miércoles, 4 de mayo de 2016

LARKSPUR

"Cuando un delfín asume el mando”

Hasta llegar aquí he tenido que hacer un largo recorrido, no exento de numerosos altibajos, pero al final, como buena historia que se precie, encontré mi camino y todos hemos salido ganando. La verdad es que hubo muchas veces que dudé de que esas palabras fueran ciertas, bien porque no creía poder aportar nada constructivo a los que así lo esperaban de mí, o porque, una vez asumido mi papel de líder, éste se me fue de las manos. Todo comenzó con unas vacaciones que tenían que servir para desestresarme, llevaba una larga temporada intentando poner a flote un pequeño negocio y apenas me había tomado un día libre, cuando la cosa comenzó a rular un poco llegué a la conclusión de que hacía un himpas y recuperaba fuerzas, o de lo contrario acabaría por caer enfermo. Fue tomar la decisión de cogerme unos días de descanso cuando me tope, casi de bruces, con una valla publicitaria de “Mágicas vacaciones en el mar”,  por mi mente no había pasado en ningún momento el hacer un crucero, más bien mi idea de unos días de descanso eran quedarme en casa, levantarme cundo el cuerpo lo pidiera, pasear, buena comida, y lectura relajante, pero en aquel momento pensé que no estaría mal hacer eso mismo pero disfrutando del balanceo y con alguna que otra visita turística cuando atracáramos en algún puerto. Sin pensarlo fui a reservar un pasaje, si lo hacía demasiado tal vez no habría ni casa ni barco y caería en aquello de “ya me tomaré un descanso más adelante”, así que como aquel que no quiere la cosa me vi en alta mar disfrutando del sol y del aire. Confieso que los primeros días me resultaron aburridos, acostumbrado como estaba al ajetreo diario, el estar en una tumbona leyendo o haciendo unos largos de piscina me abrumaban. Después, cuando comencé a tomarle el gustillo, pensé que aquella era la mejor elección que había podido hacer. Pero la vida se iba a encargar de que no me acostumbrara mucho a la inactividad.

Como siempre, después de la cena comenzaba el espectáculo y el baile, pero a mi nunca me han ido mucho esas cosas, por lo que prefería pasearme por cubierta disfrutando de la brisa y los reflejos de la luna sobre las olas, pero aquella noche la oscuridad era total, grandes nubarrones debían cubrir el cielo ya que la luna, que en aquellos entonces debía estar completamente llena, no iluminaba absolutamente nada. Un ligero viento comenzó a soplar de improviso, para acabar convirtiéndose en una autentico vendaval. Recuerdo que pensé con sorna que si se desataba una tormenta los bailarines de la pista iban a disfrutar de los lindo sin tener que mover apenas los pies, pero para nada se me pasó por la cabeza que el barco pudiera tener algún problema por esa razón, lo veía un mastodonte fuerte e indestructible. Al llegar a mi camarote no fue necesario abrir el interruptor para no tropezarme con la silla del escritorio, como acostumbraba a pasarme invariablemente cada noche, ya que la habitación se iluminó con el primero de los relámpagos que dieron comienzo a la tormenta. Se sucedían sin parar y el ruido de los truenos era ensordecedor. Me aposté frente al ojo de buey de mi ventana fascinado por el espectáculo, pensando que jamás olvidaría tal derroche de luz y energía. Tal vez fue, porque estaba tan embelesado con la representación de los elementos que tenía delante, que no me percaté que el barco se inclinaba peligrosamente hacia un lado. Me sacó de mi ensimismamiento el golpe al caer que dio el libro que acababa de comenzar aquella misma mañana a leer y que había dejado preparado sobre la mesilla. Me sobresaltó más que el trueno que acababa de retumbar. Fue entonces cuando me di cuenta de que algo no iba bien. Al abrir la puerta del camarote me quedé como hipnotizado viendo las carreras de la tripulación pasillo abajo. En ese momento me vino de golpe una de las imágenes que más me impactaron cuando vi la película de Titánic, la del hundimiento, y un escalofrío recorrió de arriba a bajo mi espalda. Como si hubiera sido invocada por mis pensamientos, la alarma comenzó a sonar y por los altavoces resonaron las palabras del capitán, que intentaban ser tranquilizadoras, convocando a los todos los pasajeros a que acudiéramos a la cubierta donde estuviéramos en aquellos momentos. Por un momento pensé que me había quedado dormido y estaba teniendo una pesadilla, pero enseguida me di cuenta de que aquello era real y bien real.

En la cubierta donde me encontraba había menos pasajeros que en las demás, ya que a aquellas horas de la noche éramos pocos los que nos habíamos retirado a descansar y allí solo había camarotes, la amplia mayoría estaban en la cubierta superior donde se aglutinaban los diferentes restaurantes, y salas de espectáculo, que como cada noche, estaban a reventar. No se lo que debió pasar en las demás cubiertas, me puedo hacer una ligera idea, pero en la nuestra el caos era total, los ataques de histeria se repetían por doquier, pasajeros que se quedaban como clavados en el suelo y otros que empujaban queriendo ser los primeros para lo que fuera, los llantos, los gritos y los juramentos no dejaban oír lo que los empleados del barco intentaban decirnos. A pesar de todo, y aún no sé muy bien porqué, yo estaba sumido en una calma total. Tal vez fuera mi forma de afrontar el miedo colectivo que se extendía como una marabunta. Me puse junto a los componentes de la tripulación, y sin miramientos comencé a ayudarlos a evacuar a los pasajeros, digo sin miramientos porque en más de una ocasión tuve que encararme con alguien que pretendía salvarse a toda costa por encima de los demás. Cada barca de salvamento estaba preparada para un número determinado de pasajeros, llenarla en demasía podía convertirla en una trampa mortal, pero aún así, había quien llevado por el histerismo o el egoísmo quería subirse a la fuerza. Cuando ya solo quedábamos unos pocos me pusieron en las manos un chaleco salvavidas y me obligaron a subirme a una de ellas, hubiera preferido seguir ayudando a todos aquellos valientes que estaban dando su vida por nosotros, pero no hubo discusión posible, y me vi de pronto asiéndome con fuerza a cualquier punto de la barca para no salir despedido por el embate de alguna ola.

Si los gritos y los llantos de cubierta habían sido espeluznantes, los que allí se escuchaban lo eran aún más, cada vez que la barca de salvamento se inclinaba peligrosamente como queriendo ser engullida por el mar, se desataba la histeria colectiva, y como cegados por el miedo todos se desplazaban hacia el lado contrario intentado huir del peligro, pero lo único que conseguían era que la barca zozobrara cada vez con más intensidad. De nuevo mi sangre fría, que desconocía que alguna vez la hubiera tenido, se hizo con la situación. Haciéndome entender por encima de aquel caos logré imponer algún orden y transmitir cierto grado de tranquilidad. Al menos ya no intentaban ir de un lado a otro, y reprimían la necesidad de salir huyendo sujetándose con todas las fuerzas que les eran posibles. Confiaba en que el capitán hubiera tenido el tiempo suficiente para dar la voz de alarma y que los equipos de rescate no tardaran en llegar, pero la tormenta continuó con la misma intensidad, o más, durante lo que me parecieron unas horas interminables. Cuando la tormenta cesó tan bruscamente como había comenzado, nuestra barca había sido arrastrada muy lejos del hundimiento.

Lo que sucedió después parece sacado de la ficción, pero os prometo que no es así, ojalá todo aquello lo hubiera sido. Durante aquella largas en interminables horas la oscuridad fue total, no tenía ni idea de donde nos encontrábamos, solo intuía que bastante lejos de donde deberíamos estar porque el silencio era total. Mis palabras tranquilas de aliento debieron causar algún efecto en los demás porque todos se quedaron medio dormidos, la fatiga y el estrés de la situación les pasaba factura. Pero a mí el sueño me había abandonado por completo e intentaba forzar la vista entre aquella densa negrura tratando de ver algo que me diera una esperanza. Con la primera claridad que se abrió paso entre las nubes que aún cubrían el cielo, mi presentimiento se hizo certeza. Estábamos a la deriva muy lejos de ninguna parte. Gracias a aquel peñasco, porque a isla no llegaba, y a una ayuda improvisada, pudimos sobrevivir hasta que bastantes días más tarde fuimos rescatados.

Al final el cansancio me estaba venciendo y los parpados me pesaban como si alguien hubiera colgado de ellos unas grandes pesas, pero algo hizo que de golpe me pusiera alerta, el sonido de un arañazo y un ligero movimiento hacía delante de la barca que inclinó bruscamente mi cuerpo hacia detrás. Como a mi me había pasado, muchos de los que dormían, abrieron los ojos sobresaltados. Lo que vimos nos dejó a todos sin palabras, varios delfines se iban turnando a nuestro alrededor para empujar la barca, mientras otros saltaban sobre las olas por delante de ella. En alguna ocasión había leído de delfines que orientan a barcos a la deriva, pero ni en mis más remotas fantasías hubiera imaginado poder vivirlo. Cuando a lo lejos vimos asomar lo que parecían unas cuantas rocas apiladas, los delfines se alejaron tan rápido como habían llegado. Desde entonces, os puedo asegurar que esos simpáticos cetáceos no representan lo mismo para mí, y me dan una inmensa pena cuando los veo en algún acuario, o lo que es peor, en sangrientas cacerías llevadas a cabo, tal vez, por los mismos humanos a los que ellos generosamente hubieran salvado.

