempo para comprobar que encerraba aquel presente que apretaba sobre su corazón, Clara lo guardo en el bolsillo interior de su chaqueta, y fue en busca de Marcos que ya lo tenía todo preparado. Un nuevo desafío a sus sentimientos surgió cuando éste le informó que él no los acompañaría, en vez de una ayuda se había convertido en una carga, su pie ya no estaba en condiciones de seguir, y solo entorpecería la marcha. Se quedaría junto a los heridos y haría todo lo que estuviera en sus manos por ellos. Clara sintió como nuevamente su corazón se partía en dos, pero una energía dulce pero contundente, se filtró en él atravesando las barreras de la ropa, lo que fuera que contuviera aquel regalo poseía un poder muy potente. Ambos conocían las dificultades del regreso, Clara no era ninguna experta de aquella región, pero había permanecido muy atenta a todas las indicaciones que por el camino le había ido dando Marcos. Antes de partir los dos se miraron a los ojos, conscientes de que aquella sería la última vez que lo hicieran. Antes de ponerse en marcha Marcos la tranquilizó diciéndole que encontrarían el camino de regreso, fuera el que fuera, porque iban a estar guiados por el espíritu de la anciana, la chamán de aquella pequeña comunidad que acababa de morir junto a ella.
El regreso no estuvo exento de dificultades o peligros, pero una gran fortaleza interior guiaba todos sus pasos, en las ocasiones en las que dudó de su propio criterio, una voz dulce le susurró al oído hacia donde debían dirigirse. La gran tormenta anunciada acabó convertida en un fuerte chaparrón, ya que el viento, contra todo pronóstico, la empujó lejos de allí descargando su ferocidad en las embravecidas aguas del océano. Cuando poco antes de llegar escucharon los relinchos de los caballos que aguardaban su llegada, los gritos de júbilo alertaron al resto de compañeros que aguardaban con impaciencia.
Debido a que las cargas electrostáticas habían descendido por el alejamiento de la tormenta, o eso quisieron creer los demás, Clara tenía otra certeza, pudieron comunicarse con la base de la ONG e informar de la localización exacta de donde se encontraban los que no habían podido moverse y de la situación de los heridos. Cuando la seguridad del tiempo lo permitió, los helicópteros pudieron llegar al lugar y rescatar a la mayoría que habían podido resistir en aquellas precarias condiciones, Marcos fue uno de ellos. Su pie había sanado con una rapidez asombrosa, y si no hubiera visto con sus propios ojos como lo tenía antes de partir con los niños, Clara hubiera pensado que todo había sido un montaje para quedarse al cuidado de los que no podían desplazarse. Más tarde, cuando Marcos le confesó que las gentes de aquel pueblo eran las suyas y la anciana chamán, su abuela, Clara comprendió muchas cosas.
Una vez que Clara acomodó en el campamento improvisado a todos los niños que acababan de vivir una emocionante aventura con caballos incluidos ¡bendita inocencia!, y mientras aguardaba las noticias del rescate de los que se había quedado, desplegó con curiosidad el hatillo de encaje que aún guardaba sobre su pecho. Al observar su contenido se quedó totalmente perpleja, un ramillete de flores rosas, inauditamente frescas, a pesar del tiempo que debían llevar arropadas en aquel envoltorio. Según le explicó tiempo después Marcos, aquella variedad de flores era bastante rara y costaba mucho de encontrar, su abuela siempre la había considerado una planta de poder, utilizada en la antigüedad por chinos, druidas y anglosajones, debido sus dotes adivinatorias y de protección.
Aun hoy en día Clara las conserva protegidas por pañuelo de encaje, y siempre reposando muy cerca de su corazón, para que sigan proporcionándole protección emocional y que no mermen sus facultades de discernimiento. Inexplicablemente se mantienen en el mismo estado que cuando se las entregó la abuela de Marcos. Él se ríe de su superstición, diciéndole que no es frecuente que una urbanita como ella crea en esas cosas, pero en el fondo, se siente muy orgulloso de que las lleve siempre consigo, es como si mantuviera vivo un trocito muy importante de su abuela. Cuando le gasta bromas sobre ese asunto, Clara lo deja hacer, lo conoce demasiado bien, no por nada son hermanos y nietos del alma, y porque que sabe que también él es un autentico chamán, de los que ya quedan pocos. Sin que nadie se lo haya dicho, tiene la certeza de que la vibración de las flores protege también a Marcos, el espíritu de su abuela tiene energía para los dos.
