Nicotiana (Esencia de California)
"Fabricantes de humo"
Esconderse
tras la barrera del humo, era como hacerlo tras el burladero para no
enfrentarse al toro dela plaza. El mismo pensamiento de “puedo hacerlo pero
aquí estoy protegido, cuando quiera doy el paso, pero de momento observo los
acontecimientos desde la distancia”. No se recordaba sin un cigarrillo entre los
dedos, a veces, pensaba con ironía, que del chupete había pasado al cigarro sin
intervalo, y no andaba muy desencaminada. Era apenas una niña cuando había
cogido el hábito. Primero fue como un juego, experimentaba con lápices cuando
jugaba a papás y mamás con sus amigas. Después como un crecer para alcanzar las
ventajas que disfrutaban sus hermanos mayores. Más tarde un signo de rebeldía,
que acabaría por convertirse en una salida a sus frustraciones y tensiones. Y
más tarde, estaba segura de ello, hubiera llegado a ser la muleta que le ayudara
a caminar por un lugar desconocido y al que no quería enfrentarse.
Cuando habían
comenzado las campañas antitabaco se había reído de lo lindo, soberana tontería
solo podía proceder de mentes aburridas que no tenían otra cosa que hacer que
tocar las narices a los demás. Por supuesto que había ignorado todos los
comentarios mordaces de los no fumadores que no fumaban por miedo a enfermar.
Tamaña idiotez la sacaba de sus casillas, sería que solo enfermaban y morían
los que fumaban, al final todos iban a acabar en el mismo lugar. El no fumar no
confería a nadie el pasaporte a la libertad de vivir eternamente. Mientras pudo
plantó cara a todas y cada una de las prohibiciones con las que se encontraba,
y con ello no se ganó pocas discusiones. Tenía tanto valor su derecho a fumar
como el de los demás a no hacerlo. Pero cuando las cosas se volvieron crudas, las
prohibiciones tajantes y la persecución acérrima, fue cuando verdaderamente
comprendió lo que significaba el tabaco para ella. En ese momento ya no hubo
excusas baratas ni escudos que la protegieran de los verdaderos motivos por los
que no quería dejar de fumar.
Es muy fácil
echar las culpas a los demás de algo que hemos consolidado como nuestro
nosotros solos, pero no es real. Tal vez en un principio, como le había
ocurrido a ella misma, había sido la inocente imitación a los mayores lo que
había generado aquel deseo inconsciente de fumar. Algunas veces se pregunta que si no hubiera visto hacerlo a sus padres quizás no habría acabado
convertida en la fumadora empedernida que era. Pero al final siempre acaba con
la misma conclusión, si, lo habría sido, porque la elección siempre fue suya,
nadie le puso una pistola en la sien para obligarla. La pistola se la puso ella
misma con sus miedos, sus carencias, y sus inseguridades. Necesitaba la
protección que le otorgaba la cortina de humo para pasar desapercibida, medio
oculta y desdibujada; el aura de seguridad que le aportaba el sujetar un
cigarrillo entre los dedos; la fuerza y la dureza del humo expulsado por sus
fosas nasales cuando necesitaba dar esa apariencia de la que carecía; la
sensualidad de acercárselo despacio a los labios para encenderlo cuando quería
trasmitir mensajes cifrados al sexo opuesto; la barrera de mantenerlo en la
boca el máximo tiempo posible para no tener la necesidad de decir nada; las
caladas rápidas y exigentes cuando los nervios o la fustración amenazaban con
ahogarla. ¿Cómo podía deshacerse de un compañero tan especial que la convertía
en la persona camaleónica que necesitaba ser y que se ofrecía
desinteresadamente para ayudarla en los distintos momento de su vida? Aunque
bien pensado, no ofrecía sus servicios tan desinteresadamente como le gustaba
creer, se cobraba un precio muy alto, el precio de la adicción. Pero ése valía
la pena pagarlo, porque equivalía a su peso en oro. Hasta que ese oro, un buen día, se trasformaba en arenas movedizas que
amenazaban con engullirte.
