LOTUS (Esencia de California)
“Un largo camino a recorrer”
Esta es mi historia, pero podría
ser la de cualquier otro, que como yo, confundió lo que es ser un maestro
espiritual que tiende puentes para que otros puedan cruzarlos, a creerse el
puente por el que otros han de pasar con su beneplácito. No estoy orgullosa de
la persona que fui, pero si me siento muy orgullosa de la persona en la cual me
he convertido, y todo gracias a unas grandes maestras que encontré por el camino,
hermosas en su perfecta sencillez y sabías en su humildad, ellas me
trasmitieron, desde su no hacer nada, toda la energía equilibradora que
necesitaba en aquellos momentos en los que mi espiritualidad había perdido el
norte y amenazaba con arrastrar tras de sí la de otros que habían confiado en
mí. Con ellas aprendí que un maestro espiritual no es aquel que más sabe, sino
aquel que sabe compartir su propio aprendizaje sin imponer para nada su camino.
Que no hay maestros ni discípulos, sino seres humanos compartiendo un mismo
sendero y dándose las manos, los unos a los otros, cuando éste se torna
demasiado dificultoso. A través de ellas comprendí, que el mayor obstáculo en
el camino de la espiritualidad no es la incomprensión de los que te rodean,
sino el orgullo espiritual que acecha en cualquier recodo del recorrido. Pero
precisamente, y gracias a todas esas piedras que te vas encontrando en él, es
como tu espíritu crece, tu alma se encuentra a sí misma, y tu corazón se hace
tan grande que puedes dar cabida incondicionalmente a todos y a todo cuanto te
rodea. Lo importante no es caer, sino la forma en la cual tú intentas
levantarte y lo consigues. Como decía un maestro muy grande que compartió parte
de su recorrido conmigo: “El que tropieza y no cae adelante camino, y si has
caído, analiza los daños, cúrate y sigue caminando”.
Mis maestras aparecieron por pura
casualidad, como dirían algunos, aunque yo tengo muy claro que fue la
causalidad, y las causas se daban en aquel momento, además, ya sabemos que el
maestro aparece cuando el discípulo está preparado, y nunca mayor aseveración
fue real. Ellas estaban allí cuando más las necesité, cuando mi globo
espiritual había ascendido tanto que precisaba con urgencia descender a la
tierra, retomar mi parte humana y contactar de nuevo con la compasión. Había
ignorado ese lado oscuro que todos tenemos, y que solo dándole luz podemos
aceptar e integrar, para ponerlo a nuestro servicio y trascenderlo.
Si en alguna parte de este relato
te encuentras identificado, no asumas a pies juntillas todo lo que estás
leyendo, me harás muy feliz si lo pones en tela de juicio, porque esa es la
manera en la que analizarás las propias circunstancias que hacen que nuestras
historias se asemejen y poder llevar a
cabo los reajustes necesarios en la tuya. Mi historia es mi historia con mis particularidades
y sus matices, la tuya es la tuya, con las suyas propias. Lo que yo siento no
tiene porque ser lo que sientas tú, pero lo que si puedo asegurarte es que las
pequeñas maestras que me ayudaron a comprender muchas cosas, también pueden
servirte a ti de ayuda. Así fue como todo comenzó…
Mi vida había transcurrido sin
grandes altibajos, era feliz con ella, pero una pequeña parte de mí pugnaba por
salir, no sabía que era aquello, pero sí que algo faltaba para que todo fuera
completo. Mis creencias nunca habían estado bien definidas, la religión que
procesaba era más como una imposición social
que una convicción. Lo que tenia muy claro era que había algo muy
poderoso más allá de lo tangible, y que no era para nada el ojo que juzga y
sentencia que me habían hecho creer de pequeña. Ese “Algo” era amoroso y
comprensivo, y la vida no tenía sentido sin tan solo era la pequeña porción de
tiempo al cual estábamos destinados.
La espiritualidad llegó a mí de
golpe, a través de algunas personas de mi entorno a las cuales les tenía un
gran amor y respeto, y no me cuestioné nada, entré de lleno, como si todo lo
que me llegaba ya formara parte de mí antes de saberlo. Eso sigo afirmándolo
hoy, somos seres espirituales vivenciando experiencias terrenales, por lo tanto,
en nuestra alma están profundamente gravadas todas las enseñanzas que en cada
encarnación vamos descubriendo y asimilando. No es tanto lo que aprendemos,
sino lo que recordamos, cada vez que llega a nuestras vidas una información
nueva. Como os decía, entré tan de lleno en temas espirituales que el resto de
mi humanidad se quedó en parte relegado. No quiero decir con eso que abandoné
mi forma de vivir, mi familia o mi trabajo, sino que para mí ciertas cosas
dejaron de tener relevancia para dársela a otras que me llenaban por completo.