Este es el relato que me dejó cautivada la primera vez que lo escuché de sus labios. Mis amigos, Clara y Marcos, van ampliando cosas a medida que nuestra amistad se fortalece. Sé que aún quedan misterios por revelar de lo que realmente sucedió en aquellas montañas, pero no tengo prisa, lo esencial ya está dicho. Por cierto, soy testigo del poder de esas flores, en alguna ocasión también han fortalecido mi voluntad para que no tome como propios los problemas de los demás, haciéndolos míos y volviéndome vulnerable. Y realmente se conservan en perfecto estado.
Cuando conocí a Clara y a Marcos hubiera jurado que eran hermanos, y no por el parecido físico de ambos, la verdad es que son bastante distintos, uno moreno y la otra rubia, ella demasiado alta para ser mujer y él, tal vez, demasiado bajo para ser hombre, pero sus expresiones y sus gestos tan similares solo podían provenir de dos personas que hubieran pasado la totalidad de sus vidas juntos. La realidad es que apenas llevaban unos años compartiendo su estrecha amistad, aunque las situaciones tan intensas que vivieron bien podían haberla transformado en toda una vida. Ellos mismos inducen a la confusión que se genera cuando están juntos al llamarse hermanos, y en la que no solo yo he caído, pero es que pocos hermanos están tan conectados como lo están ellos. Saben casi al instante lo que piensa cada uno, sus estados de ánimo, o sus preocupaciones, pero manteniendo, eso sí, una sana distancia emocional. Tal y como me contaron más tarde, cuando nuestra amistad conjunta se hizo patente, no siempre habían podido mantener aquella clase de empatía, hubo un tiempo que pudo haberles costado la vida a los dos. Pero gracias a Dios supieron encontrar a tiempo el centro de la paz interior que les ayudó a mantenerse inalterables ante el sufrimiento del otro. De no ser así no hubiéramos podido mantener nunca aquella conversación. Curiosa como soy, y debido a que mi profesión así lo requiere, les pedí permiso para ahondar en su historia y hacerla llegar a otras personas. Me pareció muy interesante poder hacerlo, porque de esa manera, su experiencia podría valer para ayudar a otro en situaciones parecidas, tal vez no tan dramáticas, pero sin obviar que las cotidianas, en ocasiones, son también muy difíciles de sobrellevar y pueden acabar en autenticas tempestades emocionales. Ambos estuvieron de acuerdo conmigo, pero debido a la gran extensión de su relato, decidimos transcribir solamente una parte de él, la más esencial, la que recogía con más claridad el sentido del mensaje, en el que los tres estuvimos de acuerdo, era el más importante: “La necesidad de no implicarse en los sentimientos del otro sin olvidarse de la empatía”, como ellos me dijeron entre risas, y ambos a la vez “La ley del colador”, ante la cara de extrañeza que puse, de nuevo riendo, y al unísono, me lo aclararon: “Filtrar los sentimientos para que solo lleguen los apropiados, protegiendo al corazón de los impactos negativos”. Pocas palabras más pueden añadirse a las tres frases anteriores, pero creo que la historia vale la pena de ser escuchada.
Quizás sino hubiera sido por el dramatismo de la situación en sí, Clara y Marcos jamás se hubieran conocido, pero el destino, que tiene unos hilos invisibles muy extraños, los cruzó a ambos en el mismo camino, aunque por diferentes razones. En aquellos entonces Clara era cooperante de una ONG con fines humanitarios y Marcos uno de los protagonistas del drama que acababa de ocurrir. Tal vez con el bagaje emocional que cargaba Clara a sus espaldas aquella misión no era la más acertada para ella, o ni siquiera estaba preparada para formar parte de ninguna organización similar. Era excesivamente permeable, y su compasión se volcaban tanto en el sufrimiento ajeno que siempre acababa implicada emocionalmente hasta la médula. Cuando en alguna ocasión, algún compañero suyo, le había recordado la necesidad de mantener una distancia prudente para no salir dañada, siempre rebatía el consejo con su expresión favorita: “El que no se implica no comprende”, y es que estaba totalmente convencida, de que para poder ayudar al otro, necesariamente, tenía que experimentar su dolor. No había comprendido aún la sutil diferencia entre implicar o empatizar.
