La primera célula crece hasta convertirse en un embrión que, a los cuatro meses, dirige su conciencia al exterior para descubrir algo distinto de sí mismo, explorando deliberadamente el medio del útero. Al nacer, emergemos al mundo y empezamos a aprender con los sentidos, las manos, los dedos de los pies. Luego empezamos a andar y este impulso nos vuelve capaces de alejarnos más de nuestros padres y así descubrir el mundo.
Al crecer y ser condicionados, debemos extendernos en conciencia para superar este condicionamiento. Extendemos nuestras fronteras, dejando el hogar, alcanzando comprensiones más profundas. Empezamos a explorar el universo con nuestra mente e intuición.
El comienzo del camino es la concepción, y su realización es la expresión en el más alto plano de existencia. Durante el viaje somos totalmente responsables de lo que somos y de aquello en lo que nos convertimos. Nuestra opción consiste en tomar o no esa responsabilidad y abrirnos al cambio, a la evolución.
Si hemos atraído a nosotros determinadas características ¿por qué queremos cambiarlas? Porque queremos ver el propósito que se esconde tras ellas. Tenemos la opción de perder lo que pensamos que somos y encontrarnos más allá de las influencias que nosotros mismos hemos creado. Tenemos elección entre limitarnos a nuestra visión de la vida o abrir nuevas vistas en nuestro interior para poder ver más lejos.
Nada es permanente, nada está fijado, de modo que es cosa nuestra tomar la responsabilidad de nuestra propia evolución y comenzar a transcender nuestras limitaciones. Sin embargo en última instancia es la vida quien elige, y nosotros somos la vida.
¿Acaso no es un sueño que ninguno de nosotros recuerde
haber soñado, que ha construido su ciudad y
diseñado todo lo que se encuentra en ella?
...Y si pudierais oír el murmullo del sueño,
no escucharíais otro sonido.
(Kahlil Gibran)
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