Cuando me vi de nuevo en tierra firme, sin el constante balanceo de la barca, os aseguro que me encontré perdido, era como si ambos nos hubiéramos hecho íntimos y ahora me sentía perdido sin ella. A los demás debió pasarles lo mismo ya que sus caras reflejaban el mismo desamparo que el mío. Me senté con la cabeza entre las manos, acusando la bajada de adrenalina que me había mantenido alerta durante todo aquel tiempo, pero al momento sentí que mil ojos se clavaban en mí.  Al levantar la vista me di cuenta de que todos estaban observándome como esperando a que les diera las indicaciones del próximo paso que debíamos hacer. Me sentí tan confundido e impotente que mis ojos se llenaron de lágrimas ¿qué esperaban todos de mí? Yo era uno más de ellos, una víctima, y también esperaba que alguien asumiera el mando y diera soluciones al infierno en el que nos encontrábamos. Parecían seguir esperando a que, como en el barco y durante todo el tiempo que habíamos estado a la deriva, yo asumiera el mando y los sacara de aquel trance. Pero aquello solo había sido la consecuencia de una situación extrema, y de no haber sido yo, estoy seguro que hubiera sido cualquier otro el que hubiera actuado. Esperando mi próximo movimiento comenzaron a tomar asiento a mí alrededor, y en vista de mi mutismo, uno a uno fueron quedándose dormidos con la tranquilidad que da el saber que alguien vela por nosotros. Me sentía tan perdido como todos ellos, pero en mi caso, sin nadie a quien dirigir la mirada y pensar que todo lo iba a solucionar por mí. Me fue encogiendo sobre mi mismo, hasta quedar en posición fetal, y arropado por la incertidumbre y la soledad, derramé en silencio todas las lágrimas que con anterioridad ya habían vertido los demás. 

Cuando me sentí vacío de todas ellas me levante con sigilo y me aparté del grupo. Tenía necesidad de caminar. Ensimismado como estaba regodeándome en mi propio desamparo, no me di cuenta de que mis pasos habían sido seguidos desde el mar. Solo reaccioné a su presencia cuando un golpe de agua me empapó de arriba a bajo. Aún sobresaltado me giré hacia el lugar desde el que había sido atacado. Y para mi sorpresa, vi a un delfín que se reía de mi mientras caminaba hacía atrás con su poderosa cola. Aún no me había quitado del todo el agua que chorreaba por mi cara, cuando de nuevo me vi inundado por ella. Alguien se lo estaba pasando en grande a mi costa, no tuve más remedio que ponerme a reír con él, eso fue una maravillosa válvula de escape para toda la tensión y el miedo que llevaba acumulados. Mi simpático acompañante fue siguiendo mi paseo, bueno más bien creo que lo seguí yo a él, aunque en aquellos momentos no me percaté de nada. Hasta que de golpe se detuvo en seco. Esta vez no se dedicó a lanzarme agua con sus saltos, sino que llenaba su boca con ella y después la lanzaba a un lugar hacia mi derecha, parecía un bombero intentando apagar un fuego.
Aquello me hizo tanta gracia que fui a mirar convencido de que era eso lo que estaba haciendo. En su lugar me encontré con unas flores azules de cáliz prolongado en forma de espuela que colgaban formando pequeños racimos. El delfín debía intentar decirme algo porque de pronto dejo de lanzar agua y se quedó muy quieto asomando apenas el morro y con uno de sus ojillos pendiente de mí. Intrigado me senté allí mismo sin dejar de observarlo, ambos con las miradas clavadas el uno en el otro, pero a mi debió vencerme el agotamiento porque sin darme cuenta perdí el mundo por unos instantes, me quedé completamente dormido. Me asaltaron unos sueños muy raros, que más tarde asocié a mi extraño visitante. Me vi formando parte de una manada de delfines, y aunque seguía siendo yo mismo, a la vez, era también un delfín. Unas vibraciones en el agua me hacían ponerme alerta y nadando como una flecha me acercaba a un lugar donde muchas personas aguardaban. Sin hablar, porque era un delfín, las iba trasladando de una a una hasta un lugar seguro. Comprendía, con mi mente humana y conciencia de delfín, que a pesar de no haber previsto aquel salvamento algo en mi interior estaba preparado para hacerlo, como si una información innata en mis genes me empujara a asumir el liderazgo garantizándome los resultados. Fue como dejar ir el aire cuando se ha estado reteniendo durante mucho tiempo, sentía que una pesada carga acababa de hacerse liviana y llevadera. Cuando estaba a punto de dar un gran salto sobre las olas impulsado por mi cola de delfín, un nuevo golpe de agua me trajo a la realidad. Mi amigo acababa de hacer de las suyas. Con aquella sensación del sueño aún flotando en mi interior regresé de nuevo al lugar en el que todos esperaban. Sus caras de alivio al verme hicieron que una fuerza desconocida recorriera todo mi ser. De nuevo mi sangre fría había vuelto, estaba preparado para asumir el mando.

Nadie cuestionó mis órdenes, sin necesidad de imposición alguna todos realizaron las tareas que les había encomendado con plena confianza en mis capacidades organizativas. Al llegar la noche habíamos encontrado un sitio para resguardarnos de las inclemencias del tiempo, comida suficiente para subsistir unos días, localizado el lugar de donde podíamos obtener agua potable y marcado con piedra en la arena de la playa unas señales reconocibles desde el cielo. Al día siguiente ya nos encargaríamos de confeccionar más señales desde otros puntos para poder ser localizados, pero todos estábamos extenuados y nos merecíamos comer algo y tomarnos un descanso.

Aquella noche no sé que debió ocurrirme, tal vez fue la cantidad tan grande de adrenalina que aún recorría mi cuerpo después de toda la actividad, o que como suele suceder mal nos pese, la satisfacción y el subidón que aporta el poder, pero lo cierto es, y me avergüenza reconocerlo, que en cuestión de horas pase de ser el líder carismático que aglutina a su alrededor para llevar a cabo una tarea encomiable, a ser el líder dictatorial y tirano corrompido por ansías de poder. Tal vez la cosa no fue tan dramática como la describo ahora, pero pensad por un momento en la situación: alejados totalmente del mundo, aglutinados en un pequeño pedazo de rocas y vegetación, incomunicados y sin saber lo que pudiera depararnos el momento siguiente. Las emociones y los sentimientos se multiplican por cien y las reacciones se vuelven explosivas y volcánicas.

A la mañana siguiente, lo que el día anterior eran sugerencias y orientaciones, se habían convertido en decretos y gritos autoritarios. Las miradas que antes habían sido de admiración y confianza se volvieron cargadas de rencor y de miedo. Era como si una adicción se hubiera apoderado de mí y me hubiera sumido en la locura. Y no es que lo que dijera no fuera lo que se tenía que hacer para lograr el objetivo necesario, era mi forma despótica y arrogante de llevarlo a cabo. A la hora de repartir el alimento para pasar aquel día, sin consultar con nadie yo me apoderé de la porción más grande alegando que, ya que era el que tenía el mando, también debía ser el que estuviera mejor alimentado. Podría decir que mi comportamiento de aquellos días estaba motivado por un exagerado sentido del deber, pero os engañaría, simplemente era mi intransigencia, exigía que todos actuaran y se comportaran como yo creía que debían hacerlo. No creáis que por lo dicho yo me sentaba tranquilamente a descansar mientras daba órdenes y  los otros se deslomaban, trabajaba como el primero, pero desde la vanidad del que sabe como se han de hacer las cosas mejor que nadie. Aquel comportamiento me pasó factura, me sentía agotado y extenuado, pero no por eso consentí en delegar en nadie, me gustaba demasiado el poder para cederlo.

Un día, cuando me alejé del grupo en busca del lugar apropiado para plantar una especie de bandera que se viera desde el mar, de nuevo tuve la singular visita de mi amigo desaparecido en combate, ya que desde el día del sueño del delfín no había vuelto a verlo. De nuevo siguió mis pasos mojándome cada dos por tres, parecía como si estuviera muy enfadado conmigo, ya que aquello no parecía un juego como la vez anterior, sino más bien un ataque. Al cabo de un rato y como la otra vez se dedicó a arrojar agua a un lugar fuera de mi vista. Movido por la curiosidad me acerqué a ver, y para mi sorpresa me encontré con las mismas flores azules en forma de espuela. Ante su mirada amenazadora, parecía que estaba dispuesto a salir del agua y lanzarse sobre mí, tomé asiento y le aguante la mirada con arrogancia, y de nuevo entré en un sopor parecido al sueño. Volvía a ser yo mismo fundido con el cuerpo de un delfín. Esta vez no era yo el que rescataba a nadie, sino que por el contrario, era el que estaba atrapado en una gran red de pesca y me debatía por liberarme, los demás delfines me miraban con indeferencia, por sus miradas comprendía que estaban muy enfadados. De pronto, ante mi, aparecía una ballena que dando unos tremendos coletazos los alejaba a todos de allí, sentía un gran alivio, por fin iba a ser rescatado, pero por el contrario se dedicó a sentarse en una especie de trono y repartir ordenes a diestro y siniestro, con mucha soberbia y tiranía. Cuando estaba a punto de ahogarme entre las redes por falta de auxilio, una gran calma se apoderó de todo mi ser. Unas palabras, mezcladas con el singular canto de los delfines, se filtraron por mi mente haciéndome comprender muchas cosas. Cuando el liderazgo no era cálido y respetuoso, dejaba de ser liderazgo para convertirse en tiranía y dictadura, y el camino se transforma en miedo y soledad. Miedo a perder lo que se quiere por encima de todas las cosas, y ese miedo hace que no nos importe pisotear para no perder el poder que tanto deseamos. Es entonces cuando llega la soledad,  porque se ha perdido el respeto y la confianza de los demás.