Las lluvias torrenciales que había azotado furiosamente aquella parte del país había provocado las inundaciones más brutales de la historia, muchos pueblos habían quedado totalmente aislados los unos de los otros, y el acceso a la mayoría para poder socorrerlos, humanamente imposible. Especialmente dramática era la situación de una pequeña aldea donde decenas de personas habían quedado atrapadas, sin ningún tipo de alimento ni agua, tras haber sido sorprendidos, en cuestión de minutos, por un corrimiento de tierra derivado de las fuertes lluvias. Los supervivientes eran, en su gran mayoría, niños que en el momento de la tragedia se encontraban en la escuela, el lugar más alejado de la aldea. Entre los pocos adultos que los acompañaban algunos estaban heridos, unos leves, pero otros de extrema gravedad, que necesitaban con urgencia algún tratamiento médico. La única vía accesible para llegar hasta ellos era a través de caminos de montaña, que además de dificultar la llegada de auxilio, no estaban exentos de peligro, nadie sabía en que estado podían encontrarse en aquellos momentos. Pero era obvio que no podían abandonarlos a su suerte, y que tenían que jugársela si querían llegar a tiempo. Con los mejores medios de que disponían, escasos todos ellos, organizaron un equipo de rescate. Dada la imposibilidad de utilizar ningún vehículo a motor, y de que no podían cargar a sus espaldas todas las cosas necesarias, consiguieron algunos caballos, que además de ayudarlos con el transporte, facilitarían el regreso con los niños y los heridos. En cuestión de pocas horas todo quedó organizado, Marcos era el lugareño que los guiaría, gran conocedor de todos los caminos montañosos y pasos alternativos por los que podrían llegar hasta el lugar. En un principio Clara no formaba parte de la expedición, ya que estaba destinada en otra tarea igualmente necesaria, pero a último momento, una de los sanitarios que tenía que ir, sufrió una rotura de pierna debido a una caída y la única persona que podía sustituirlo era ella, ya que tenía conocimientos de primeros auxilios. De esa manera Clara y Marcos se vieron unidos por el destino en la mayor aventura de sus vidas, y que acabó convirtiéndolos en hermanos del alma.
La situación estaba mucho peor de los que Marcos había supuesto, corrimientos de tierra propiciados por el reblandecimiento del terreno, habían dejado prácticamente impracticables la mayoría de rutas habituales. Por lo que constantemente se veían dando grandes rodeos para llegar casi al punto de partida del lugar de donde se habían tenido que desviar, estas contrariedades alargaban excesivamente el momento de la llegada. Clara, hipersensible a todo lo que estaba viviendo últimamente, tenía las emociones a flor de piel, y esto estaba mermando enormemente su energía y su capacidad de resistencia. El simple pensamiento de aquellos niños solos, hambrientos, heridos y asustados, encogían su corazón, y en más de una ocasión se había visto sorprendida por las lágrimas, si no hubiera sido por la lluvia que no cesaba de caer, todos se hubieran dado cuenta del estado de vulnerabilidad en el que se encontraba. Dadas las circunstancias nadie podía permitirse tamaña debilidad, todos necesitaban tener sus reservas de fortaleza al cien por cien, sino más, porque lo contrario suponía una merma imperdonable de sus capacidades objetivas. Debían estar preparados para lo que se encontraran, procurando salvar el mayor número de vidas posibles, incluyendo las propias.
A medida que se acercaban, las condiciones meteorológicas y del terreno empeoraban, la última conexión por radio, antes de perder definitivamente la frecuencia, les había informado de un nuevo frente de lluvias especialmente virulento. Si no se daban prisa, la garganta de montaña que tenían que atravesar antes de llegar al punto de destino, estaría totalmente impracticable para ser cruzada, si es que no lo era ya en aquellos momentos. Pero un nuevo contratiempo se cruzó con brusquedad en el camino. El puente por el que tenían que atravesar, que comunicaba las orillas de un caudaloso río, había sido arrastrado por la corriente, tal y como Marcos se había temido. Un nuevo desvío suponía un retraso que no se podían permitir, la única solución era que el resto del camino lo realizaran solo dos personas, el guía y un sanitario, y que los demás esperara, como mejor pudieran, a que ellos alcanzar el paso de la garganta antes de que fuera demasiado tarde para rescatar al máximo número posible de los que estuvieran en condiciones de hacerlo. Antes de tomar la apresurada decisión, por las mentes de todos se cruzó la magnitud de lo que se estaba planteando. Los heridos o los excesivamente débiles no podrían ser rescatados, y aún así, no había garantías de que alguien saliera con vida. Pero situaciones extremas requerían soluciones rápidas y frías, Marcos y Clara partieron con lo escasamente necesario que no entorpeciera su misión, el resto aguardarían rezando para que un milagro los ayudara a todos.
