Honremos a las mujeres como vínculo de vida que son. La capacidad de la vida ha partido, parte y partirá siempre de ellas
Muchas veces somos las propias mujeres las que no nos damos el valor que nos merecemos dentro de la sociedad de la cual formamos parte. No nos creemos merecedoras de muchas cosas e infravaloramos nuestro poder interior, cuando es ese poder interior, el femenino, el que mueve el motor de la vida.
A lo largo de la historia la mujer se ha visto relegada única y exclusivamente a la procreación y al cuidado de la familia, cuando su posición en la vida va mucho más allá. Afortunadamente este pobre concepto ha ido modificándose en los últimos años, y la revolución silenciosa, que siempre estuvo latente, está comenzando a dar sus frutos.
El poder femenino resurge con una fuerza arrolladora, pero no como la lava de un volcán en erupción, avasallador y destructivo, sino como la floración en la primavera, sorprendente y acogedor. Los años vividos relegadas a la sombra nos han conferido la capacidad de dar luz, y no tan solo a través del alumbramiento a la vida de la humanidad, sino mediante la trasmisión de los dones de la quietud y la calma que anteceden al amanecer.
El poder femenino es acogedor y dialogante, se basa en la ternura, la paciencia, la observación, la apertura, la intuición, la comprensión, la empatía, la solidaridad, la superación, la escucha... Esto no quiere decir, de ninguna manera, que el poder masculino se tenga que menospreciar, haciéndolo estaríamos olvidándonos de los cimientos que sustentan el poder femenino. Precisamente porque el poder femenino tiene las cualidades de la comprensión y la apertura, debemos tomar los valores que sustentan el poder masculino, y suavizando sus aristas, acogerlo, y de esa manera, poder encontrar el verdadero equilibrio en nuestro interior. La competitividad, el análisis, la lucha, el empuje, la conquista... han de tenerse en cuenta, pero no desde la fuerza y el avasallamiento, sino desde la seguridad en uno mismo y en sus posibilidades. Si las mujeres cometemos el error de querer conquistar nuestra posición en el mundo desde las bases de ese poder masculino sin darles el toque que caracteriza al poder femenino, estaremos dando palos de ciego y perdiendo un tiempo precioso.
Necesitamos poner a disposición de la nueva era que se abre ante nosotros el poder del equilibrio, el poder femenino de la pacificación y del dialogo, del orden dentro del caos, de la paz frente a la lucha, de la seguridad cuando se han perdido las referencias, de la empatía frente al menosprecio, de la solidaridad sin perder la individualidad. La tierra que nos sustenta clama por un cambio en nuestras mentalidades, en nuestra forma de afrontar las circunstancias que nos plantea la vida. El poder masculino, que hasta el momento se ha basado en la fuerza y el avasallamiento, tiene los días contados, ha sido demasiado el tiempo que ha regido el transcurso de la vida, y ésta no puede sustentarlo más sin dañar sus propias raíces.
Es la hora del cambio. El poder femenino reclama su espacio, sin lucha ni destrucción. La concienciación comienza a dar sus frutos, y no tardará en llegar el día en el que predomine el dialogo en una mesa redonda, sin cabecera que presida y que decrete.
Hombres y mujeres debemos encontrar en nuestro interior el equilibrio de ambos poderes para conseguir una sociedad más justa e igualitaria, y ésta solo se conseguirá a través del amor y de la comprensión. El poder denso y asfixiante del miedo y de la subyugación tendrá que rendirse ante el poder de la conquista de la comprensión y el respeto.
Las mujeres debemos sentirnos muy orgullosas de ser las propulsoras de la vida, de honrarnos a nosotras mismas por el poder de crear vida en nuestro interior y tener la suficiente fortaleza como para cederla después al mundo. Sigamos siendo dadoras de luz, y con la generosidad que nos caracteriza, dejemos que nuestro poder femenino se funda con el masculino, y que de esta unión nazca el poder de la paz, la solidaridad y el amor