De nuevo volvía a ser yo mismo sentado frente al mar, gruesas lágrimas de vergüenza resbalaban por mi cara. En que persona me había convertido en unos días, yo que siempre me había enarbolado el estandarte del respeto y la tolerancia. Había querido ser un líder al servicio de los demás y había acabado siendo un líder para mis deseos de poder ¿Dónde había quedado la generosidad y la confianza, la alegría y la calma interior? Deseaba por encima de todas las cosas recuperar todo lo que había perdido en ese camino adictivo. Si era necesario me rebajaría y pediría perdón a uno por uno, dando un paso atrás para que otro asumiera el papel de líder que yo había pisoteado y que no merecía.

Al volver al campamento improvisado que habíamos construido, me aguardaban con expectación. Por sus miradas me di cuenta de que no todo estaba perdido, a pesar de lo sucedido seguían confiando en mí. Antes de tomar ninguna decisión, tuve la suficiente valentía como para humillarme delante de todos y pedir perdón por mi comportamiento. Debieron ver sinceridad en mis palabras porque todos se acercaron para abrazarme. Nadie supo lo que había pasado en aquel corto espacio de tiempo, era suficiente con que yo lo supiera, pero los días anteriores al tan deseado rescate los vivimos con una estrecha camaradería y confianza. La energía positiva que se respiraba en el grupo  hizo que nos mantuviéramos cuerdos el resto del tiempo que pasamos juntos.

Guardo un gran recuerdo de todos, una vez al año nos reunimos de nuevo. Aunque os cueste creerlo todos hemos superado el miedo a los barcos, ya que nuestro encuentro es en uno de ellos. Como no pudimos acabar nuestro primer crucero, entre todos decidimos que la mejor manera de superar la fatal experiencia sería hacer uno como Dios manda, y el resultado fue tan divertido que acordamos que nuestra reunión anual sería de la misma manera. En cada reunión surgen anécdotas de aquellos días, y no dejan de agradecerme todo lo que hice por ellos al asumir el mando de la situación, pero cuando me hacen la misma pregunta de siempre, sobre lo que pasó aquel día que les pedí perdón, los miro, sonrío y me pongo como un tomate de vergüenza al recordar mi comportamiento, y cuando les contestó que un delfín fue el responsable, todos se echan a reír y cambiamos de tema. Sé que en el fondo todos saben que es cierto, fueron testigos de cómo nos ayudaron para encontrar tierra en medio del mar, pero creen que los demás los trataran de locos si lo explican y prefieren no reconocerlo abiertamente. A mí no me importa decirlo, soy quien soy y estoy donde estoy gracias a los delfines y a unas pequeñas flores.  

Larkpur (Esencia de California)
                                                              

martes, 13 de octubre de 2015

Nicotiana (Esencia de California)

Nicotiana (Esencia de California)

"Fabricantes de humo"

Esconderse tras la barrera del humo, era como hacerlo tras el burladero para no enfrentarse al toro dela plaza. El mismo pensamiento de “puedo hacerlo pero aquí estoy protegido, cuando quiera doy el paso, pero de momento observo los acontecimientos desde la distancia”. No se recordaba sin un cigarrillo entre los dedos, a veces, pensaba con ironía, que del chupete había pasado al cigarro sin intervalo, y no andaba muy desencaminada. Era apenas una niña cuando había cogido el hábito. Primero fue como un juego, experimentaba con lápices cuando jugaba a papás y mamás con sus amigas. Después como un crecer para alcanzar las ventajas que disfrutaban sus hermanos mayores. Más tarde un signo de rebeldía, que acabaría por convertirse en una salida a sus frustraciones y tensiones. Y más tarde, estaba segura de ello, hubiera llegado a ser la muleta que le ayudara a caminar por un lugar desconocido y al que no quería enfrentarse.

Cuando habían comenzado las campañas antitabaco se había reído de lo lindo, soberana tontería solo podía proceder de mentes aburridas que no tenían otra cosa que hacer que tocar las narices a los demás. Por supuesto que había ignorado todos los comentarios mordaces de los no fumadores que no fumaban por miedo a enfermar. Tamaña idiotez la sacaba de sus casillas, sería que solo enfermaban y morían los que fumaban, al final todos iban a acabar en el mismo lugar. El no fumar no confería a nadie el pasaporte a la libertad de vivir eternamente. Mientras pudo plantó cara a todas y cada una de las prohibiciones con las que se encontraba, y con ello no se ganó pocas discusiones. Tenía tanto valor su derecho a fumar como el de los demás a no hacerlo. Pero cuando las cosas se volvieron crudas, las prohibiciones tajantes y la persecución acérrima, fue cuando verdaderamente comprendió lo que significaba el tabaco para ella. En ese momento ya no hubo excusas baratas ni escudos que la protegieran de los verdaderos motivos por los que no quería dejar de fumar.

Es muy fácil echar las culpas a los demás de algo que hemos consolidado como nuestro nosotros solos, pero no es real. Tal vez en un principio, como le había ocurrido a ella misma, había sido la inocente imitación a los mayores lo que había generado aquel deseo inconsciente de fumar. Algunas veces se pregunta que si no hubiera visto hacerlo a sus padres quizás no habría acabado convertida en la fumadora empedernida que era. Pero al final siempre acaba con la misma conclusión, si, lo habría sido, porque la elección siempre fue suya, nadie le puso una pistola en la sien para obligarla. La pistola se la puso ella misma con sus miedos, sus carencias, y sus inseguridades. Necesitaba la protección que le otorgaba la cortina de humo para pasar desapercibida, medio oculta y desdibujada; el aura de seguridad que le aportaba el sujetar un cigarrillo entre los dedos; la fuerza y la dureza del humo expulsado por sus fosas nasales cuando necesitaba dar esa apariencia de la que carecía; la sensualidad de acercárselo despacio a los labios para encenderlo cuando quería trasmitir mensajes cifrados al sexo opuesto; la barrera de mantenerlo en la boca el máximo tiempo posible para no tener la necesidad de decir nada; las caladas rápidas y exigentes cuando los nervios o la fustración amenazaban con ahogarla. ¿Cómo podía deshacerse de un compañero tan especial que la convertía en la persona camaleónica que necesitaba ser y que se ofrecía desinteresadamente para ayudarla en los distintos momento de su vida? Aunque bien pensado, no ofrecía sus servicios tan desinteresadamente como le gustaba creer, se cobraba un precio muy alto, el precio de la adicción. Pero ése valía la pena pagarlo, porque equivalía a su peso en oro. Hasta que ese oro, un  buen día, se trasformaba en arenas movedizas que amenazaban con engullirte.

La anestesia de los sentidos que le proporcionaba el tabaco no era tan simple como la del gusto o el olfato, como más tarde comprobó al dejar de fumar, todo adquirió un sabor y un aroma desconocido hasta el momento. Fue como recuperar los recuerdos de la niñez donde todo era más vivo y brillante. Pero los sentidos, que inconscientemente anestesiaba entonces, eran otros bien diferentes, eran los emocionales. El fumar para distraer la soledad o el aburrimiento, combatir la tristeza, la falta de comunicación, la necesidad de salir huyendo, de poner distancias, de promover acercamientos que asustan, de endurecernos para afrontar un ambiente hostil, de marcar límites. El tenerlos frente a frente no fue tan agradable como los recuerdos de la niñez, fue doloroso, difícil y arriesgado, pero al final valió más la pena que recuperar el gusto y el olfato. Su vida se enriqueció, y como persona pudo volar, sin el miedo a no volver a tocar el suelo si lo hacía.

Debido a su forma de desenvolverse en la vida, ésta jugó a su favor, no se vio enganchada a sustancias tan tóxicas o destructivas como la bebida o las drogas, algunos de sus amigos no tuvieron tanta suerte. La adicción era  una cosa bien distinta para ella. Necesitaba sentirse centrada para tener la ilusión de que dominaba los desafíos diarios. Los retos los acogía de uno en uno, procuraba que no se le amontonasen, porque le producía inseguridad. Haberse aficionado al alcohol o las drogas, hubiera sido como tener que elegir simultáneamente, y eso la agobiaba. Por lo que se quedó con lo que más satisfacción le producía, o tal vez, con lo que más le ayudaba a sobrellevar los contratiempos cotidianos. El café también estaba bien, pero solo porque complementaba el acto de fumar, al revés no le satisfacía, por lo tanto no podía considerarlo una adicción, como les pasaba a muchas personas que conocía y que no podían vivir sin ninguna de las dos cosas.

¿Por qué dejó de fumar? No es tan fácil de explicar, podría decir que le llegó el momento de madurar y de amarse por encima de todas las cosas, quedaría muy romántico, pero sería poco sincero, aunque si que es verdad, que ahora que ya ha dejado atrás esa necesidad, se siente mejor consigo misma, más sana, más enérgica. Visualizar sus órganos internos felices, la hace reír y por lo tanto le aporta alegría, pero eso merece una explicación más amplia, tal vez después. Lo cierto es que fue por pura obligación, forzada por las circunstancias, pero al final, por puro convencimiento si no, está segura, de que no habría funcionado. Pero alguna ayudita extra también tuvo, y fue la que le dio el empujón necesario para poder replantearse, realmente, el por qué y para qué fumaba y ser mucho más fuerte para afrontar la decisión tomada.

