POMEGRANATE (Esencia de California)
“Caminos que se bifurcan”
Amber y yo hemos
sido amigas desde la guardería, desde el primer día en el que, como un
conciertoorquestado, uno de los niños comenzó a llorar al ver que su mamá lo
dejaba en brazos de su cuidadora y los demás lo seguimos como solidarizándonos
en su protesta. Amber, mucho más acostumbrada a ver partir a la suya, fue la
única que no se unió a nuestros lloros de abandono, por el contrario, nos miró
con cara de decir: “¿Pero que os pasa chicos, si somos muchos para divertirnos?”,
y sacándose su chupete con forma de luna sonriente me lo encasquetó en la boca.
Cogida por sorpresa chupeteé con fruición y dejé de llorar automáticamente,
entonces Amber me tomó de la mano y juntas nos fuimos a jugar con los cajones
de arena y los cubos de colores. A partir de aquel día siempre fuimos cogidas
de la mano a todas partes. Naturalmente ni ella ni yo recordamos nada de todo
eso, aunque nos encanta esta historia que forma parte de nuestra propia vida en
común. Ahora, la fuerte y decidida Amber, necesita como nunca una mano amiga
que la ayude a dar los primeros pasos en una dirección totalmente desconocida
para ella, y aunque ya somos mayores para jugar con cubos de colores y cajones
de arena, está deseosa de recuperar aquella parte infantil donde los problemas
y las decisiones no existían, donde encontrar el equilibrio para no caerse de
culo era el mayor reto que se pudiera alcanzar, y donde las caídas y los golpes
se aliviaban con una tirita, un beso y un “sana, sana, culito de rana”. Mi
querida amiga se encuentra en una bifurcación de caminos y no sabe cual de
ellos escoger. Aún no ha descubierto que se puede seguir por el camino del
centro, por el que marca su corazón, sin necesidad de dejar atrás deseos,
ilusiones o proyectos, porque todos pueden tener cabida en su vida. Solo
necesita saber colocar cada cosa en el lugar de importancia que le corresponde,
encajar las piezas del rompecabezas y dar un paso después del otro. Está tan
desorientada que necesita que alguien le coloque por sorpresa el chupete en la
boca y la tome de la mano, y esta vez, en justicia, me toca a mí ponérselo.
Para que
podáis comprender esta historia creo que debería comenzar por el principio,
pero no os asustéis, saltaremos algunas etapas y nos colocaremos justo en el
momento en que ambas dábamos por finalizada nuestra etapa universitaria. Con mi
flamante título de Profesora en Educación Infantil, y con unas credenciales
estupendas que me avalaban como una excelente educadora, no tardé mucho en
encontrar un trabajo hecho a mi medida. Mi sueño acababa de cumplirse y de
momento mis expectativas estaban cubiertas. Por su parte Amber, más ambiciosa
que yo y con unos sueños más altos, quiso continuar ampliando su formación y se
matriculó en todos los masters que surgieron a su paso. Había estudiado
empresariales y no se conformaba con adquirir experiencia comenzando por la
base, cuando le ofrecieran un puesto de trabajo tenía que ser en el vértice
superior de la pirámide, y vaya si lo consiguió, aunque para lograrlo tuvo que
sacrificar muchas cosas personales. Pero se empeñó en ser la primera en todas
las promociones, y cuando dio por finalizada su formación las grandes empresas
se la rifaron para que formara parte de su plantilla de ejecutivos. Por aquel
entonces yo ya estaba consolidada en mi propia profesión y me habían ofrecido
la dirección en un centro de enseñanza infantil muy revolucionario, era como
una especie de centro piloto donde se quería llevar a cabo una enseñanza
totalmente distinta a la convencional. Se esperaba potenciar las cualidades
individuales por encima de la enseñanza obligatoria, es decir, no había un
sistema de estudios reglado ni estipulado, con ello se pretendía, que desde la
más tierna infancia, los niños se acostumbraran a decidir y seguir las
tendencias naturales de su carácter en materia de estudios, motivando y
desarrollando sus cualidades innatas sin imposiciones ni competitividad, y
dando gran énfasis en el respeto mutuo, la colaboración y la aceptación. Ni que
decir tiene que estaba súper emocionada con ese proyecto tan vanguardista en el
que tenía puestas muchas esperanzas. El claustro de profesores estábamos
ansiosos por comenzar, con la ilusión puesta en llevar a buen puerto todas
nuestras ideas, maduradas y consensuadas según el ideario que nosotros mismos
habíamos desarrollado. El día de la inauguración del centro, como no, Amber
estuvo a mi lado apoyándome y emocionándose por las maravillas que podríamos
conseguir en materia de enseñanza. Y no solo estuvo allí como mi amiga, sino que
su empresa fue la principal impulsora, junto con otras más del sector, las que
se implicaron en forma de donaciones económicas para dar apoyo a nuestro
proyecto educativo.
