La mejor y más dulce armonía no se produce cuando cada parte de un instrumento se oye por sí misma, sino cuando hay una combinación de todas ellas
Cómo le gusta a nuestro "yo" crearnos la creencia de separación en nuestra mente, porque así se hace más poderoso y nosotros más fácilmente maleables. Entonces el ego se hace el dueño y señor de nuestras vidas, pone escusas para no avanzar, miedos a nuestro alrededor para no permitirnos experimentar, insufla falsas creencias de superioridad para hacernos creer poseedores de la verdad, inseguridad para que dudemos de nosotros mismos, culpabilidad para tenernos subyugados y que nos boicoteemos en los posibles avances que intentamos hacer... el "divide y vencerás" es el lema de nuestro ego. Mientras esa división exista, un velo de ignorancia nos cubre los ojos, y solo vemos a través de la distorsión que éste nos proporciona. No somos islas en medio del océano flotando a la deriva, arrastradas por las corrientes marinas y azotadas por los vientos cambiantes que las recorren ¡¡Somos el océano mismo unido gota a gota hasta formarlo!! Una sola gota se evapora sin dejar apenas un rastro de sal, todas ellas unidas tienen la fuerza de mover continentes y derribar las torres más altas. El ego ha sido y será nuestro peor enemigo... pero a la vez puede ser nuestro mejor aliado ¿Cómo puede ser ésta dicotomía? Cuando vivimos en la dimensión espiritual no tan solo sabemos que somos unidad, sino que lo somos, pero cuando adoptamos la dimensión humana necesitamos convertirnos en seres individuales para poder experimentar las lecciones que escogimos vivir. Voluntariamente velamos esta información que permanece oculta en nuestro interior y descubrirla es uno de los mayores retos que se nos plantea en nuestra evolución. A cada paso que avanzamos esta joya de sabiduría brilla con más intensidad, hasta que es capaz de iluminarnos desde dentro para encontrar el camino hasta llegar a ella. Nuestro mayor aprendizaje consiste en saber reconocer el ego y trascenderlo, darnos cuenta de sus tretas y de sus escondites para poder descubrir quienes somos en realidad. Es el juego del escondite al que más nos gusta jugar y del que menos nos damos cuenta que estamos jugando. La vida no es sería, nunca lo ha sido, es el jardín de infancia al que nos gusta regresar una y otra vez para divertirnos... lo malo es, que cuando estamos inscritos en él, nos olvidamos de todo esto, de que todos formamos parte de juego, de que Somos el juego en sí. Cuando lo descubrimos, algo en nuestro interior se ilumina, el velo que nos cubría los ojos se rasga, y entonces ya no somos la mente que piensa, que intenta comprender los por qués perdiéndose en ellos, ni que justifica lo injustificable o coarta la visión real de los hechos, somos sentimiento. Sentimos desde el corazón, sentimos el AMOR en mayúsculas, el amor que no juzga, que no teme ofrecerse para salir dañado, que no critica, que no evalúa, que no se siente por encima de nadie, que se da sin condiciones, sin restricciones, sin negociaciones previas y sin discusiones. Y desde ese sentimiento nacido del corazón y volcado desde el alma, nos damos cuenta de que lo que te duele me duele a mí también, de que yo te alegra también me alegra a mí, de que tú me perdonas y yo te perdono, de que tú me amas y yo te amo, porque tú y yo somos lo mismo, formamos parte de la misma unidad, no hay separación. El ego, nuestro yo, ha crecido hasta alcanzar la sabiduría que le pertenece por derecho propio, y el "YO SOY LO QUE YO SOY" inunda cada partícula de nuestro ser, encontramos la paz en nuestro interior y nuestras vidas no vuelven a ser lo mismo. Es entonces, y solo entonces cuando la sinfonía del Universo entona la canción de unidad con todos sus instrumentos.
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