Cuando la prohibición de fumar en lugares públicos se afianzó, no le tocó más remedio que acatarla. Se pasaba más horas diarias en el trabajo que en su propia casa, por lo que eran muchas las horas que no podía disponer de la ayuda insustituible de su mejor amigo, el cigarrillo. Al principio intentó saltarse la normativa escondiéndose en los lavabos como en su época de adolescente, y por cierto, no era la única. Pero aquello no dio resultado, muchas compañeras quisquillosas que no fumaban llamaron la atención sobre esa situación a la dirección, que colocó unos letreros enormes recordando la prohibición, y cuyo incumplimiento, podía desembocar en una sanción.  Benditas ellas que no sabían el gran favor que le estaban haciendo, pero entonces las maldijo como nadie sabe. Solamente tenían permitido dos descansos diarios a lo largo de la jornada para poder salir y matar el gusanillo. Pero aquello era un suplicio, se pasaba el día comprobando el reloj para saber el tiempo que le faltaba para poder hacerlo. Más tarde, cuando la situación se hizo insostenible, parecía un yonqui en espera del siguiente chute, decidió que en el trabajo no fumaría, solo al salir de él. Entonces le faltaba tiempo para fumarse todos los que no había fumado durante el día. Aquello era una locura, enlazaba uno con otro y no disfrutaba ninguno. Después se dijo que tan solo lo haría los fines de semana, y así no se sentiría tan impulsada a fumárselos a destajo. Pero aquello tampoco resultó, aglutinaba en dos días los mismos que se hubiera fumado durante la semana entera. Entonces fue cuando comenzó a darse cuenta de que fumar no representaba el placer ni la satisfacción que creía, todo había sido un engaño. Todos aquellos cigarrillos eran fumados con desesperación y la dejaban con la sensación de que un gran monstruo, que la tenía dominada, habitaba en su interior. A partir de aquí fue cuando comenzaron las preguntas del por qué fumaba y para qué lo hacia. Y las respuestas que encontró no le gustaron nada. Entonces fue cuando tomó la determinación de destruir el dragón que habitaba en su interior y tomar el control absoluto de su vida.

La mejor manera que encontró para hacerlo fue corriendo, tal vez la frustración y el deseo que sentía cada vez que quería fumar podría trasformarlo en energía. El primer sábado que lo intentó se dio cuenta de lo ilusa que había sido, sus pulmones, atascados de toxicidad, no le permitieron ni hacer una carrera corta. Pero esta decisión fue la propiciatoria, de que la ayuda extra que os he comentado anteriormente, acudiera a su rescate.

El día era esplendido, cielo limpio, brisa fresca, y poca gente en aquellas horas tan tempranas. Pero la firme determinación con la que había comenzado se vio truncada por la falta de oxigeno en sus pulmones. Tuvo que buscar un lugar donde recuperar el resuello y las fuerzas que flaqueaban. Se estaba bien en aquel rincón del parque que había escogido para su estreno como corredora de fondo, el banco donde estaba sentada le propiciaba una vista magnífica, y los claroscuros de los árboles la temperatura adecuada. Nunca había estado en aquellos jardines, lo suyo nunca había sido los madrugones festivos y tampoco las aglomeraciones mañaneras, por lo que aquel lugar siempre había estado vetado para ella. Pero reconocía que se había perdido un lugar fantástico para pasear. Las plantas y los árboles estaban muy bien cuidados, y por todos lados había profusión de flores llenas de colorido, cada una con el cartelito indicativo  del nombre de su especie. Esto lo pudo apreciar al observar las que tenía junto al banco en el que descansaba. Su nombre le hizo sonreír, verdaderamente había escogido el lugar adecuado, aquellas flores tenían un nombre muy parecido al problema del cual estaba intentando desprenderse. Aunque no creía mucho en las coincidencias pensó, que tal vez aquella, podría ser una de acertada. Tomó entre sus manos una pequeña flor para observarla más de cerca. Su color blanco le trasmitió al instante el mensaje de limpieza y purificación, y aquel pensamiento le hizo mucha gracia, las coincidencias iban por buen camino. Su forma, de estrella de cinco puntas redondeadas, le recordó a una persona intentando llamar la atención, las piernas separadas para afianzarse y los brazos extendidos pidiendo auxilio. Aquello se ponía cada vez más interesante. Del centro nacía una pequeña protuberancia de color verde, como un enorme ombligo. Ya puestos comenzó a pensar que le trasmitía aquello, y se quedó sorprendida con lo que le vino a la mente. El ombligo representaba la unión con la madre y el primer alimento nutricio, pues bien la flor hablaba de unión con la madre naturaleza y el oxigeno. En algún lugar había leído el significado de los colores, y rebuscó en su mente para tratar de recordar lo que significaba el color verde: esperanza, sanación, equilibrio, tranquilidad. Aquellas conclusiones era alucinantes, menuda conversación estaba teniendo con una flor desconocida de nombre tan curioso. Solo faltaba que su olor también tuviera algún significado. Al cerrar los ojos y acercársela a la nariz para aspirar con fruición, su cerebro no la asoció con ningún olor determinado, pero desencadenó en su interior algo mucho más importante. Las sensaciones que se sucedieron fueron alucinantes. En primer lugar su cuerpo fue sacudido por una fuerza invisible pero poderosa. La vibración alcanzó hasta el último resquicio de su cuerpo, y ante la pantalla de su mente desfilaron sus órganos internos, achacosos, enfermos y tristes. Todos ellos le rogaron, que por favor, hiciera algo para salvarlos. Al momento la vibración fue deteniéndose en cada uno de ellos para liberarlos y limpiarlos de todas las impurezas aglutinadas tras años de acumular toxicidad. Era fantástico observar como una vez recuperados, saltaban, bailaban y reían llenos de felicidad. Su sangre comenzó a lanzarse en tobogán por todas sus venas y capilares radiante de alegría. Su interior era una auténtica fiesta. Después, con tranquilidad, las emociones escondidas en un rincón, fueron apareciendo una a una para hacerse visibles con transparencia y nitidez. Y pudo, sin tapujos, afrontar sus carencias y sus miedos, a cara descubierta, sin cortinas de humo que ocultaran o desdibujaran. Los “por qué” y “para qué” habían quedado al descubierto y  ahora podían ser integrados. La sensibilidad y vulnerabilidad, con la que había afrontado los desafíos diarios hasta entonces, se estaban trasformando en fuerza y coraje, ya no necesitaba insensibilizarse para proteger los verdaderos sentimientos de su corazón. Se sentía emprendedora sin la necesidad de muletas que la conectaran con el mundo, sabiendo donde estaban sus límites y donde el de los demás, sin barreras de humo que la conectaran o la alejaran según la situación. Había sido un viaje alucinante y sin necesidad de alucinógenos tóxicos o dañinos para su organismo.

Al abrir los ojos de nuevo miró rápidamente el reloj, pensando que debía haber permanecido horas en aquel estado, pero sorprendida comprobó que tan solo habían trascurrido unos minutos. Debía haberse quedado dormida de agotamiento. Recordaba, que a veces cuando sonaba el despertador por las mañanas y se hacia la remolona en la cama, soñaba muchísimas cosas en el corto espacio de unos segundos, por lo que siempre había creído que el tiempo no existía y todo era una invención del subconsciente, lo que acababa de suceder se lo confirmaba. Con la flor aún sujeta entre sus dedos regresó a casa, convencida de que todo había sido un sueño pero segura de que en verdad había sido muy clarificador, y como además aquel lugar le había encantado, con la seguridad de que iría allí muy a menudo.

A partir de aquel día acudió un ratito todas las mañanas al rincón de las flores de nombre curioso, y sin excepción, soñaba alguna cosa con mensajes codificados para su única y exclusiva comprensión. Con cada día que pasaba su determinación de mantenerse alejada del tabaco crecía, y ella se hacía más fuerte. Afrontaba las situaciones desde otro punto, con la mirada puesta en sus sentimientos y emociones, canalizándolas e integrándolas. Poco a poco recobró los sentidos abotargados y anulados por años de adicción. No recordaba la última vez que había saboreado esa o aquella fruta, aquel plato tan apetitoso o ese helado tan rico. Y no digamos nada de los olores, las flores, el mar, las comidas, los perfumes, la montaña, el café. Sus fosas nasales se deleitaban con todos los aromas, incluso los desagradables eran bien acogidos, significaba que algo importante había sido desbloqueado.

Cuando en la actualidad alguien le pregunta su secreto para dejar de fumar, porque también quiere conseguirlo, sonríe y lo lleva a dar un paseo por un parque cercano a su casa, y como el que no hace la cosa, le ofrece una de aquellas flores para que la huela. No explica nada, la tratarían de loca, pero tras varias visitas al lugar, encuentran el coraje necesario para afrontar la decisión que ya habían tomado con anterioridad. Todo sucede más rápido, y además, sin excepciones, todos experimentan un cambio sustancial y positivo en sus vidas. Resuelven conflictos internos que hasta el momento creían desconocer y afrontan retos decisivos en sus vidas. Ella sabe el secreto, pero lo guarda celosamente en su interior, tan solo les pertenece a las flores de nombre curioso y a ella misma. 