La cosa
comenzó a complicarse un poquito cuando comenzó a palpitarme el reloj biológico.
Rodeada de tantos niños, mi instinto maternal se disparó por completo. Todos
los niños que me rodeaban formaban parte de mí y ayudaban a que mi creatividad
interna se desarrollara, pero además de esa reconfortante tarea, necesitaba
crear con mi propio cuerpo una nueva vida para sentir que mi feminidad estaba
dando sus frutos. Pero en aquellos momentos no había ninguna pareja estable a
mi lado, alguien con quien poder compartir aquel proyecto. Y ese fue mi mayor
error, confundir la maternidad con un proyecto. Pero hubo más errores. El no
tener pareja no iba a detenerme, no iba a ser ni la primera ni la última mujer
que tuviera un hijo en solitario, existían más formas para concebir que las
convencionales. Y me fui de cabeza a ellas. Planifiqué hasta el último detalle,
cuándo y en qué momento debía ocurrir la fecundación para que mis otros
proyectos no se vieran afectados. Era una carrera contra reloj, y no solo
contra el biológico. Me volqué tanto en su consecución que me olvidé de lo
primordial, el amor del acto en sí, el de dar vida a través de mi propio
cuerpo, sin prisas, sin horarios, sin premuras, permitiendo que mi organismo
asumiera el mando, y no la mente acelerada que planificaba y ejecutaba. Me
olvidé, por así decirlo, del propio ideario que como profesora había adoptado,
el de permitir el desarrollo de las cualidades innatas de cada uno. No dejaba
que mi cuerpo desplegara su propia creatividad femenina, la maternidad. Es
verdad que no solo me veía abrumada por los plazos que no se cumplían, la parte
monetaria era un grave problema, no tan solo estaban en juego mis ilusiones,
sino también mi economía. Creo que si todo aquello hubiera ocupado el lugar que
le correspondía y me hubiera sentido más libre, sin plazos estipulados
estresantes ni ilusiones rotas, mi cuerpo habría reaccionado de otra manera,
abriéndose como una flor madura a punto de ser polinizada. Tubo que ser la gran
sabiduría de un niño de tres años la que me abriera los ojos e hiciera que algo
dentro de mí se detuviera y relajara. Cuando animé a mi travieso alumno a que
plasmara en su hoja aquello que deseaba hacer, con mucha seriedad se me quedó
mirando, y tras unos segundos de reflexión me dejó caer la lección como el que
no quiere la cosa: “Hasta que no esté tranquilo no quiero hacerlo, porque si no,
no me gusta lo que veo”. ¿Podría ser mi propia urgencia la que hacía que no me
gustaran los resultados que estaba obteniendo? Aquello me dio que pensar más de
lo que creéis, pero pasado un rato de reflexión mi cabeza siguió por sus propios
derroteros y aparcó los latidos del corazón que en aquel momento se habían
desbocado como dando su confirmación. Tuvo que ser de nuevo el mismo niño el
que acudiera en mi rescate (como que no creo que nada suceda porque sí, estoy
segura de que hubo una gran razón de peso que hizo que estuviera conmigo aquel
trimestre y no con otra de las cuidadoras, estábamos destinados a interactuar
juntos, ya que yo le ayudé a dejar definitivamente de mojar la cama por las
noches, y él a mí para que encontrara el camino correcto).
Aquella semana
trabajábamos sobre los colores, las formas y los alimentos, y mi pequeño
maestro trajo una granada, redonda, roja y suculenta. Pero no se conformó solo
con eso, no señor, trajo la rama entera del árbol en la que estaba colgando.
Entre risas, su madre me explicó que había sido imposible que comprendiera que
no hacía falta traerse medio árbol, pero él quería darme también la bonita flor
que lo acompañaba. La casa de campo de sus abuelos estaba repleta de aquellos
árboles y él mismo había sido el que había querido recogerlo para traerlo a la
clase. Después de darle las gracias y enseñarlo a los demás niños y permitir
que todos palparan, olieran y probaran,
lo dejé sobre mi mesa junto al resto de las variopintas frutas que habían traído
el resto de los niños. Cuando el último de ellos abandonó la escuela para
regresar con sus familias, yo me quedé recogiendo los trabajos que habían hecho
y valorando lo positivo de la experiencia que había sido muy enriquecedora para
ellos. Lo que supe después es que la experiencia fue aún más enriquecedora para
mí.
