LARKSPUR
Hasta llegar
aquí he tenido que hacer un largo recorrido, no exento de numerosos altibajos,
pero al final, como buena historia que se precie, encontré mi camino y todos
hemos salido ganando. La verdad es que hubo muchas veces que dudé de que esas
palabras fueran ciertas, bien porque no creía poder aportar nada constructivo a
los que así lo esperaban de mí, o porque, una vez asumido mi papel de líder,
éste se me fue de las manos. Todo comenzó con unas vacaciones que tenían que
servir para desestresarme, llevaba una larga temporada intentando poner a flote
un pequeño negocio y apenas me había tomado un día libre, cuando la cosa
comenzó a rular un poco llegué a la conclusión de que hacía un himpas y
recuperaba fuerzas, o de lo contrario acabaría por caer enfermo. Fue tomar la
decisión de cogerme unos días de descanso cuando me tope, casi de bruces, con
una valla publicitaria de “Mágicas vacaciones en el mar”, por mi mente no había pasado en ningún
momento el hacer un crucero, más bien mi idea de unos días de descanso eran
quedarme en casa, levantarme cundo el cuerpo lo pidiera, pasear, buena comida,
y lectura relajante, pero en aquel momento pensé que no estaría mal hacer eso
mismo pero disfrutando del balanceo y con alguna que otra visita turística
cuando atracáramos en algún puerto. Sin pensarlo fui a reservar un pasaje, si
lo hacía demasiado tal vez no habría ni casa ni barco y caería en aquello de
“ya me tomaré un descanso más adelante”, así que como aquel que no quiere la
cosa me vi en alta mar disfrutando del sol y del aire. Confieso que los
primeros días me resultaron aburridos, acostumbrado como estaba al ajetreo
diario, el estar en una tumbona leyendo o haciendo unos largos de piscina me
abrumaban. Después, cuando comencé a tomarle el gustillo, pensé que aquella era
la mejor elección que había podido hacer. Pero la vida se iba a encargar de que
no me acostumbrara mucho a la inactividad.
Como siempre,
después de la cena comenzaba el espectáculo y el baile, pero a mi nunca me han
ido mucho esas cosas, por lo que prefería pasearme por cubierta disfrutando de
la brisa y los reflejos de la luna sobre las olas, pero aquella noche la
oscuridad era total, grandes nubarrones debían cubrir el cielo ya que la luna,
que en aquellos entonces debía estar completamente llena, no iluminaba
absolutamente nada. Un ligero viento comenzó a soplar de improviso, para acabar
convirtiéndose en una autentico vendaval. Recuerdo que pensé con sorna que si
se desataba una tormenta los bailarines de la pista iban a disfrutar de los
lindo sin tener que mover apenas los pies, pero para nada se me pasó por la
cabeza que el barco pudiera tener algún problema por esa razón, lo veía un
mastodonte fuerte e indestructible. Al llegar a mi camarote no fue necesario
abrir el interruptor para no tropezarme con la silla del escritorio, como
acostumbraba a pasarme invariablemente cada noche, ya que la habitación se
iluminó con el primero de los relámpagos que dieron comienzo a la tormenta. Se
sucedían sin parar y el ruido de los truenos era ensordecedor. Me aposté frente
al ojo de buey de mi ventana fascinado por el espectáculo, pensando que jamás
olvidaría tal derroche de luz y energía. Tal vez fue, porque estaba tan embelesado
con la representación de los elementos que tenía delante, que no me percaté que
el barco se inclinaba peligrosamente hacia un lado. Me sacó de mi
ensimismamiento el golpe al caer que dio el libro que acababa de comenzar
aquella misma mañana a leer y que había dejado preparado sobre la mesilla. Me
sobresaltó más que el trueno que acababa de retumbar. Fue entonces cuando me di
cuenta de que algo no iba bien. Al abrir la puerta del camarote me quedé como
hipnotizado viendo las carreras de la tripulación pasillo abajo. En ese momento
me vino de golpe una de las imágenes que más me impactaron cuando vi la
película de Titánic, la del hundimiento, y un escalofrío recorrió de arriba a
bajo mi espalda. Como si hubiera sido invocada por mis pensamientos, la alarma
comenzó a sonar y por los altavoces resonaron las palabras del capitán, que
intentaban ser tranquilizadoras, convocando a los todos los pasajeros a que
acudiéramos a la cubierta donde estuviéramos en aquellos momentos. Por un
momento pensé que me había quedado dormido y estaba teniendo una pesadilla,
pero enseguida me di cuenta de que aquello era real y bien real.