Nicotina (Esencia de California
  

                    

miércoles, 14 de enero de 2015

LOTUS (Esencia de California)

“Un largo camino a recorrer”

Esta es mi historia, pero podría ser la de cualquier otro, que como yo, confundió lo que es ser un maestro espiritual que tiende puentes para que otros puedan cruzarlos, a creerse el puente por el que otros han de pasar con su beneplácito. No estoy orgullosa de la persona que fui, pero si me siento muy orgullosa de la persona en la cual me he convertido, y todo gracias a unas grandes maestras que encontré por el camino, hermosas en su perfecta sencillez y sabías en su humildad, ellas me trasmitieron, desde su no hacer nada, toda la energía equilibradora que necesitaba en aquellos momentos en los que mi espiritualidad había perdido el norte y amenazaba con arrastrar tras de sí la de otros que habían confiado en mí. Con ellas aprendí que un maestro espiritual no es aquel que más sabe, sino aquel que sabe compartir su propio aprendizaje sin imponer para nada su camino. Que no hay maestros ni discípulos, sino seres humanos compartiendo un mismo sendero y dándose las manos, los unos a los otros, cuando éste se torna demasiado dificultoso. A través de ellas comprendí, que el mayor obstáculo en el camino de la espiritualidad no es la incomprensión de los que te rodean, sino el orgullo espiritual que acecha en cualquier recodo del recorrido. Pero precisamente, y gracias a todas esas piedras que te vas encontrando en él, es como tu espíritu crece, tu alma se encuentra a sí misma, y tu corazón se hace tan grande que puedes dar cabida incondicionalmente a todos y a todo cuanto te rodea. Lo importante no es caer, sino la forma en la cual tú intentas levantarte y lo consigues. Como decía un maestro muy grande que compartió parte de su recorrido conmigo: “El que tropieza y no cae adelante camino, y si has caído, analiza los daños, cúrate y sigue caminando”.

Mis maestras aparecieron por pura casualidad, como dirían algunos, aunque yo tengo muy claro que fue la causalidad, y las causas se daban en aquel momento, además, ya sabemos que el maestro aparece cuando el discípulo está preparado, y nunca mayor aseveración fue real. Ellas estaban allí cuando más las necesité, cuando mi globo espiritual había ascendido tanto que precisaba con urgencia descender a la tierra, retomar mi parte humana y contactar de nuevo con la compasión. Había ignorado ese lado oscuro que todos tenemos, y que solo dándole luz podemos aceptar e integrar, para ponerlo a nuestro servicio y trascenderlo.

Si en alguna parte de este relato te encuentras identificado, no asumas a pies juntillas todo lo que estás leyendo, me harás muy feliz si lo pones en tela de juicio, porque esa es la manera en la que analizarás las propias circunstancias que hacen que nuestras historias se asemejen y  poder llevar a cabo los reajustes necesarios en la tuya. Mi historia es mi historia con mis particularidades y sus matices, la tuya es la tuya, con las suyas propias. Lo que yo siento no tiene porque ser lo que sientas tú, pero lo que si puedo asegurarte es que las pequeñas maestras que me ayudaron a comprender muchas cosas, también pueden servirte a ti de ayuda. Así fue como todo comenzó…

Mi vida había transcurrido sin grandes altibajos, era feliz con ella, pero una pequeña parte de mí pugnaba por salir, no sabía que era aquello, pero sí que algo faltaba para que todo fuera completo. Mis creencias nunca habían estado bien definidas, la religión que procesaba era más como una imposición social  que una convicción. Lo que tenia muy claro era que había algo muy poderoso más allá de lo tangible, y que no era para nada el ojo que juzga y sentencia que me habían hecho creer de pequeña. Ese “Algo” era amoroso y comprensivo, y la vida no tenía sentido sin tan solo era la pequeña porción de tiempo al cual estábamos destinados.

La espiritualidad llegó a mí de golpe, a través de algunas personas de mi entorno a las cuales les tenía un gran amor y respeto, y no me cuestioné nada, entré de lleno, como si todo lo que me llegaba ya formara parte de mí antes de saberlo. Eso sigo afirmándolo hoy, somos seres espirituales vivenciando experiencias terrenales, por lo tanto, en nuestra alma están profundamente gravadas todas las enseñanzas que en cada encarnación vamos descubriendo y asimilando. No es tanto lo que aprendemos, sino lo que recordamos, cada vez que llega a nuestras vidas una información nueva. Como os decía, entré tan de lleno en temas espirituales que el resto de mi humanidad se quedó en parte relegado. No quiero decir con eso que abandoné mi forma de vivir, mi familia o mi trabajo, sino que para mí ciertas cosas dejaron de tener relevancia para dársela a otras que me llenaban por completo. Cada día era más enriquecedor que el anterior, me había convertido en una esponja que todo lo absorbía. Libros, seminarios, cursos, conferencias, maestros. Me sentía tan identificada con aquella corriente de pensamientos que me volqué totalmente en ella. Mirando hacia atrás me doy cuenta de que mi despertar espiritual estuvo lleno de riqueza y de personas maravillosas que aportaron a mi vida mucha sabiduría, y que no cambiaría nada de todo lo que aprendí, porque la única responsable de que toda aquella fertilidad acabara convirtiéndose en orgullo y soberbia fui yo misma.

La meditación se convirtió en el eje de mi vida, todo lo que ocurría en ella debía pasar antes por su filtro. Comencé a desmenuzar las cosas cotidianas que me sucedían, una y otra vez, hasta averiguar y comprender la enseñanza que llevaban implícitas, olvidándome de disfrutar la vida, que ahora tengo muy claro, que es aquello para lo cual vinimos. No digo que el analizar los sucesos relevantes que nos suceden o aquellos que nos llaman la atención no deba hacerse, nada más lejos de la realidad, solo digo que no hay que obsesionarse con todas y cada una de las cosas que nos suceden, hay algunas que pasan porque sí y no tienen ninguna enseñanza relevante, sino la de darnos cuenta de lo afortunados que somos por estar en el aquí y el ahora, que ya es mucho. Tampoco quiero decir que la meditación se algo cuestionable, pero creo, desde el conocimiento que he adquirido, que aún sin negar los beneficios que comporta, no es necesario vivir en entera meditación contemplativa, ya que no estamos en los tiempos en los que había que convertirse en ascetas o místicos y retirarse a un monasterio para experimentar la espiritualidad. Ahora estamos en una época totalmente distinta, donde la vida sucede a un ritmo frenético y en la que no podemos aislarnos de los demás, sino que es necesario compartir la vida diaria, y extraer de la cotidianidad de todas las cosas que realizamos, la enseñanza espiritual que hay implícita.

Con el tiempo he llegado a comprender que se puede meditar fregando platos, arreglando el jardín, cocinando, leyendo un cuento a tus hijos, paseando, trabajando, comiendo… siempre y cuando lo que realices, lo efectúes siendo consciente de lo que estás haciendo. No es lo mismo comerse una manzana mientras ojeas el periódico, que comerte esa misma manzana siendo consciente de todo el proceso que ha sido necesario hasta llegar a tus manos, de la energía que te está proporcionando sin pedir nada a cambio, de que ha sido creada exclusivamente para ofrecer un servicio a tu cuerpo, entonces es cuando le dedicas tu atención, la comes con respeto y la saboreas ¡Ahí hay meditación! No es lo mismo trabajar porque es un mal necesario que te ves obligado a hacer para poder vivir, a cuando das lo mejor de ti mismo en cada tarea que realizas, con amabilidad y cortesía hacia las personas que se relacionan contigo en esa labor, sabiendo que todo lo que haces, desde poner un sello, a limpiar los baños o dirigir una empresa tiene relevancia en el entorno y deja una huella indestructible en nuestra vida y en la de los demás. En aquellos momentos cruciales de mi existencia yo perdí de vista todo lo que ahora os he expuesto.

Después de asistir a muchos cursos espirituales donde las enseñanzas de algunos maestros marcaron mi apertura espiritual, y tras recibir las iniciaciones necesarias que me confirmaban, a mí también, como a una maestra, fui yo la que me dedique a impartir esos mismos cursos y a llevar las enseñanzas recibidas a otros lugares y a otras personas. Al principio mi ego espiritual no se vio afectado, tenía muy claro que no estaba por encima de nadie, sabía que tan solo compartía la sabiduría que a mí me había llegado con aquellos que no habían sido tan afortunados, y ellos, a su vez, compartían conmigo sus propias experiencias. Fue una época muy enriquecedora para todos, ya que la información no dejaba de fluir desde y hacia todos lados. Pero pasado un tiempo, me sucedió lo que a otros maestros les ha sucedido antes que a mí, hizo su aparición el orgullo espiritual, el propio ego inflamado. Ocurrió sin darme cuenta, o si me di, miré hacia otro lado porque aquello me hacia sentir realizada. El creerme superior a los discípulos que acudían a mí y que me trataban con tanta admiración, hizo que me fuera imprescindible pasar sin su adulación. Cualquier cosa que yo explicara  o enseñara era absorbido por ellos con adoración, mi verdad no se ponía en duda o se cuestionaba. Entonces comencé a caer en la imposición de mis doctrinas. Lo que yo había experimentado, y la cosas que a mí me habían servido, debían ser las que los demás tomaran como ejemplo. Si no hacían las cosas de la manera que yo dictaba, no tenían validez, estaban perdiendo el tiempo, y lo que era peor, hacían que yo perdiera el mío. Por lo que me volví muy estricta con las personas que acudían a mis cursos, antes tenían que pasar por un filtro, sino no lo pasaban no eran admitidas. Curiosamente aquello acrecentó el número de personas que querían acceder a ellos. Parece como si los humanos solo valoráramos las cosas, que para conseguirlas, nos cuesten un gran esfuerzo, cuando en realidad es todo lo contrario, cuando la inteligencia de la vida te pone trabas, tal vez sea porque aquello no tiene nada que ver contigo.