La urgencia de la situación, y la soledad de las elecciones, fueron el detonante para que las bases de amistad de ambos se solidificaran. Sus vidas dependían de las rápidas decisiones de uno y de otro, no podían permitirse fallos, la sincronicidad y el entendimiento debía ir al unísono, no había tiempo para conocimientos personales. Sus mentes y sus cuerpos debían ser una sola unidad. Es curioso, como lo perentorio de una situación y su magnitud, pueden magnificar el tiempo que se pasa juntos. Lo que en otro momento hubiera representado años de conocimiento, se compactó en pocas horas. Ambos sabían que el uno sin el otro podían morir y su misión abortada. Por lo que su unión trascendía todas las normas existentes. Era como si se conocieran de toda la vida y el afecto del uno por el otro traspasara las barreras del tiempo.
A pocos kilómetros de la temida garganta, y desde la altura en la que se encontraban, observaron aliviados que podía ser atravesada sin problemas, el agua que circulaba por ella la hacía relativamente transitable, si se daban prisa podrían estar de regreso antes de que el temporal que se avecinaba hubiera descargado, porque entonces la crecida del río la haría totalmente impracticable. La bajada hasta llegar allí, a pesar de la rapidez con que debían efectuarla, obligaba a mantener los cinco sentidos puestos en ella, ya que un pequeño resbalón representaría el final del viaje. El terrero era inseguro y resbaladizo, y ambos sufrieron algún que otro susto, de los que salieron relativamente ilesos. En el último Marcos había sufrido una torcedura dolorosa, que aunque Clara era consciente de ella, ignoraba la magnitud que estaba alcanzando. Marcos notaba como la hinchazón se iba extendiendo, y el dolor comenzaba a ser prácticamente insoportable, pero como hombre duro forjado en aquellas tierras traicioneras, lo sobrellevaba como mejor podía. Estaba convencido de que de seguir así, cuando pararan, no podrían ponerse en pie de nuevo, debido a eso las indicaciones a Clara, de por donde debían regresar y los pasos alternativos en caso de no poder acceder a ellos, se intensificaban a cada paso que daban. Marcos mantenía la primera posición en la marcha, y Clara lo seguía de cerca, por lo que era consciente del dolor que estaba soportando su compañero, y su corazón, ya de por si maltrecho por la situación, sufría lo indecible sintiendo como propio el dolor de él. Era como si sus propios pies también hubieran sufrido el mismo percance, hasta tuvo que cerciorarse con disimulo de que no sufría ninguna hinchazón que lo confirmara.
Por fin habían llegado a su destino, tan solo les quedaba salvar una pequeña loma. Desde allí y sin dejar de avanzar evaluaron la situación. Aunque la gran mayoría podrían hacer el camino de regreso, unos cuantos, incluidos varios de los niños, tendrían que quedarse para que el resto pudiera salvarse. Clara consciente de la situación comenzó a sentirse partida por la mitad ¿cómo podría llevar a cabo aquella crueldad? Era condenar a morir a los que no pudieran mantener el ritmo frenético que hacia falta. No estaba preparada para aquello, sus emociones disparadas comenzaron a nublarle el entendimiento, pensando que tal vez, aún retrasando la marcha y ayudados los unos por los otros, podrían salvarse todos. Otra alternativa era quedarse allí, tratando de curar a los heridos, y rezando para que el tiempo mejorara y todos pudieran ser rescatados. Ambas opciones eran inviables, les condenaban a morir a todos. La compasión salía a borbotones de su corazón, obnubilando totalmente la razón.