En la cubierta
donde me encontraba había menos pasajeros que en las demás, ya que a aquellas
horas de la noche éramos pocos los que nos habíamos retirado a descansar y allí
solo había camarotes, la amplia mayoría estaban en la cubierta superior donde
se aglutinaban los diferentes restaurantes, y salas de espectáculo, que como
cada noche, estaban a reventar. No se lo que debió pasar en las demás
cubiertas, me puedo hacer una ligera idea, pero en la nuestra el caos era
total, los ataques de histeria se repetían por doquier, pasajeros que se
quedaban como clavados en el suelo y otros que empujaban queriendo ser los
primeros para lo que fuera, los llantos, los gritos y los juramentos no dejaban
oír lo que los empleados del barco intentaban decirnos. A pesar de todo, y aún
no sé muy bien porqué, yo estaba sumido en una calma total. Tal vez fuera mi
forma de afrontar el miedo colectivo que se extendía como una marabunta. Me
puse junto a los componentes de la tripulación, y sin miramientos comencé a
ayudarlos a evacuar a los pasajeros, digo sin miramientos porque en más de una
ocasión tuve que encararme con alguien que pretendía salvarse a toda costa por
encima de los demás. Cada barca de salvamento estaba preparada para un número
determinado de pasajeros, llenarla en demasía podía convertirla en una trampa
mortal, pero aún así, había quien llevado por el histerismo o el egoísmo quería
subirse a la fuerza. Cuando ya solo quedábamos unos pocos me pusieron en las
manos un chaleco salvavidas y me obligaron a subirme a una de ellas, hubiera
preferido seguir ayudando a todos aquellos valientes que estaban dando su vida
por nosotros, pero no hubo discusión posible, y me vi de pronto asiéndome con
fuerza a cualquier punto de la barca para no salir despedido por el embate de
alguna ola.
Si los gritos
y los llantos de cubierta habían sido espeluznantes, los que allí se escuchaban
lo eran aún más, cada vez que la barca de salvamento se inclinaba peligrosamente
como queriendo ser engullida por el mar, se desataba la histeria colectiva, y
como cegados por el miedo todos se desplazaban hacia el lado contrario
intentado huir del peligro, pero lo único que conseguían era que la barca
zozobrara cada vez con más intensidad. De nuevo mi sangre fría, que desconocía
que alguna vez la hubiera tenido, se hizo con la situación. Haciéndome entender
por encima de aquel caos logré imponer algún orden y transmitir cierto grado de
tranquilidad. Al menos ya no intentaban ir de un lado a otro, y reprimían la
necesidad de salir huyendo sujetándose con todas las fuerzas que les eran
posibles. Confiaba en que el capitán hubiera tenido el tiempo suficiente para
dar la voz de alarma y que los equipos de rescate no tardaran en llegar, pero
la tormenta continuó con la misma intensidad, o más, durante lo que me parecieron
unas horas interminables. Cuando la tormenta cesó tan bruscamente como había
comenzado, nuestra barca había sido arrastrada muy lejos del hundimiento.
Lo que sucedió
después parece sacado de la ficción, pero os prometo que no es así, ojalá todo
aquello lo hubiera sido. Durante aquella largas en interminables horas la
oscuridad fue total, no tenía ni idea de donde nos encontrábamos, solo intuía
que bastante lejos de donde deberíamos estar porque el silencio era total. Mis
palabras tranquilas de aliento debieron causar algún efecto en los demás porque
todos se quedaron medio dormidos, la fatiga y el estrés de la situación les
pasaba factura. Pero a mí el sueño me había abandonado por completo e intentaba
forzar la vista entre aquella densa negrura tratando de ver algo que me diera
una esperanza. Con la primera claridad que se abrió paso entre las nubes que
aún cubrían el cielo, mi presentimiento se hizo certeza. Estábamos a la deriva
muy lejos de ninguna parte. Gracias a aquel peñasco, porque a isla no llegaba,
y a una ayuda improvisada, pudimos sobrevivir hasta que bastantes días más
tarde fuimos rescatados.
Al final el
cansancio me estaba venciendo y los parpados me pesaban como si alguien hubiera
colgado de ellos unas grandes pesas, pero algo hizo que de golpe me pusiera
alerta, el sonido de un arañazo y un ligero movimiento hacía delante de la
barca que inclinó bruscamente mi cuerpo hacia detrás. Como a mi me había pasado,
muchos de los que dormían, abrieron los ojos sobresaltados. Lo que vimos nos
dejó a todos sin palabras, varios delfines se iban turnando a nuestro alrededor
para empujar la barca, mientras otros saltaban sobre las olas por delante de
ella. En alguna ocasión había leído de delfines que orientan a barcos a la
deriva, pero ni en mis más remotas fantasías hubiera imaginado poder vivirlo.