Cuando alguien en mis cursos se atrevía a refutar alguna de mis afirmaciones, sobre él caía todo el peso de mi superioridad espiritual, lo machacaba tanto con mi agresividad verbal que al final acababa por aflorarle un sentimiento de inaptitud y culpabilidad tan grande, que ya no se atrevía a decir nada más. Y también eso, curiosamente, los trasformaba en acérrimos seguidores de mis enseñanzas. Había anulado tanto su voluntad y facultad para razonar, que se convertían en los chivos expiatorios de mis malos humores y arrogancia al tratarlos con el desprecio del que se cree superior. Cuando asomaba en mi aquella parte oscura que me negaba, que cada vez ocurría con más asiduidad, en lugar de intentar averiguar para que sucedía y aceptar que algo en mi no funcionaba como era debido, lo justificaba alegando que yo estaba sirviendo de reflejo para que la otra persona pudiera trabajarse su parte oscura y sus sentimientos, cuando en realidad era yo la que tendría que haber recogido toda aquella información y haber trabajado sobre mi propia rabia, odio, envidia, celos, miedos…Yo, en mi magnificencia era perfecta, mi grandeza espiritual estaba por encima de todas aquella emociones, había alcanzado el nirvana y mi sabiduría no podía ser objeto de cuestionamiento. A la vez tenía la fuerte convicción de que ninguno de aquellos discípulos podría conseguir el nivel de espiritualidad que yo había alcanzado. Pobre de mí, que había olvidado con aquellos sueños de grandeza que la corona de la luz solo podía ser llevada a través de la humildad del ego y cuando el orgullo espiritual ha dejado paso tan solo al Ser.

Me había distanciado tanto del verdadero camino espiritual que algo en mi interior comenzó a resquebrajarse. Mi verdadero Yo Superior  pugnaba por abrirse paso en medio de aquel festín de orgullo, soberbia,  fanatización e idealismo que me habían hecho perder de vista la realidad. Mi alma se replegaba y mi corazón lloraba lágrimas de tristeza. No solamente había tropezado, sino que me había caído en el mayor socavón que había en mi camino hacía la verdadera espiritualidad, aquella que estaba basada en el amor incondicional, en el respeto mutuo, en la tolerancia hacia las diferentes corrientes de pensamiento. Me había olvidado completamente de la máxima que regía mis primeros pasos en la espiritualidad: “La verdad es un prisma con muchas caras, el que yo tenga razón no quiere decir, necesariamente, que tu estés equivocado”.  En aquel momento la única que estaba en posesión de la verdad era yo, y mis razonamientos, indiscutibles y  correctos.

Fue en aquel momento, cuando algo en mi interior comenzó a desasosegarse y a provocarme intranquilidad e insomnio, cuando mi alma encontró un resquicio de luz, muy efímero, pero real. A pesar de que no me sentía feliz y completa miraba hacía otra dirección, era muy duro dirigir la mirada a mi interior, eso podía hacer tambalearse los cimientos en los que había basado mi desarrollo espiritual. Pero una vocecita muy débil intentaba llegar hasta mi corazón. Como que aquellos susurros no fueron convincentes, mi cuerpo comenzó a somatizar, en forma de enfermedad, la energía de aquellos sentimientos, y no tuve más remedio que escuchar los gritos, con los que por fin, se hizo oír por mi alma. Mi enfermedad me forzó a un retiro obligatorio, fue entonces cuando el discípulo, que era yo, estuvo preparado para recibir a su maestro.

Una mañana, cuando pude comenzar a dar pequeños paseos por los alrededores del monasterio al cual me había retirado en espera de pasar mi convalecencia, me encontré con el estanque. No fue de buenas a primeras como di con él. Fue de una forma muy curiosa, muy casual. Recuerdo que estaba muy nublado, parecía a punto de llover, pero el aire, aunque fresco, era agradable. De pronto las nubes se rasgaron y a través de su resquicio un potente rayo de sol iluminó un lugar a lo lejos que refulgía como si de un espejo se tratase. Soy de naturalidad curiosa y no pude resistirme e ir a comprobar que era aquello que se estaba haciendo tan evidente frente a mí. Al llegar me quedé sin palabras, era un estanque repleto de unas solitarias y hermosas flores acuáticas de color rosa, formadas por abundantes pétalos de aspecto ceroso. Reposaban sobre un lecho de hojas circulares que flotaban sobre el agua, aunque no permanecían pegadas a ellas, sino que se erigían en un pequeño tallo que las hacía sobresalir. El agua que las acogía era el reflejo plateado que me había hecho acudir hasta allí. Todo el perímetro del estanque estaba recorrido por un banco que invitaba a tomar asiento y relajarse, y eso es lo que hice, ya que todavía me encontraba un poco debilitada por mi enfermedad. Entonces fue cuando mis maestras hicieron acto de presencia.

Al poco de haber tomado asiento una dulce energía rosada emergió del centro mismo de las solitarias corolas. Era, como si de sus pistilos amarillos, pequeñas flechas se clavaban directamente en mi corazón. Hasta él llegó un susurro adormecedor, las flores se estaban comunicando conmigo. Me estaban mostrando, como a pesar de tener sus raíces en una oscura ciénaga y sus hojas flotando en el agua, podía elevarse a las alturas. Al principio no comprendí lo que intentaba decirme, pero al cabo de unos segundos, como un estallido, se abrió la comprensión. El crecimiento espiritual era la similitud. La parte oscura y las emociones, también forman parte de la espiritualidad de la persona, que se eleva en busca de la luz y se abre receptiva a toda la sabiduría. En la búsqueda de la luz había apartado mi  parte oscura y había obviado mis sentimientos, volviéndome, en el proceso, una persona altiva, egocéntrica, soberbia, egoísta e intolerante. La sabía vibración que estaba movilizando mi interior me estaba haciendo consciente de mí misma, de mis propias carencias, de mi propio desequilibrio emocional y espiritual. Una energía de limpieza y purificación comenzó a recorrer mi cuerpo de arriba a bajo, conectándome con la tierra que yo había abandonado hacía tiempo con mis ínfulas espirituales. A pesar de que mi cuerpo estaba conectado a la fuerza de la tierra a través de mis pies, mi conciencia se elevó a un nivel superior, estaba preparada para reconocer todo aquello que se había distorsionado en mi interior, y me aportaba el coraje necesario para salir del agujero en el que me había caído, levantarme, analizar los daños causados y seguir hacia delante.

A partir de aquella mañana mi estado físico mejoró a pasos agigantados, ya que mi alma y mi corazón habían comenzado a cerrar heridas. Mi espíritu, que sabía mejor que nadie que pasos seguir, me ayudó a hacer el resto. En cuanto abandoné el monasterio, casi completamente restablecida, organicé un seminario al cual solicité, muy humildemente, que acudieran todos aquellos a los que en una y otra ocasión había ofendido, abusando de la fe que habían depositado en mí. Después de aquella visita al estanque, confieso que no me costó nada hacer aquel acto de constricción, mi ego estaba en el lugar donde le correspondía y un amor incondicional rebosaba por todos los poros de mi ser.

Ahora, sin soberbia y sin vanidad, me considero de nuevo una maestra espiritual. He aprendido que la verdadera maestría consiste en mostrar el camino y las herramientas que lo facilitan, sin empujar los pasos de nadie para recorrerlo, ni obligarle a empuñar las herramientas que se les muestra, porque cada cual es libre de hacerlo a su manera. También sé que el buen maestro es constructor de puentes pero no conduce hacia ellos, eso forma parte del bello descubrimiento de cada uno, y que cada cual ha de calzarse sus propios zapatos para cruzarlos. Y lo más importante de todo, un buen maestro ha de saber mostrar las cicatrices resultantes de todas las caídas que ha tenido a lo largo de sus propios descubrimientos.

Todos somos maestros y aprendices en el juego de la vida. Todos tenemos grandes conocimientos espirituales guardados en nuestro interior, es responsabilidad de cada cual sacarlos al exterior y compartirlos, nadie nos juzgará si no lo hacemos o lo hacemos mal, ya se encargará nuestro propio Yo Superior de encaminarnos en la dirección correcta.   