Cada día era más enriquecedor que el anterior, me había convertido en una
esponja que todo lo absorbía. Libros, seminarios, cursos, conferencias,
maestros. Me sentía tan identificada con aquella corriente de pensamientos que
me volqué totalmente en ella. Mirando hacia atrás me doy cuenta de que mi
despertar espiritual estuvo lleno de riqueza y de personas maravillosas que
aportaron a mi vida mucha sabiduría, y que no cambiaría nada de todo lo que
aprendí, porque la única responsable de que toda aquella fertilidad acabara
convirtiéndose en orgullo y soberbia fui yo misma.
La meditación se convirtió en el
eje de mi vida, todo lo que ocurría en ella debía pasar antes por su filtro.
Comencé a desmenuzar las cosas cotidianas que me sucedían, una y otra vez,
hasta averiguar y comprender la enseñanza que llevaban implícitas, olvidándome
de disfrutar la vida, que ahora tengo muy claro, que es aquello para lo cual
vinimos. No digo que el analizar los sucesos relevantes que nos suceden o
aquellos que nos llaman la atención no deba hacerse, nada más lejos de la
realidad, solo digo que no hay que obsesionarse con todas y cada una de las
cosas que nos suceden, hay algunas que pasan porque sí y no tienen ninguna
enseñanza relevante, sino la de darnos cuenta de lo afortunados que somos por
estar en el aquí y el ahora, que ya es mucho. Tampoco quiero decir que la
meditación se algo cuestionable, pero creo, desde el conocimiento que he
adquirido, que aún sin negar los beneficios que comporta, no es necesario vivir
en entera meditación contemplativa, ya que no estamos en los tiempos en los que
había que convertirse en ascetas o místicos y retirarse a un monasterio para
experimentar la espiritualidad. Ahora estamos en una época totalmente distinta,
donde la vida sucede a un ritmo frenético y en la que no podemos aislarnos de
los demás, sino que es necesario compartir la vida diaria, y extraer de la cotidianidad
de todas las cosas que realizamos, la enseñanza espiritual que hay implícita.
Con el tiempo he llegado a comprender que se puede meditar fregando platos,
arreglando el jardín, cocinando, leyendo un cuento a tus hijos, paseando,
trabajando, comiendo… siempre y cuando lo que realices, lo efectúes siendo
consciente de lo que estás haciendo. No es lo mismo comerse una manzana
mientras ojeas el periódico, que comerte esa misma manzana siendo consciente de
todo el proceso que ha sido necesario hasta llegar a tus manos, de la energía
que te está proporcionando sin pedir nada a cambio, de que ha sido creada
exclusivamente para ofrecer un servicio a tu cuerpo, entonces es cuando le
dedicas tu atención, la comes con respeto y la saboreas ¡Ahí hay meditación! No
es lo mismo trabajar porque es un mal necesario que te ves obligado a hacer
para poder vivir, a cuando das lo mejor de ti mismo en cada tarea que realizas,
con amabilidad y cortesía hacia las personas que se relacionan contigo en esa
labor, sabiendo que todo lo que haces, desde poner un sello, a limpiar los
baños o dirigir una empresa tiene relevancia en el entorno y deja una huella
indestructible en nuestra vida y en la de los demás. En aquellos momentos
cruciales de mi existencia yo perdí de vista todo lo que ahora os he expuesto.
Después de asistir a muchos
cursos espirituales donde las enseñanzas de algunos maestros marcaron mi
apertura espiritual, y tras recibir las iniciaciones necesarias que me
confirmaban, a mí también, como a una maestra, fui yo la que me dedique a
impartir esos mismos cursos y a llevar las enseñanzas recibidas a otros lugares
y a otras personas. Al principio mi ego espiritual no se vio afectado, tenía
muy claro que no estaba por encima de nadie, sabía que tan solo compartía la
sabiduría que a mí me había llegado con aquellos que no habían sido tan
afortunados, y ellos, a su vez, compartían conmigo sus propias experiencias.