La mirada se
me quedó atrapada en aquella rama florida. Verdaderamente sus hojas eran muy
bonitas, lustrosas y brillantes. Su fruto, aunque no era la primera vez que lo
veía, captó de singular manera mi atención, sus semillas dulces y pegajosas,
semejaban óvulos contenidos dentro de un ovario, y pensé para mis adentros, si
los míos estarían tan bien provistos y así poder tener muchas más posibilidades
de engendrar. Meneé la cabeza con incredulidad, estaba tan obsesionada que veía
similitudes con mi problema mirara donde mirara, (de nuevo otro fallo, ver toda
la situación como un problema y no como una posibilidad) Pero lo que mantuvo mi mirada hipnotizada fue
la preciosa flor bermellón con textura de papel. No podía apartar mi mirada de
ella, y por un instante creí ver movimiento en su interior, lo que hizo que la
sostuviera entre las manos observándola más de cerca. Al momento mis manos
sintieron una suave sacudida, que fue extendiéndose a lo largo de los brazos,
para desplazarse después por todo mi cuerpo. Pero mi mente fue la que más
sacudida recibió. Por ella pasaron imágenes de relojes con manecillas girando a
toda velocidad, trenes que desaparecían raudos por vías que se perdían de mi
vista y cuentas bancarias que iban perdiendo ceros. Hasta que una imagen se
quedó suspendida en el centro, era una flor bermellón en forma de corazón que
se interponía ante aquella vorágine de movimiento, ralentizándolo todo hasta
detenerlo. Fue cuando comprendí lo que mi corazón intentaba comunicarme, me
había obsesionando tanto con el paso del tiempo que había bloqueado todo el
proceso hasta frenarlo. No había sabido darle la importancia que se merecía
tomándome el tiempo necesario para disfrutar la experiencia más bonita y
enriquecedora de mi vida: albergar en mi interior un nuevo ser. Ya sabía por
todas las pruebas que me habían realizado que físicamente no había ningún
problema, era mi propia energía la que estaba bloqueando todo el proceso. La
preocupación con que lo estaba viviendo era mi mayor enemigo. Mis ovarios eran
el reflejo de mi estrés y mis óvulos se habían visto involucrados en él, se
negaban a salir y verse arrastrados a un planning, formando parte de una
elaborada ecuación. Si no conseguía relajarme mi creatividad femenina podría
verse abocada a crear un simulacro de embarazo en forma de quiste ovárico o de
matriz, dando cobijo a una energía equivocada en mi interior. De nuevo en la
pantalla de mi mente se formó la frase que había escuchado días atrás: “Hasta
que no esté tranquilo no quiero hacerlo, porque entonces no me gusta lo que
veo”, y ciertamente no me gustaban nada los resultados que estaba obteniendo.
¿Realmente era consciente del maravilloso milagro que podría suceder en mi
interior? No, estaba claro que no. Todo se había reducido a graficas, fechas y
berrinches. Ahora estaba preparada para vivirlo desde otra perspectiva muy
diferente, desde la visión del corazón, y no desde la visión de la razón. Si mi
cuerpo estaba preparado para dejar fluir toda su creatividad femenina, sería la
mujer más feliz del mundo, en caso contrario también los sería. Mi creatividad
estaba asegurada de todas maneras, si no creaba físicamente lo haría emocional
y profesionalmente. Y mi instinto maternal se abocaría en todos aquellos niños,
que en el fondo, eran un trocito de mi misma.
Aunque no os
lo podáis creer dos meses después de aquella tarde en la que mi sabio alumno me
había obsequiado con algo tan lindo, mi cuerpo, por fin libre de estrés y
agobios, se abrió como una fruta madura preparado para cobijar en su interior
la magia de la concepción.