La anestesia
de los sentidos que le proporcionaba el tabaco no era tan simple como la del
gusto o el olfato, como más tarde comprobó al dejar de fumar, todo adquirió un
sabor y un aroma desconocido hasta el momento. Fue como recuperar los recuerdos
de la niñez donde todo era más vivo y brillante. Pero los sentidos, que inconscientemente
anestesiaba entonces, eran otros bien diferentes, eran los emocionales. El
fumar para distraer la soledad o el aburrimiento, combatir la tristeza, la falta
de comunicación, la necesidad de salir huyendo, de poner distancias, de
promover acercamientos que asustan, de endurecernos para afrontar un ambiente
hostil, de marcar límites. El tenerlos frente a frente no fue tan agradable
como los recuerdos de la niñez, fue doloroso, difícil y arriesgado, pero al
final valió más la pena que recuperar el gusto y el olfato. Su vida se
enriqueció, y como persona pudo volar, sin el miedo a no volver a tocar el
suelo si lo hacía.
Debido a su
forma de desenvolverse en la vida, ésta jugó a su favor, no se vio enganchada a
sustancias tan tóxicas o destructivas como la bebida o las drogas, algunos de
sus amigos no tuvieron tanta suerte. La adicción era una cosa bien distinta para ella. Necesitaba
sentirse centrada para tener la ilusión de que dominaba los desafíos diarios. Los
retos los acogía de uno en uno, procuraba que no se le amontonasen, porque le
producía inseguridad. Haberse aficionado al alcohol o las drogas, hubiera sido
como tener que elegir simultáneamente, y eso la agobiaba. Por lo que se quedó
con lo que más satisfacción le producía, o tal vez, con lo que más le ayudaba a
sobrellevar los contratiempos cotidianos. El café también estaba bien, pero
solo porque complementaba el acto de fumar, al revés no le satisfacía, por lo tanto
no podía considerarlo una adicción, como les pasaba a muchas personas que
conocía y que no podían vivir sin ninguna de las dos cosas.
¿Por qué dejó
de fumar? No es tan fácil de explicar, podría decir que le llegó el momento de
madurar y de amarse por encima de todas las cosas, quedaría muy romántico, pero
sería poco sincero, aunque si que es verdad, que ahora que ya ha dejado atrás
esa necesidad, se siente mejor consigo misma, más sana, más enérgica.
Visualizar sus órganos internos felices, la hace reír y por lo tanto le aporta alegría,
pero eso merece una explicación más amplia, tal vez después. Lo cierto es que
fue por pura obligación, forzada por las circunstancias, pero al final, por
puro convencimiento si no, está segura, de que no habría funcionado. Pero
alguna ayudita extra también tuvo, y fue la que le dio el empujón necesario
para poder replantearse, realmente, el por qué y para qué fumaba y ser mucho
más fuerte para afrontar la decisión tomada.
Cuando la
prohibición de fumar en lugares públicos se afianzó, no le tocó más remedio que
acatarla. Se pasaba más horas diarias en el trabajo que en su propia casa, por
lo que eran muchas las horas que no podía disponer de la ayuda insustituible de
su mejor amigo, el cigarrillo. Al principio intentó saltarse la normativa
escondiéndose en los lavabos como en su época de adolescente, y por cierto, no
era la única. Pero aquello no dio resultado, muchas compañeras quisquillosas
que no fumaban llamaron la atención sobre esa situación a la dirección, que
colocó unos letreros enormes recordando la prohibición, y cuyo incumplimiento,
podía desembocar en una sanción.
Benditas ellas que no sabían el gran favor que le estaban haciendo, pero
entonces las maldijo como nadie sabe. Solamente tenían permitido dos descansos
diarios a lo largo de la jornada para poder salir y matar el gusanillo. Pero
aquello era un suplicio, se pasaba el día comprobando el reloj para saber el
tiempo que le faltaba para poder hacerlo. Más tarde, cuando la situación se
hizo insostenible, parecía un yonqui en espera del siguiente chute, decidió que
en el trabajo no fumaría, solo al salir de él. Entonces le faltaba tiempo para
fumarse todos los que no había fumado durante el día. Aquello era una locura, enlazaba
uno con otro y no disfrutaba ninguno. Después se dijo que tan solo lo haría los
fines de semana, y así no se sentiría tan impulsada a fumárselos a destajo.