Cuando a lo lejos vimos asomar lo que parecían unas cuantas rocas apiladas, los
delfines se alejaron tan rápido como habían llegado. Desde entonces, os puedo
asegurar que esos simpáticos cetáceos no representan lo mismo para mí, y me dan
una inmensa pena cuando los veo en algún acuario, o lo que es peor, en
sangrientas cacerías llevadas a cabo, tal vez, por los mismos humanos a los que
ellos generosamente hubieran salvado.
Cuando me vi
de nuevo en tierra firme, sin el constante balanceo de la barca, os aseguro que
me encontré perdido, era como si ambos nos hubiéramos hecho íntimos y ahora me sentía
perdido sin ella. A los demás debió pasarles lo mismo ya que sus caras
reflejaban el mismo desamparo que el mío. Me senté con la cabeza entre las
manos, acusando la bajada de adrenalina que me había mantenido alerta durante
todo aquel tiempo, pero al momento sentí que mil ojos se clavaban en mí. Al levantar la vista me di cuenta de que
todos estaban observándome como esperando a que les diera las indicaciones del
próximo paso que debíamos hacer. Me sentí tan confundido e impotente que mis
ojos se llenaron de lágrimas ¿qué esperaban todos de mí? Yo era uno más de
ellos, una víctima, y también esperaba que alguien asumiera el mando y diera
soluciones al infierno en el que nos encontrábamos. Parecían seguir esperando a
que, como en el barco y durante todo el tiempo que habíamos estado a la deriva,
yo asumiera el mando y los sacara de aquel trance. Pero aquello solo había sido
la consecuencia de una situación extrema, y de no haber sido yo, estoy seguro
que hubiera sido cualquier otro el que hubiera actuado. Esperando mi próximo movimiento
comenzaron a tomar asiento a mí alrededor, y en vista de mi mutismo, uno a uno
fueron quedándose dormidos con la tranquilidad que da el saber que alguien vela
por nosotros. Me sentía tan perdido como todos ellos, pero en mi caso, sin
nadie a quien dirigir la mirada y pensar que todo lo iba a solucionar por mí.
Me fue encogiendo sobre mi mismo, hasta quedar en posición fetal, y arropado
por la incertidumbre y la soledad, derramé en silencio todas las lágrimas que con
anterioridad ya habían vertido los demás.
Cuando me sentí vacío de todas ellas
me levante con sigilo y me aparté del grupo. Tenía necesidad de caminar.
Ensimismado como estaba regodeándome en mi propio desamparo, no me di cuenta de
que mis pasos habían sido seguidos desde el mar. Solo reaccioné a su presencia
cuando un golpe de agua me empapó de arriba a bajo. Aún sobresaltado me giré
hacia el lugar desde el que había sido atacado. Y para mi sorpresa, vi a un
delfín que se reía de mi mientras caminaba hacía atrás con su poderosa cola.
Aún no me había quitado del todo el agua que chorreaba por mi cara, cuando de
nuevo me vi inundado por ella. Alguien se lo estaba pasando en grande a mi
costa, no tuve más remedio que ponerme a reír con él, eso fue una maravillosa
válvula de escape para toda la tensión y el miedo que llevaba acumulados. Mi
simpático acompañante fue siguiendo mi paseo, bueno más bien creo que lo seguí
yo a él, aunque en aquellos momentos no me percaté de nada. Hasta que de golpe
se detuvo en seco. Esta vez no se dedicó a lanzarme agua con sus saltos, sino
que llenaba su boca con ella y después la lanzaba a un lugar hacia mi derecha,
parecía un bombero intentando apagar un fuego.
Aquello me hizo tanta gracia que
fui a mirar convencido de que era eso lo que estaba haciendo. En su lugar me
encontré con unas flores azules de cáliz prolongado en forma de espuela que
colgaban formando pequeños racimos. El delfín debía intentar decirme algo
porque de pronto dejo de lanzar agua y se quedó muy quieto asomando apenas el
morro y con uno de sus ojillos pendiente de mí. Intrigado me senté allí mismo
sin dejar de observarlo, ambos con las miradas clavadas el uno en el otro, pero
a mi debió vencerme el agotamiento porque sin darme cuenta perdí el mundo por
unos instantes, me quedé completamente dormido. Me asaltaron unos sueños muy raros,
que más tarde asocié a mi extraño visitante. Me vi formando parte de una manada
de delfines, y aunque seguía siendo yo mismo, a la vez, era también un delfín.