Las caras de alivio con las que fueron recibidos hacían aún más difícil comunicar la decisión que debían tomar. Los heridos, presintiendo su vulnerabilidad, se agarraron con desesperación a sus manos y a sus pies. Clara lloraba desbordada por los sentimientos, sintiendo un inmenso dolor en el centro de su pecho. Se había implicado tanto emocionalmente que se sentía incapaz de distanciarse para llevar a cabo la decisión correcta. Naturalmente, Marcos, no permanecía impasible ante el dramatismo que los rodeaba, eran su gente. Era como decidir que brazo tener que amputar que doliera menos. Pero hacer lo que debía hacer era dar una luz de esperanza a la gran mayoría, aunque la seguridad no fuera del cien por cien. Si no se daban prisa la tormenta se desencadenaría y ya no habría opción viable que decidir. Clara, aún consciente de la urgencia de la situación, estaba paralizada por el dolor que toda ella estaba absorbiendo de los demás. Se sentía tan confundida, que no sabía donde acababa su sufrimiento y comenzaba el de los otros. Ambos se habían fusionado. La mirada implorante de una anciana atrajo su atención como un imán, pensando que todavía disponía de algún tiempo para amortiguar el dolor de sus heridas, se acercó a ella preparando el analgésico adecuado. Pero la anciana retuvo sus manos de lo que estaba intentando hacer, y por el contrario, colocó entre ellas algo que Clara no pudo distinguir, ya que estaba envuelto primorosamente en un pañuelo ribeteado de encaje. Sus arrugadas manos mantuvieron las de Clara firmemente sujetas y las llevó hacia su corazón, que latía acelerado. Más tarde fue consciente de que tan solo habían pasado unos escasos minutos en aquella extraña comunión, pero para ella fue como si el tiempo se hubiera dilatado dando cabida a una infinidad de sensaciones y conocimientos.
La vista pareció nublársele, y las lucecitas que se formaron en sus ojos fueron agrandándose hasta formar una única luz, luminosa pero suave, que fue expandiéndose hasta alcanzar todos los rincones de su cuerpo, situándose con mayor intensidad en su corazón. Al instante una gran paz relajo todo su ser, ese dulce equilibrio proporcionó la objetividad para que la compasión verdadera pudiera liberarse de su corazón. Estaba encontrando la distancia necesaria para discernir sus sentimientos y poder actuar desde el conocimiento, y no desde el sufrimiento. Comprendió con claridad la necesidad de no implicarse emocionalmente para poder mantener despejada la razón, y desde la empatía, actuar en consecuencia. Quedándose paralizada estaba negando la ayuda que los demás esperaban de ella, no podía permitirse en aquellos momentos la permeabilidad de las emociones o el dolor proveniente del exterior, desde su paz interior tenia que mantenerse inalterable antes sus estados fluctuantes de ánimo. No podía quedarse atrapada en el dolor, debía actuar ya, y con rapidez, de su decisión dependía salvar algunas vidas o no salvar ninguna. Fue consciente entonces de la sensación de que un poderoso escudo rosado se extendía a su alrededor, protegiendo su paz interior del caos y del sufrimiento exterior. Pero no era un escudo rígido y duro, sino permeable y maleable a la emoción, porque esa sería la que le iba a proporcionar el empuje, justo y necesario, que la situación requería.
Cuando en sus ojos se extinguieron la lucecitas, que habían dado comienzo apenas unos instantes antes, Clara observó que la anciana, aún manteniendo la firmeza de sus manos apergaminadas sobre su pecho, había partido a un lugar sin retorno donde el dolor ya no podía alcanzarla. Por primera vez no se vio desbordada por los sentimientos que aquella imagen. Dando las gracias mentalmente por aquellos últimos momentos compartidos, y sin tiempo para comprobar que encerraba aquel presente que apretaba sobre su corazón, Clara lo guardo en el bolsillo interior de su chaqueta, y fue en busca de Marcos que ya lo tenía todo preparado. Un nuevo desafío a sus sentimientos surgió cuando éste le informó que él no los acompañaría, en vez de una ayuda se había convertido en una carga, su pie ya no estaba en condiciones de seguir, y solo entorpecería la marcha. Se quedaría junto a los heridos y haría todo lo que estuviera en sus manos por ellos. Clara sintió como nuevamente su corazón se partía en dos, pero una energía dulce pero contundente, se filtró en él atravesando las barreras de la ropa, lo que fuera que contuviera aquel regalo poseía un poder muy potente. Ambos conocían las dificultades del regreso, Clara no era ninguna experta de aquella región, pero había permanecido muy atenta a todas las indicaciones que por el camino le había ido dando Marcos. Antes de partir los dos se miraron a los ojos, conscientes de que aquella sería la última vez que lo hicieran. Antes de ponerse en marcha Marcos la tranquilizó diciéndole que encontrarían el camino de regreso, fuera el que fuera, porque iban a estar guiados por el espíritu de la anciana, la chamán de aquella pequeña comunidad que acababa de morir junto a ella.