Lotus (Esencia de California)
         
                          
           

viernes, 7 de noviembre de 2014

PINK YARROW (Esencia de California)

“La ley del colador”

Cuando conocí a Clara y a Marcos hubiera jurado que eran hermanos, y no por el parecido físico de ambos, la verdad es que son bastante distintos, uno moreno y la otra rubia, ella demasiado alta para ser mujer y él, tal vez, demasiado bajo para ser hombre, pero sus expresiones y sus gestos tan similares solo podían provenir de dos personas que hubieran pasado la totalidad de sus vidas juntos. La realidad es que apenas llevaban unos años compartiendo su estrecha amistad, aunque las situaciones tan intensas que vivieron bien podían haberla transformado en toda una vida. Ellos mismos inducen a la confusión que se genera cuando están juntos al llamarse hermanos, y en la que no solo yo he caído, pero es que pocos hermanos están tan conectados como lo están ellos. Saben casi al instante lo que piensa cada uno, sus estados de ánimo, o sus preocupaciones, pero manteniendo, eso sí, una sana distancia emocional. Tal y como me contaron más tarde, cuando nuestra amistad conjunta se hizo patente, no siempre habían podido mantener aquella clase de empatía, hubo un tiempo que pudo haberles costado la vida a los dos. Pero gracias a Dios supieron encontrar a tiempo el centro de la paz interior que les ayudó a mantenerse inalterables ante el sufrimiento del otro. De no ser así no hubiéramos podido mantener nunca aquella conversación. Curiosa como soy, y debido a que mi profesión así lo requiere, les pedí permiso para ahondar en su historia y  hacerla llegar a otras personas. Me pareció muy interesante poder hacerlo, porque de esa manera, su experiencia podría valer para ayudar a otro en situaciones parecidas, tal vez no tan dramáticas, pero sin obviar que las cotidianas, en ocasiones, son también muy difíciles de sobrellevar y pueden acabar en autenticas tempestades emocionales. Ambos estuvieron de acuerdo conmigo, pero debido a la gran extensión de su relato, decidimos transcribir solamente una parte de él, la más esencial, la que recogía con más claridad el sentido del mensaje, en el que los tres estuvimos de acuerdo, era el más importante: “La necesidad de no implicarse en los sentimientos del otro sin olvidarse de la empatía”, como ellos me dijeron entre risas, y ambos a la vez “La ley del colador”, ante la cara de extrañeza que puse, de nuevo riendo, y al unísono, me lo aclararon: “Filtrar los sentimientos para que solo lleguen los apropiados, protegiendo al corazón de los impactos negativos”. Pocas palabras más pueden añadirse a las tres frases anteriores, pero creo que la historia vale la pena de ser escuchada.

Quizás sino hubiera sido por el dramatismo de la situación en sí, Clara y Marcos jamás se hubieran conocido, pero el destino, que tiene unos hilos invisibles muy extraños, los cruzó a ambos en el mismo camino, aunque por diferentes razones. En aquellos entonces Clara era cooperante de una ONG con fines humanitarios y Marcos uno de los protagonistas del drama que acababa de ocurrir. Tal vez con el bagaje emocional que cargaba Clara a sus espaldas aquella misión no era la más acertada para ella, o ni siquiera estaba preparada para formar parte de ninguna organización similar.  Era excesivamente permeable, y su compasión se volcaban tanto en el sufrimiento ajeno que siempre acababa implicada emocionalmente hasta la médula. Cuando en alguna ocasión, algún compañero suyo, le había recordado la necesidad de mantener una distancia prudente para no salir dañada, siempre rebatía el consejo con su expresión favorita: “El que no se implica no comprende”, y es que estaba totalmente convencida, de que para poder ayudar al otro, necesariamente, tenía que experimentar su dolor. No había comprendido aún la sutil diferencia entre implicar o empatizar.

Las lluvias torrenciales que había azotado furiosamente aquella parte del país había provocado las inundaciones más brutales de la historia, muchos pueblos habían quedado totalmente aislados los unos de los otros, y el acceso a la mayoría para poder socorrerlos, humanamente imposible. Especialmente dramática era la situación de una pequeña aldea donde decenas de personas habían quedado atrapadas, sin ningún tipo de alimento ni agua, tras haber sido sorprendidos, en cuestión de minutos, por un corrimiento de tierra derivado de las fuertes lluvias. Los supervivientes eran, en su gran mayoría, niños que en el momento de la tragedia se encontraban en la escuela, el lugar más alejado de la aldea. Entre los pocos adultos que los acompañaban algunos estaban heridos, unos leves, pero otros de extrema gravedad, que necesitaban con urgencia algún tratamiento médico. La única vía accesible para llegar hasta ellos era a través de caminos de montaña, que además de dificultar la llegada de auxilio, no estaban exentos de peligro, nadie sabía en que estado podían encontrarse en aquellos momentos. Pero era obvio que no podían abandonarlos a su suerte, y que tenían que jugársela si querían llegar a tiempo. Con los mejores medios de que disponían, escasos todos ellos, organizaron un equipo de rescate. Dada la imposibilidad de utilizar ningún vehículo a motor, y de que no podían cargar a sus espaldas todas las cosas necesarias, consiguieron algunos caballos, que además de ayudarlos con el transporte, facilitarían el regreso con los niños y los heridos. En cuestión de pocas horas todo quedó organizado, Marcos era el lugareño que los guiaría, gran conocedor de todos los caminos montañosos y pasos alternativos por los que podrían llegar hasta el lugar. En un principio Clara no formaba parte de la expedición, ya que estaba destinada en otra tarea igualmente necesaria, pero a último momento, una de los sanitarios que tenía que ir, sufrió una rotura de pierna debido a una caída y la única persona que podía sustituirlo era ella, ya que tenía conocimientos de primeros auxilios. De esa manera Clara y Marcos se vieron unidos por el destino en la mayor aventura de sus vidas, y que acabó convirtiéndolos en hermanos del alma.

La situación estaba mucho peor de los que Marcos había supuesto, corrimientos de tierra propiciados por el reblandecimiento del terreno, habían dejado prácticamente impracticables la mayoría de rutas habituales. Por lo que constantemente se veían dando grandes rodeos para llegar casi al punto de partida del lugar de donde se habían tenido que desviar, estas contrariedades alargaban excesivamente el momento de la llegada. Clara, hipersensible a todo lo que estaba viviendo últimamente, tenía las emociones a flor de piel, y esto estaba mermando enormemente su energía y su capacidad de resistencia. El simple pensamiento de aquellos niños solos, hambrientos, heridos y asustados, encogían su corazón, y en más de una ocasión se había visto sorprendida por las lágrimas, si no hubiera sido por la lluvia que no cesaba de caer, todos se hubieran dado cuenta del estado de vulnerabilidad en el que se encontraba. Dadas las circunstancias nadie podía permitirse tamaña debilidad, todos necesitaban tener sus reservas de fortaleza al cien por cien, sino más, porque lo contrario suponía una merma imperdonable de sus capacidades objetivas. Debían estar preparados para lo que se encontraran, procurando salvar el mayor número de vidas posibles, incluyendo las propias.

A medida que se acercaban, las condiciones meteorológicas y del terreno empeoraban, la última conexión por radio, antes de perder definitivamente la frecuencia, les había informado de un nuevo frente de lluvias especialmente virulento. Si no se daban prisa, la garganta de montaña que tenían que atravesar antes de llegar al punto de destino, estaría totalmente impracticable para ser cruzada, si es que no lo era ya en aquellos momentos. Pero un nuevo contratiempo se cruzó con brusquedad en el camino. El puente por el que tenían que atravesar, que comunicaba las orillas de un caudaloso río, había sido arrastrado por la corriente, tal y como Marcos se había temido. Un nuevo desvío suponía un retraso que no se podían permitir, la única solución era que el resto del camino lo realizaran solo dos personas, el guía y un sanitario, y que los demás esperara, como mejor pudieran, a que ellos alcanzar el paso de la garganta antes de que fuera demasiado tarde para rescatar al máximo número posible de los que estuvieran en condiciones de hacerlo. Antes de tomar la apresurada decisión, por las mentes de todos se cruzó la magnitud de lo que se estaba planteando. Los heridos o los excesivamente débiles no podrían ser rescatados, y aún así, no había garantías de que alguien saliera con vida. Pero situaciones extremas requerían soluciones rápidas y frías, Marcos y Clara partieron con lo escasamente necesario que no entorpeciera su misión, el resto aguardarían rezando para que un milagro los ayudara a todos.

La urgencia de la situación, y la soledad de las elecciones, fueron el detonante para que las bases de amistad de ambos se solidificaran. Sus vidas dependían de las rápidas decisiones de uno y de otro, no podían permitirse fallos, la sincronicidad y el entendimiento debía ir al unísono, no había tiempo para conocimientos personales. Sus mentes y sus cuerpos debían ser una sola unidad. Es curioso, como lo perentorio de una situación y su magnitud, pueden magnificar el tiempo que se pasa juntos. Lo que en otro momento hubiera representado años de conocimiento, se compactó en  pocas horas. Ambos sabían que el uno sin el otro podían morir y su misión abortada. Por lo que su unión trascendía todas las normas existentes. Era como si se conocieran de toda la vida y el afecto del uno por el otro traspasara las barreras del tiempo.

A pocos kilómetros de la temida garganta, y desde la altura en la que se encontraban, observaron aliviados que podía ser atravesada sin problemas, el agua que circulaba por ella la hacía relativamente transitable, si se daban prisa podrían estar de regreso antes de que el temporal que se avecinaba hubiera descargado, porque entonces la crecida del río la haría totalmente impracticable. La bajada hasta llegar allí, a pesar de la rapidez con que debían efectuarla, obligaba a mantener los cinco sentidos puestos en ella, ya que un pequeño resbalón representaría el final del viaje. El terrero era inseguro y resbaladizo, y ambos sufrieron algún que otro susto, de los que salieron relativamente ilesos. En el último Marcos había sufrido una torcedura dolorosa, que aunque Clara era consciente de ella, ignoraba la magnitud que estaba alcanzando. Marcos notaba como la hinchazón se iba extendiendo, y el dolor comenzaba a ser prácticamente insoportable, pero como hombre duro forjado en aquellas tierras traicioneras, lo sobrellevaba como mejor podía. Estaba convencido de que de seguir así, cuando pararan, no podrían ponerse en pie de nuevo, debido a eso las indicaciones a Clara, de por donde debían regresar y los pasos alternativos en caso de no poder acceder a ellos, se intensificaban a cada paso que daban. Marcos mantenía la primera posición en la marcha, y Clara lo seguía de cerca, por lo que era consciente del dolor que estaba soportando su compañero, y su corazón, ya de por si maltrecho por la situación, sufría lo indecible sintiendo como propio el dolor de él. Era como si sus propios pies también hubieran sufrido el mismo percance, hasta tuvo que cerciorarse con disimulo de que no sufría ninguna hinchazón que lo confirmara.