Unas vibraciones en el agua me hacían ponerme alerta y nadando como una flecha
me acercaba a un lugar donde muchas personas aguardaban. Sin hablar, porque era
un delfín, las iba trasladando de una a una hasta un lugar seguro. Comprendía,
con mi mente humana y conciencia de delfín, que a pesar de no haber previsto
aquel salvamento algo en mi interior estaba preparado para hacerlo, como si una
información innata en mis genes me empujara a asumir el liderazgo
garantizándome los resultados. Fue como dejar ir el aire cuando se ha estado
reteniendo durante mucho tiempo, sentía que una pesada carga acababa de hacerse
liviana y llevadera. Cuando estaba a punto de dar un gran salto sobre las olas
impulsado por mi cola de delfín, un nuevo golpe de agua me trajo a la realidad.
Mi amigo acababa de hacer de las suyas. Con aquella sensación del sueño aún
flotando en mi interior regresé de nuevo al lugar en el que todos esperaban.
Sus caras de alivio al verme hicieron que una fuerza desconocida recorriera
todo mi ser. De nuevo mi sangre fría había vuelto, estaba preparado para asumir
el mando.
Nadie
cuestionó mis órdenes, sin necesidad de imposición alguna todos realizaron las
tareas que les había encomendado con plena confianza en mis capacidades
organizativas. Al llegar la noche habíamos encontrado un sitio para resguardarnos
de las inclemencias del tiempo, comida suficiente para subsistir unos días,
localizado el lugar de donde podíamos obtener agua potable y marcado con piedra
en la arena de la playa unas señales reconocibles desde el cielo. Al día
siguiente ya nos encargaríamos de confeccionar más señales desde otros puntos
para poder ser localizados, pero todos estábamos extenuados y nos merecíamos
comer algo y tomarnos un descanso.
Aquella noche
no sé que debió ocurrirme, tal vez fue la cantidad tan grande de adrenalina que
aún recorría mi cuerpo después de toda la actividad, o que como suele suceder
mal nos pese, la satisfacción y el subidón que aporta el poder, pero lo cierto
es, y me avergüenza reconocerlo, que en cuestión de horas pase de ser el líder
carismático que aglutina a su alrededor para llevar a cabo una tarea encomiable,
a ser el líder dictatorial y tirano corrompido por ansías de poder. Tal vez la
cosa no fue tan dramática como la describo ahora, pero pensad por un momento en
la situación: alejados totalmente del mundo, aglutinados en un pequeño pedazo
de rocas y vegetación, incomunicados y sin saber lo que pudiera depararnos el
momento siguiente. Las emociones y los sentimientos se multiplican por cien y
las reacciones se vuelven explosivas y volcánicas.
A la mañana
siguiente, lo que el día anterior eran sugerencias y orientaciones, se habían
convertido en decretos y gritos autoritarios. Las miradas que antes habían sido
de admiración y confianza se volvieron cargadas de rencor y de miedo. Era como
si una adicción se hubiera apoderado de mí y me hubiera sumido en la locura. Y
no es que lo que dijera no fuera lo que se tenía que hacer para lograr el
objetivo necesario, era mi forma despótica y arrogante de llevarlo a cabo. A la
hora de repartir el alimento para pasar aquel día, sin consultar con nadie yo
me apoderé de la porción más grande alegando que, ya que era el que tenía el
mando, también debía ser el que estuviera mejor alimentado. Podría decir que mi
comportamiento de aquellos días estaba motivado por un exagerado sentido del
deber, pero os engañaría, simplemente era mi intransigencia, exigía que todos
actuaran y se comportaran como yo creía que debían hacerlo. No creáis que por
lo dicho yo me sentaba tranquilamente a descansar mientras daba órdenes y los otros se deslomaban, trabajaba como el
primero, pero desde la vanidad del que sabe como se han de hacer las cosas
mejor que nadie. Aquel comportamiento me pasó factura, me sentía agotado y
extenuado, pero no por eso consentí en delegar en nadie, me gustaba demasiado
el poder para cederlo.