El regreso no estuvo exento de dificultades o peligros, pero una gran fortaleza interior guiaba todos sus pasos, en las ocasiones en las que dudó de su propio criterio, una voz dulce le susurró al oído hacia donde debían dirigirse. La gran tormenta anunciada acabó convertida en un fuerte chaparrón, ya que el viento, contra todo pronóstico, la empujó lejos de allí descargando su ferocidad en las embravecidas aguas del océano. Cuando poco antes de llegar escucharon los relinchos de los caballos que aguardaban su llegada, los gritos de júbilo alertaron al resto de compañeros que aguardaban con impaciencia.
Debido a que las cargas electrostáticas habían descendido por el alejamiento de la tormenta, o eso quisieron creer los demás, Clara tenía otra certeza, pudieron comunicarse con la base de la ONG e informar de la localización exacta de donde se encontraban los que no habían podido moverse y de la situación de los heridos. Cuando la seguridad del tiempo lo permitió, los helicópteros pudieron llegar al lugar y rescatar a la mayoría que habían podido resistir en aquellas precarias condiciones, Marcos fue uno de ellos. Su pie había sanado con una rapidez asombrosa, y si no hubiera visto con sus propios ojos como lo tenía antes de partir con los niños, Clara hubiera pensado que todo había sido un montaje para quedarse al cuidado de los que no podían desplazarse. Más tarde, cuando Marcos le confesó que las gentes de aquel pueblo eran las suyas y la anciana chamán, su abuela, Clara comprendió muchas cosas.
Una vez que Clara acomodó en el campamento improvisado a todos los niños que acababan de vivir una emocionante aventura con caballos incluidos ¡bendita inocencia!, y mientras aguardaba las noticias del rescate de los que se había quedado, desplegó con curiosidad el hatillo de encaje que aún guardaba sobre su pecho. Al observar su contenido se quedó totalmente perpleja, un ramillete de flores rosas, inauditamente frescas, a pesar del tiempo que debían llevar arropadas en aquel envoltorio. Según le explicó tiempo después Marcos, aquella variedad de flores era bastante rara y costaba mucho de encontrar, su abuela siempre la había considerado una planta de poder, utilizada en la antigüedad por chinos, druidas y anglosajones, debido sus dotes adivinatorias y de protección.
Aun hoy en día Clara las conserva protegidas por pañuelo de encaje, y siempre reposando muy cerca de su corazón, para que sigan proporcionándole protección emocional y que no mermen sus facultades de discernimiento. Inexplicablemente se mantienen en el mismo estado que cuando se las entregó la abuela de Marcos. Él se ríe de su superstición, diciéndole que no es frecuente que una urbanita como ella crea en esas cosas, pero en el fondo, se siente muy orgulloso de que las lleve siempre consigo, es como si mantuviera vivo un trocito muy importante de su abuela. Cuando le gasta bromas sobre ese asunto, Clara lo deja hacer, lo conoce demasiado bien, no por nada son hermanos y nietos del alma, y porque que sabe que también él es un autentico chamán, de los que ya quedan pocos. Sin que nadie se lo haya dicho, tiene la certeza de que la vibración de las flores protege también a Marcos, el espíritu de su abuela tiene energía para los dos.
Este es el relato que me dejó cautivada la primera vez que lo escuché de sus labios. Mis amigos, Clara y Marcos, van ampliando cosas a medida que nuestra amistad se fortalece. Sé que aún quedan misterios por revelar de lo que realmente sucedió en aquellas montañas, pero no tengo prisa, lo esencial ya está dicho. Por cierto, soy testigo del poder de esas flores, en alguna ocasión también han fortalecido mi voluntad para que no tome como propios los problemas de los demás, haciéndolos míos y volviéndome vulnerable. Y realmente se conservan en perfecto estado.
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