Pero aquello tampoco resultó, aglutinaba en dos días los mismos que se hubiera
fumado durante la semana entera. Entonces fue cuando comenzó a darse cuenta de que
fumar no representaba el placer ni la satisfacción que creía, todo había sido
un engaño. Todos aquellos cigarrillos eran fumados con desesperación y la
dejaban con la sensación de que un gran monstruo, que la tenía dominada, habitaba
en su interior. A partir de aquí fue cuando comenzaron las preguntas del por qué
fumaba y para qué lo hacia. Y las respuestas que encontró no le gustaron nada. Entonces
fue cuando tomó la determinación de destruir el dragón que habitaba en su
interior y tomar el control absoluto de su vida.
La mejor
manera que encontró para hacerlo fue corriendo, tal vez la frustración y el
deseo que sentía cada vez que quería fumar podría trasformarlo en energía. El
primer sábado que lo intentó se dio cuenta de lo ilusa que había sido, sus
pulmones, atascados de toxicidad, no le permitieron ni hacer una carrera corta.
Pero esta decisión fue la propiciatoria, de que la ayuda extra que os he
comentado anteriormente, acudiera a su rescate.
El día era
esplendido, cielo limpio, brisa fresca, y poca gente en aquellas horas tan
tempranas. Pero la firme determinación con la que había comenzado se vio
truncada por la falta de oxigeno en sus pulmones. Tuvo que buscar un lugar
donde recuperar el resuello y las fuerzas que flaqueaban. Se estaba bien en
aquel rincón del parque que había escogido para su estreno como corredora de
fondo, el banco donde estaba sentada le propiciaba una vista magnífica, y los
claroscuros de los árboles la temperatura adecuada. Nunca había estado en
aquellos jardines, lo suyo nunca había sido los madrugones festivos y tampoco
las aglomeraciones mañaneras, por lo que aquel lugar siempre había estado
vetado para ella. Pero reconocía que se había perdido un lugar fantástico para
pasear. Las plantas y los árboles estaban muy bien cuidados, y por todos lados
había profusión de flores llenas de colorido, cada una con el cartelito
indicativo del nombre de su especie.
Esto lo pudo apreciar al observar las que tenía junto al banco en el que
descansaba. Su nombre le hizo sonreír, verdaderamente había escogido el lugar
adecuado, aquellas flores tenían un nombre muy parecido al problema del cual
estaba intentando desprenderse. Aunque no creía mucho en las coincidencias pensó, que tal vez aquella, podría ser una de acertada. Tomó entre sus manos
una pequeña flor para observarla más de cerca. Su color blanco le trasmitió al
instante el mensaje de limpieza y purificación, y aquel pensamiento le hizo
mucha gracia, las coincidencias iban por buen camino. Su forma, de estrella de
cinco puntas redondeadas, le recordó a una persona intentando llamar la
atención, las piernas separadas para afianzarse y los brazos extendidos
pidiendo auxilio. Aquello se ponía cada vez más interesante. Del centro nacía
una pequeña protuberancia de color verde, como un enorme ombligo. Ya puestos
comenzó a pensar que le trasmitía aquello, y se quedó sorprendida con lo que le
vino a la mente. El ombligo representaba la unión con la madre y el primer
alimento nutricio, pues bien la flor hablaba de unión con la madre naturaleza y
el oxigeno. En algún lugar había leído el significado de los colores, y rebuscó
en su mente para tratar de recordar lo que significaba el color verde:
esperanza, sanación, equilibrio, tranquilidad. Aquellas conclusiones era
alucinantes, menuda conversación estaba teniendo con una flor desconocida de
nombre tan curioso. Solo faltaba que su olor también tuviera algún significado.
