Nos pasamos media vida intentando cambiar nuestro mundo, enfadados porque no es el mundo que deseamos: "Siempre me sucede lo mismo. Las personas que se cruzan en mi vida acaban siempre por desilusionarme. Esta situación ya la he vivido y acabará como siempre..." Nos lamentamos de que nada cambia, de que hemos de repetir la historia constantemente, de que estamos cansados de vivir de la misma forma, ¿pero que hacemos nosotros para que estos cambios que tanto deseamos se hagan realidad? nada... o casi nada. Ante una misma situación reaccionamos de la misma manera o parecida y, lógicamente, obtenemos el mismo o parecido resultado.
Si verdaderamente queremos que los cambios sucedan en nuestra vida tendremos que comenzar por transformar nuestra forma de pensar. Pero en primer lugar deberemos ser sinceros con nosotros mismos y asegurarnos, de que eso que decimos, es cierto y no dicho con la boca pequeña.
La mayoría de las veces, y aunque no nos guste lo que vivimos, estamos cómodos en nuestra franja de seguridad. La seguridad que nos otorga las cosas conocidas, las reacciones a las que estamos acostumbrados, la realidad cotidiana que nos es familiar. Nos asusta salir de ese círculo en el que se ha convertido nuestra vida porque tenemos miedo de enfrentarnos con lo desconocido, con el "¿qué pasará a partir de ahora?", y nos ponemos toda clase de excusas para seguir haciendo las mismas cosas, pensando de la misma manera, y quejándonos de igual forma. Nos hemos acomodado en la posición de "víctima" de las circunstancias y nos hemos puesto la careta del "pobrecito de mi", porque nos negamos a ver más allá de la ficción que estamos creando a nuestro alrededor. Y, si por aquella de las cosas vislumbramos un camino diferente por el que podríamos transitar y ver un paisaje distinto, nos apalancamos en nuestra posición cómoda y nos decimos que "los cambios son muy difíciles", "yo soy así y no puedo cambiar", "las cosas no son tan sencillas", "decirlo es una cosa pero hacerlo es otra", "cuando se den las circunstancias apropiadas"... y así podemos pasarnos la otra media vida, intentando convencernos de que nosotros queremos que nuestro mundo cambie pero que no sabemos como hacerlo.
Sí, es cierto que los cambios no son fáciles, que necesitan de nuestra atención y energía, pero ahí también es donde reside la magia del pensamiento. Si nos decimos a nosotros mismos que no podremos lograrlo y que el esfuerzo no merece la pena de intentarlo, eso mismo será lo que tendremos como resultado, pero si nos damos la oportunidad de intentarlo, de creernos que todo es posible, nuestra mente caminará a nuestro lado y las circunstancias se adecuarán a la energía del pensamiento que estamos transformando. Eso no quiere decir que dejen de sucedernos cosas, que no nos veamos envueltos en situaciones complicadas y de personas que nos traben el camino, pero como que nuestras emociones y reacciones serán distintas, porque nuestros pensamientos se han transformado, las consecuencias también lo serán aunque los hechos no hayan cambiado. Nosotros hemos marcado la diferencia, y aquello que tanto me molestaba, ha dejado de hacerlo; lo que tanto me asustaba, ya no me asusta; la persona que me sacaba de mis casillas, ya no lo consigue... Nosotros hemos marcado la diferencia y el mundo que nos rodea acusará el cambio porque pensamos de otra manera, y en consecuencia, miramos, hablamos, sentimos y reaccionamos de una forma diferente que hace posible los cambios.
El camino es largo, pero ahí reside su gracia, en cuanto demos el primer paso y veamos como comienza a cambiar el paisaje y a disfrutarlo, nos daremos cuenta de que valió la pena el esfuerzo de salir de ese recodo de dudas y miedos que nos tenía atrapado, y seremos capaces de quitarnos la máscara de "víctima" que tanto nos protegía y cambiarla por los ropajes del guerrero de luz que asume el mando de su propia vida, enarbolando la espada que corta las amarras y que nos da la fuerza y el coraje para seguir adelante a pesar de las dificultades.
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