Fue una época muy enriquecedora para todos, ya que la información no dejaba de
fluir desde y hacia todos lados. Pero pasado un tiempo, me sucedió lo que a
otros maestros les ha sucedido antes que a mí, hizo su aparición el orgullo
espiritual, el propio ego inflamado. Ocurrió sin darme cuenta, o si me di, miré
hacia otro lado porque aquello me hacia sentir realizada. El creerme superior a
los discípulos que acudían a mí y que me trataban con tanta admiración, hizo
que me fuera imprescindible pasar sin su adulación. Cualquier cosa que yo
explicara o enseñara era absorbido por
ellos con adoración, mi verdad no se ponía en duda o se cuestionaba. Entonces
comencé a caer en la imposición de mis doctrinas. Lo que yo había
experimentado, y la cosas que a mí me habían servido, debían ser las que los
demás tomaran como ejemplo. Si no hacían las cosas de la manera que yo dictaba,
no tenían validez, estaban perdiendo el tiempo, y lo que era peor, hacían que
yo perdiera el mío. Por lo que me volví muy estricta con las personas que
acudían a mis cursos, antes tenían que pasar por un filtro, sino no lo pasaban
no eran admitidas. Curiosamente aquello acrecentó el número de personas que
querían acceder a ellos. Parece como si los humanos solo valoráramos las cosas,
que para conseguirlas, nos cuesten un gran esfuerzo, cuando en realidad es todo
lo contrario, cuando la inteligencia de la vida te pone trabas, tal vez sea
porque aquello no tiene nada que ver contigo.
Cuando alguien en mis cursos se
atrevía a refutar alguna de mis afirmaciones, sobre él caía todo el peso de mi
superioridad espiritual, lo machacaba tanto con mi agresividad verbal que al
final acababa por aflorarle un sentimiento de inaptitud y culpabilidad tan grande,
que ya no se atrevía a decir nada más. Y también eso, curiosamente, los
trasformaba en acérrimos seguidores de mis enseñanzas. Había anulado tanto su
voluntad y facultad para razonar, que se convertían en los chivos expiatorios
de mis malos humores y arrogancia al tratarlos con el desprecio del que se cree
superior. Cuando asomaba en mi aquella parte oscura que me negaba, que cada vez
ocurría con más asiduidad, en lugar de intentar averiguar para que sucedía y
aceptar que algo en mi no funcionaba como era debido, lo justificaba alegando
que yo estaba sirviendo de reflejo para que la otra persona pudiera trabajarse
su parte oscura y sus sentimientos, cuando en realidad era yo la que tendría
que haber recogido toda aquella información y haber trabajado sobre mi propia
rabia, odio, envidia, celos, miedos…Yo, en mi magnificencia era perfecta, mi grandeza
espiritual estaba por encima de todas aquella emociones, había alcanzado el
nirvana y mi sabiduría no podía ser objeto de cuestionamiento. A la vez tenía la
fuerte convicción de que ninguno de aquellos discípulos podría conseguir el
nivel de espiritualidad que yo había alcanzado. Pobre de mí, que había olvidado
con aquellos sueños de grandeza que la corona de la luz solo podía ser llevada
a través de la humildad del ego y cuando el orgullo espiritual ha dejado paso
tan solo al Ser.
Me había distanciado tanto del
verdadero camino espiritual que algo en mi interior comenzó a resquebrajarse.
Mi verdadero Yo Superior pugnaba por
abrirse paso en medio de aquel festín de orgullo, soberbia, fanatización e idealismo que me habían hecho
perder de vista la realidad. Mi alma se replegaba y mi corazón lloraba lágrimas
de tristeza. No solamente había tropezado, sino que me había caído en el mayor
socavón que había en mi camino hacía la verdadera espiritualidad, aquella que
estaba basada en el amor incondicional, en el respeto mutuo, en la tolerancia
hacia las diferentes corrientes de pensamiento. Me había olvidado completamente
de la máxima que regía mis primeros pasos en la espiritualidad: “La verdad es
un prisma con muchas caras, el que yo tenga razón no quiere decir,
necesariamente, que tu estés equivocado”. En aquel momento la única que estaba en
posesión de la verdad era yo, y mis razonamientos, indiscutibles y correctos.
Fue en aquel momento, cuando algo
en mi interior comenzó a desasosegarse y a provocarme intranquilidad e
insomnio, cuando mi alma encontró un resquicio de luz, muy efímero, pero real.
A pesar de que no me sentía feliz y completa miraba hacía otra dirección, era
muy duro dirigir la mirada a mi interior, eso podía hacer tambalearse los
cimientos en los que había basado mi desarrollo espiritual. Pero una vocecita
muy débil intentaba llegar hasta mi corazón. Como que aquellos susurros no
fueron convincentes, mi cuerpo comenzó a somatizar, en forma de enfermedad, la
energía de aquellos sentimientos, y no tuve más remedio que escuchar los gritos,
con los que por fin, se hizo oír por mi alma. Mi enfermedad me forzó a un
retiro obligatorio, fue entonces cuando el discípulo, que era yo, estuvo
preparado para recibir a su maestro.