Como os podéis
imaginar, tras esta experiencia tan enriquecedora, me considero preparada para
ofrecerle la mano a Amber y ayudarla a atravesar los entresijos de su mente
hasta llegar a los suaves caminos de su corazón. Aunque el dilema en que se
debate no es el mismo por el que yo pasé, tiene mucho, tal vez todo que ver,
con la propia creatividad femenina. Mi amiga cree, como en algún tiempo yo
misma creí, que la creatividad está compartimentada, y que por lo tanto la
profesional no tiene nada que ver con la
personal. Ambas son irreconciliables, no pueden recorrer caminos paralelos. Que
no se puede ser una buena profesional sin ser una mala madre, o para el caso,
una buena madre sin ser una mala profesional. Durante años se ha esforzado en
demostrarse a si misma, y al mundo entero, que se merece por derecho propio el
lugar que ocupa profesionalmente. Para ello ha tenido que rechazar todas sus
cualidades femeninas, la sensibilidad, la intuición, la ternura, para adoptar
los roles masculino de la agresividad, competitividad y poder. Desconoce que el
mayor poder es el que proviene de la fuerza interior, que se puede ser tan
creativa laboralmente como ejerciendo la maternidad, y que ambas, con buen
entendimiento, pueden ser compatibles si así se desea. Cada momento de la vida
tiene sus prioridades, y el corazón y la mente en equilibrio son la mejor
brújula para dirigirlas. Una decisión tomada desde ese centro de poder equilibrado
garantiza la inexistencia de conflictos internos posteriores. Sé que con
palabras, las mías, es muy difícil que comprenda nada. Está tan ofuscada en la
bifurcación de caminos que innegablemente no puede darse cuenta que existe un
camino central. Por eso hoy mismo voy a acompañarla a un lugar muy especial. He
pedido permiso a la familia de mi sabio y pequeño alumno, y de su mano vamos a
recorrer el campo de árboles del cual recogió con todo cuidado la rama que tan
amorosamente me entregó aquel día. Intuyo, con esa intuición femenina que se
nos despierta a las embarazadas, no en balde somos dos seres uniendo sus más
exquisitas energías, que Amber va a sufrir una mágica transformación, muy
parecida a la que experimenté yo misma hace apenas unos meses. Tal vez mayor,
porque en su interior convergen muchas más cosas, pero por eso la vibración
necesaria para esa transformación es aquí mucho más intensa, estamos rodeadas de
infinidad de árboles de flores bermellón y frutos semejantes al centro mismo de
la creatividad femenina. Tal vez a mi hijo, porque estoy segura de que es un
niño lo que albergo en mi interior, se beneficie de la energía que nos envuelve
con ternura. Podrá venir al mundo con su parte femenina desarrollada, tendrá
conocimiento de su ánima desde antes de nacer, de esa manera su parte masculina
y femenina estará en perfecto equilibrio, y su vida adulta se verá enriquecida
con ese conocimiento.
Por la
expresión de concentración que tiene Amber y que tan bien conozco, sé que en su
interior están sucediendo muchas cosas, y que aunque al principio su mente esté
al mando, el corazón encontrará su lugar al lado de ella. Juntos y
complementados ayudarán a la confundida mujer ejecutiva a encontrar su camino.
A que se de el permiso necesario a si misma para no ser tan exigente y crítica
con sus decisiones, a darse cuenta de que no necesita ser una súper mujer y
contentar a todo el mundo, porque todo tiene su lugar y su momento, y que tal
vez sea ella misma la que está poniendo freno a sus ilusiones y deseos. Sea cual
sea el camino que escoja recorrer estoy segura de que lo habrá elegido desde el
centro mismo de su poder, aquel que está en equilibrio y en paz. Si al final,
como creo, ha escogido el central, estoy segura de que será tan excelente madre
como lo es en su profesión, porque conozco cuanto amor y dedicación pone en
todo aquello que emprende, aunque ella se las de de ejecutiva agresiva. Tiene
una sensibilidad innata en su interior, lo sé desde que me ofreció
desinteresadamente su chupete en forma de luna sonriente en la guardería. Es
una madraza que gesta creaciones y mima con cariño los resultados, por eso no
tengo ninguna duda de que sabrá tomar la decisión acertada. Tal vez dentro de
unos meses nuestros retoños nos tomaran el relevo, y espero, que si ese momento
se materializa, ambos sean capaces de prestarse el chupete, darse la mano y
jugar en armonía con cubos de colores y cajones de arena.
Mientras ese
momento no llega me contento con acariciar mi vientre hinchado y esperar a que
mi amiga salga de su trance, después apoyaré su decisión, sea cual sea, dándole
la mano en el camino, al igual que ella me la ha dado tantas veces.Tal vez algún
día necesitemos acudir de nuevo a este maravilloso campo de árboles en busca de
la energía necesaria para afrontar una nueva etapa en nuestras vidas, ayudándonos
a comprender, que aunque físicamente ya no podamos desarrollar nuestra
creatividad maternal, aún seremos capaces de desarrollar nuestra creatividad
interior, porque ésta es infinita y nos acompañará hasta el último aliento.
Pero para todo eso falta mucho tiempo aún. Ahora toca vivir en plenitud los
momentos que nos ofrece el día a día, que son irrepetibles y maravillosos. Mi
hijo acaba de confirmármelo con una suave patadita. Mientras espero a que Amber
interiorice toda la sabiduría de la energía que nos rodea, yo voy a dar gracias
por el fruto jugoso y dulce que mi sabio y pequeño amigo acaba de ofrecerme.
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