Al cerrar los ojos y acercársela a la nariz para aspirar con fruición, su
cerebro no la asoció con ningún olor determinado, pero desencadenó en su
interior algo mucho más importante. Las sensaciones que se sucedieron fueron
alucinantes. En primer lugar su cuerpo fue sacudido por una fuerza invisible
pero poderosa. La vibración alcanzó hasta el último resquicio de su cuerpo, y
ante la pantalla de su mente desfilaron sus órganos internos, achacosos,
enfermos y tristes. Todos ellos le rogaron, que por favor, hiciera algo para
salvarlos. Al momento la vibración fue deteniéndose en cada uno de ellos para
liberarlos y limpiarlos de todas las impurezas aglutinadas tras años de
acumular toxicidad. Era fantástico observar como una vez recuperados, saltaban,
bailaban y reían llenos de felicidad. Su sangre comenzó a lanzarse en tobogán
por todas sus venas y capilares radiante de alegría. Su interior era una
auténtica fiesta. Después, con tranquilidad, las emociones escondidas en un
rincón, fueron apareciendo una a una para hacerse visibles con transparencia y
nitidez. Y pudo, sin tapujos, afrontar sus carencias y sus miedos, a cara
descubierta, sin cortinas de humo que ocultaran o desdibujaran. Los “por qué” y
“para qué” habían quedado al descubierto y ahora podían ser integrados. La sensibilidad y
vulnerabilidad, con la que había afrontado los desafíos diarios hasta entonces,
se estaban trasformando en fuerza y coraje, ya no necesitaba insensibilizarse
para proteger los verdaderos sentimientos de su corazón. Se sentía emprendedora
sin la necesidad de muletas que la conectaran con el mundo, sabiendo donde estaban
sus límites y donde el de los demás, sin barreras de humo que la conectaran o
la alejaran según la situación. Había sido un viaje alucinante y sin necesidad
de alucinógenos tóxicos o dañinos para su organismo.
Al abrir los
ojos de nuevo miró rápidamente el reloj, pensando que debía haber permanecido
horas en aquel estado, pero sorprendida comprobó que tan solo habían
trascurrido unos minutos. Debía haberse quedado dormida de agotamiento. Recordaba, que a veces cuando sonaba el despertador por las mañanas y se hacia
la remolona en la cama, soñaba muchísimas cosas en el corto espacio de unos
segundos, por lo que siempre había creído que el tiempo no existía y todo era
una invención del subconsciente, lo que acababa de suceder se lo confirmaba.
Con la flor aún sujeta entre sus dedos regresó a casa, convencida de que todo
había sido un sueño pero segura de que en verdad había sido muy clarificador, y
como además aquel lugar le había encantado, con la seguridad de que iría allí
muy a menudo.
A partir de aquel
día acudió un ratito todas las mañanas al rincón de las flores de nombre
curioso, y sin excepción, soñaba alguna cosa con mensajes codificados para su
única y exclusiva comprensión. Con cada día que pasaba su determinación de
mantenerse alejada del tabaco crecía, y ella se hacía más fuerte. Afrontaba las
situaciones desde otro punto, con la mirada puesta en sus sentimientos y
emociones, canalizándolas e integrándolas. Poco a poco recobró los sentidos
abotargados y anulados por años de adicción. No recordaba la última vez que
había saboreado esa o aquella fruta, aquel plato tan apetitoso o ese helado tan
rico. Y no digamos nada de los olores, las flores, el mar, las comidas, los
perfumes, la montaña, el café. Sus fosas nasales se deleitaban con todos los aromas,
incluso los desagradables eran bien acogidos, significaba que algo importante
había sido desbloqueado.
Cuando en la
actualidad alguien le pregunta su secreto para dejar de fumar, porque también quiere
conseguirlo, sonríe y lo lleva a dar un paseo por un parque cercano a su casa,
y como el que no hace la cosa, le ofrece una de aquellas flores para que la
huela. No explica nada, la tratarían de loca, pero tras varias visitas al
lugar, encuentran el coraje necesario para afrontar la decisión que ya habían
tomado con anterioridad. Todo sucede más rápido, y además, sin excepciones, todos
experimentan un cambio sustancial y positivo en sus vidas. Resuelven conflictos
internos que hasta el momento creían desconocer y afrontan retos decisivos en
sus vidas. Ella sabe el secreto, pero lo guarda celosamente en su interior, tan
solo les pertenece a las flores de nombre curioso y a ella misma.
Nicotina (Esencia de California |