Una mañana, cuando pude comenzar
a dar pequeños paseos por los alrededores del monasterio al cual me había
retirado en espera de pasar mi convalecencia, me encontré con el estanque. No
fue de buenas a primeras como di con él. Fue de una forma muy curiosa, muy
casual. Recuerdo que estaba muy nublado, parecía a punto de llover, pero el
aire, aunque fresco, era agradable. De pronto las nubes se rasgaron y a través
de su resquicio un potente rayo de sol iluminó un lugar a lo lejos que refulgía
como si de un espejo se tratase. Soy de naturalidad curiosa y no pude resistirme
e ir a comprobar que era aquello que se estaba haciendo tan evidente frente a
mí. Al llegar me quedé sin palabras, era un estanque repleto de unas solitarias
y hermosas flores acuáticas de color rosa, formadas por abundantes pétalos de
aspecto ceroso. Reposaban sobre un lecho de hojas circulares que flotaban sobre
el agua, aunque no permanecían pegadas a ellas, sino que se erigían en un
pequeño tallo que las hacía sobresalir. El agua que las acogía era el reflejo
plateado que me había hecho acudir hasta allí. Todo el perímetro del estanque
estaba recorrido por un banco que invitaba a tomar asiento y relajarse, y eso
es lo que hice, ya que todavía me encontraba un poco debilitada por mi
enfermedad. Entonces fue cuando mis maestras hicieron acto de presencia.
Al poco de haber tomado asiento
una dulce energía rosada emergió del centro mismo de las solitarias corolas. Era,
como si de sus pistilos amarillos, pequeñas flechas se clavaban directamente en
mi corazón. Hasta él llegó un susurro adormecedor, las flores se estaban
comunicando conmigo. Me estaban mostrando, como a pesar de tener sus raíces en
una oscura ciénaga y sus hojas flotando en el agua, podía elevarse a las
alturas. Al principio no comprendí lo que intentaba decirme, pero al cabo de
unos segundos, como un estallido, se abrió la comprensión. El crecimiento
espiritual era la similitud. La parte oscura y las emociones, también forman
parte de la espiritualidad de la persona, que se eleva en busca de la luz y se abre
receptiva a toda la sabiduría. En la búsqueda de la luz había apartado mi parte oscura y había obviado mis
sentimientos, volviéndome, en el proceso, una persona altiva, egocéntrica,
soberbia, egoísta e intolerante. La sabía vibración que estaba movilizando mi interior
me estaba haciendo consciente de mí misma, de mis propias carencias, de mi
propio desequilibrio emocional y espiritual. Una energía de limpieza y
purificación comenzó a recorrer mi cuerpo de arriba a bajo, conectándome con la
tierra que yo había abandonado hacía tiempo con mis ínfulas espirituales. A
pesar de que mi cuerpo estaba conectado a la fuerza de la tierra a través de
mis pies, mi conciencia se elevó a un nivel superior, estaba preparada para
reconocer todo aquello que se había distorsionado en mi interior, y me aportaba
el coraje necesario para salir del agujero en el que me había caído,
levantarme, analizar los daños causados y seguir hacia delante.
A partir de aquella mañana mi
estado físico mejoró a pasos agigantados, ya que mi alma y mi corazón habían
comenzado a cerrar heridas. Mi espíritu, que sabía mejor que nadie que pasos
seguir, me ayudó a hacer el resto. En cuanto abandoné el monasterio, casi
completamente restablecida, organicé un seminario al cual solicité, muy
humildemente, que acudieran todos aquellos a los que en una y otra ocasión
había ofendido, abusando de la fe que habían depositado en mí. Después de
aquella visita al estanque, confieso que no me costó nada hacer aquel acto de
constricción, mi ego estaba en el lugar donde le correspondía y un amor
incondicional rebosaba por todos los poros de mi ser.
Ahora, sin soberbia y sin
vanidad, me considero de nuevo una maestra espiritual. He aprendido que la
verdadera maestría consiste en mostrar el camino y las herramientas que lo
facilitan, sin empujar los pasos de nadie para recorrerlo, ni obligarle a
empuñar las herramientas que se les muestra, porque cada cual es libre de hacerlo
a su manera. También sé que el buen maestro es constructor de puentes pero no
conduce hacia ellos, eso forma parte del bello descubrimiento de cada uno, y
que cada cual ha de calzarse sus propios zapatos para cruzarlos. Y lo más
importante de todo, un buen maestro ha de saber mostrar las cicatrices
resultantes de todas las caídas que ha tenido a lo largo de sus propios
descubrimientos.
Todos somos maestros y aprendices
en el juego de la vida. Todos tenemos grandes conocimientos espirituales
guardados en nuestro interior, es responsabilidad de cada cual sacarlos al
exterior y compartirlos, nadie nos juzgará si no lo hacemos o lo hacemos mal,
ya se encargará nuestro propio Yo Superior de encaminarnos en la dirección
correcta.
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