Un día, cuando
me alejé del grupo en busca del lugar apropiado para plantar una especie de
bandera que se viera desde el mar, de nuevo tuve la singular visita de mi amigo
desaparecido en combate, ya que desde el día del sueño del delfín no había
vuelto a verlo. De nuevo siguió mis pasos mojándome cada dos por tres, parecía
como si estuviera muy enfadado conmigo, ya que aquello no parecía un juego como
la vez anterior, sino más bien un ataque. Al cabo de un rato y como la otra vez
se dedicó a arrojar agua a un lugar fuera de mi vista. Movido por la curiosidad
me acerqué a ver, y para mi sorpresa me encontré con las mismas flores azules en
forma de espuela. Ante su mirada amenazadora, parecía que estaba dispuesto a
salir del agua y lanzarse sobre mí, tomé asiento y le aguante la mirada con
arrogancia, y de nuevo entré en un sopor parecido al sueño. Volvía a ser yo
mismo fundido con el cuerpo de un delfín. Esta vez no era yo el que rescataba a
nadie, sino que por el contrario, era el que estaba atrapado en una gran red de
pesca y me debatía por liberarme, los demás delfines me miraban con
indeferencia, por sus miradas comprendía que estaban muy enfadados. De pronto,
ante mi, aparecía una ballena que dando unos tremendos coletazos los alejaba a
todos de allí, sentía un gran alivio, por fin iba a ser rescatado, pero por el
contrario se dedicó a sentarse en una especie de trono y repartir ordenes a
diestro y siniestro, con mucha soberbia y tiranía. Cuando estaba a punto de
ahogarme entre las redes por falta de auxilio, una gran calma se apoderó de
todo mi ser. Unas palabras, mezcladas con el singular canto de los delfines, se
filtraron por mi mente haciéndome comprender muchas cosas. Cuando el liderazgo no
era cálido y respetuoso, dejaba de ser liderazgo para convertirse en tiranía y
dictadura, y el camino se transforma en miedo y soledad. Miedo a perder lo que se
quiere por encima de todas las cosas, y ese miedo hace que no nos importe pisotear
para no perder el poder que tanto deseamos. Es entonces cuando llega la
soledad, porque se ha perdido el respeto
y la confianza de los demás.
De nuevo
volvía a ser yo mismo sentado frente al mar, gruesas lágrimas de vergüenza
resbalaban por mi cara. En que persona me había convertido en unos días, yo que
siempre me había enarbolado el estandarte del respeto y la tolerancia. Había
querido ser un líder al servicio de los demás y había acabado siendo un líder
para mis deseos de poder ¿Dónde había quedado la generosidad y la confianza, la
alegría y la calma interior? Deseaba por encima de todas las cosas recuperar
todo lo que había perdido en ese camino adictivo. Si era necesario me rebajaría
y pediría perdón a uno por uno, dando un paso atrás para que otro asumiera el
papel de líder que yo había pisoteado y que no merecía.
Al volver al
campamento improvisado que habíamos construido, me aguardaban con expectación.
Por sus miradas me di cuenta de que no todo estaba perdido, a pesar de lo
sucedido seguían confiando en mí. Antes de tomar ninguna decisión, tuve la
suficiente valentía como para humillarme delante de todos y pedir perdón por mi
comportamiento. Debieron ver sinceridad en mis palabras porque todos se
acercaron para abrazarme. Nadie supo lo que había pasado en aquel corto espacio
de tiempo, era suficiente con que yo lo supiera, pero los días anteriores al
tan deseado rescate los vivimos con una estrecha camaradería y confianza. La
energía positiva que se respiraba en el grupo
hizo que nos mantuviéramos cuerdos el resto del tiempo que pasamos
juntos.
Guardo un gran
recuerdo de todos, una vez al año nos reunimos de nuevo. Aunque os cueste
creerlo todos hemos superado el miedo a los barcos, ya que nuestro encuentro es
en uno de ellos. Como no pudimos acabar nuestro primer crucero, entre todos decidimos
que la mejor manera de superar la fatal experiencia sería hacer uno como Dios
manda, y el resultado fue tan divertido que acordamos que nuestra reunión anual
sería de la misma manera. En cada reunión surgen anécdotas de aquellos días, y
no dejan de agradecerme todo lo que hice por ellos al asumir el mando de la
situación, pero cuando me hacen la misma pregunta de siempre, sobre lo que pasó
aquel día que les pedí perdón, los miro, sonrío y me pongo como un tomate de
vergüenza al recordar mi comportamiento, y cuando les contestó que un delfín fue
el responsable, todos se echan a reír y cambiamos de tema. Sé que en el fondo
todos saben que es cierto, fueron testigos de cómo nos ayudaron para encontrar
tierra en medio del mar, pero creen que los demás los trataran de locos si lo
explican y prefieren no reconocerlo abiertamente. A mí no me importa decirlo,
soy quien soy y estoy donde estoy gracias a los delfines y a unas pequeñas
flores.
Larkpur (Esencia de California) |