Por fin habían llegado a su destino, tan solo les quedaba salvar una pequeña loma. Desde allí y sin dejar de avanzar evaluaron la situación. Aunque la gran mayoría podrían hacer el camino de regreso, unos cuantos, incluidos varios de los niños, tendrían que quedarse para que el resto pudiera salvarse. Clara consciente de la situación comenzó a sentirse partida por la mitad ¿cómo podría llevar a cabo aquella crueldad? Era condenar a  morir a los que no pudieran mantener el ritmo frenético que hacia falta. No estaba preparada para aquello, sus emociones disparadas comenzaron a nublarle el entendimiento, pensando que tal vez, aún retrasando la marcha y ayudados los unos por los otros, podrían salvarse todos. Otra alternativa era quedarse allí, tratando de curar a los heridos, y rezando para que el tiempo mejorara y todos pudieran ser rescatados. Ambas opciones eran inviables, les condenaban a morir a todos. La compasión salía a borbotones de su corazón, obnubilando totalmente la razón.

Las caras de alivio con las que fueron recibidos hacían aún más difícil comunicar la decisión que debían tomar. Los heridos, presintiendo su vulnerabilidad,  se agarraron con desesperación a sus manos y a sus pies. Clara lloraba desbordada por los sentimientos, sintiendo un inmenso dolor en el centro de su pecho. Se había implicado tanto emocionalmente que se sentía incapaz de distanciarse para llevar a cabo la decisión correcta. Naturalmente, Marcos, no permanecía impasible ante el dramatismo que los rodeaba, eran su gente. Era como decidir que brazo tener que amputar que doliera menos. Pero hacer lo que debía hacer era dar una luz de esperanza a la gran mayoría, aunque la seguridad no fuera del cien por cien. Si no se daban prisa la tormenta se desencadenaría y ya no habría opción viable que decidir. Clara, aún consciente de la urgencia de la situación, estaba paralizada por el dolor que toda ella estaba absorbiendo de los demás. Se sentía tan confundida, que no sabía donde acababa su sufrimiento y comenzaba el de los otros. Ambos se habían fusionado. La mirada implorante de una anciana atrajo su atención como un imán, pensando que todavía disponía de algún tiempo para amortiguar el dolor de sus heridas, se acercó a ella  preparando el analgésico adecuado. Pero la anciana retuvo sus manos de lo que estaba intentando hacer, y por el contrario, colocó entre ellas algo que Clara no pudo distinguir, ya que estaba envuelto primorosamente en un pañuelo ribeteado de encaje. Sus arrugadas manos mantuvieron las de Clara firmemente sujetas y las llevó hacia su corazón, que latía acelerado. Más tarde fue consciente de que tan solo habían pasado unos escasos minutos en aquella extraña comunión, pero para ella fue como si el tiempo se hubiera dilatado dando cabida a una infinidad de sensaciones y conocimientos.

La vista pareció nublársele, y las lucecitas que se formaron en sus ojos fueron agrandándose hasta formar una única luz, luminosa pero suave, que fue expandiéndose hasta alcanzar todos los rincones de su cuerpo, situándose con mayor intensidad en su corazón. Al instante una gran paz relajo todo su ser, ese dulce equilibrio proporcionó la objetividad para que la compasión verdadera pudiera liberarse de su corazón. Estaba encontrando la distancia necesaria para discernir sus sentimientos y poder actuar desde el conocimiento, y no desde el sufrimiento. Comprendió con claridad la necesidad de no implicarse emocionalmente para poder mantener despejada la razón, y desde la empatía,  actuar en consecuencia. Quedándose paralizada estaba negando la ayuda que los demás esperaban de ella, no podía permitirse en aquellos momentos la permeabilidad de las emociones o el dolor proveniente del exterior, desde su paz interior tenia que mantenerse inalterable antes sus estados fluctuantes de ánimo. No podía quedarse atrapada en el dolor, debía actuar ya, y con rapidez, de su decisión dependía salvar algunas vidas o no salvar ninguna. Fue consciente entonces de la sensación de que un poderoso escudo rosado se extendía a su alrededor, protegiendo su paz interior del caos y del sufrimiento exterior. Pero no era un escudo rígido y duro, sino permeable y maleable a la emoción, porque esa sería la que le iba a proporcionar el empuje, justo y necesario, que la situación requería.

Cuando en sus ojos se extinguieron la lucecitas, que habían dado comienzo apenas unos instantes antes, Clara observó que la anciana, aún manteniendo la firmeza de sus manos apergaminadas sobre su pecho, había partido a un lugar sin retorno donde el dolor ya no podía alcanzarla. Por primera vez no se vio desbordada por los sentimientos que aquella imagen. Dando las gracias mentalmente por aquellos últimos momentos compartidos, y sin tiempo para comprobar que encerraba aquel presente que apretaba sobre su corazón, Clara lo guardo en el bolsillo interior de su chaqueta, y fue en busca de Marcos que ya lo tenía todo preparado. Un nuevo desafío a sus sentimientos surgió cuando éste le informó que él no los acompañaría, en vez de una ayuda se había convertido en una carga, su pie ya no estaba en condiciones de seguir, y solo entorpecería la marcha. Se quedaría junto a los heridos y haría todo lo que estuviera en sus manos por ellos. Clara sintió como nuevamente su corazón se partía en dos, pero una energía dulce pero contundente, se filtró en él atravesando las barreras de la ropa, lo que fuera que contuviera aquel regalo poseía un poder muy potente. Ambos conocían las dificultades del regreso, Clara no era ninguna experta de aquella región, pero había permanecido muy atenta a todas las indicaciones que por el camino le había ido dando Marcos. Antes de partir los dos se miraron a los ojos, conscientes de que aquella sería la última vez que lo hicieran. Antes de ponerse en marcha Marcos la tranquilizó diciéndole que encontrarían el camino de regreso, fuera el que fuera, porque iban a estar guiados por el espíritu de la anciana, la chamán de aquella pequeña comunidad que acababa de morir junto a ella.

El regreso no estuvo exento de dificultades o peligros, pero una gran fortaleza interior guiaba todos sus pasos, en las ocasiones en las que dudó de su propio criterio, una voz dulce le susurró al oído hacia donde debían dirigirse. La gran tormenta anunciada acabó convertida en un fuerte chaparrón, ya que el viento, contra todo pronóstico, la empujó lejos de allí descargando su ferocidad en las embravecidas aguas del océano. Cuando poco antes de llegar escucharon los relinchos de los caballos que aguardaban su llegada, los gritos de júbilo alertaron al resto de compañeros que aguardaban con impaciencia.

Debido a que las cargas electrostáticas habían descendido por el alejamiento de la tormenta, o eso quisieron creer los demás, Clara tenía otra certeza, pudieron comunicarse con la base de la ONG e informar de la localización exacta de donde se encontraban los que no habían podido moverse y de la situación de los heridos. Cuando la seguridad del tiempo lo permitió, los helicópteros pudieron llegar al lugar y rescatar a la mayoría que habían podido resistir en aquellas precarias condiciones, Marcos fue uno de ellos. Su pie había sanado con una rapidez asombrosa, y si no hubiera visto con sus propios ojos como lo tenía antes de partir con los niños, Clara hubiera pensado que todo había sido un montaje para quedarse al cuidado de los que no podían desplazarse. Más tarde, cuando Marcos le confesó que las gentes de aquel pueblo eran las suyas y la anciana chamán, su abuela, Clara comprendió muchas cosas.

Una vez que Clara acomodó en el campamento improvisado a todos los niños que acababan de vivir una emocionante aventura con caballos incluidos ¡bendita inocencia!, y mientras aguardaba las noticias del rescate de los que se había quedado, desplegó con curiosidad el hatillo de encaje que aún guardaba sobre su pecho. Al observar su contenido se quedó totalmente perpleja, un ramillete de flores rosas, inauditamente frescas, a pesar del tiempo que debían llevar arropadas en aquel envoltorio. Según le explicó tiempo después Marcos, aquella variedad de flores era bastante rara y costaba mucho de encontrar, su abuela siempre la había considerado una planta de poder, utilizada en la antigüedad por chinos, druidas y anglosajones, debido sus dotes adivinatorias y de protección.

Aun hoy en día Clara las conserva protegidas por pañuelo de encaje, y siempre reposando muy cerca de su corazón, para que sigan proporcionándole protección emocional y que no mermen sus facultades de discernimiento. Inexplicablemente se mantienen en el mismo estado que cuando se las entregó la abuela de Marcos. Él se ríe de su superstición, diciéndole que no es frecuente que una urbanita como ella crea en esas cosas, pero en el fondo, se siente muy orgulloso de que las lleve siempre consigo, es como si mantuviera vivo un trocito muy importante de su abuela. Cuando le gasta bromas sobre ese asunto, Clara lo deja hacer, lo conoce demasiado bien, no por nada son hermanos y nietos del alma, y porque que sabe que también él es un autentico chamán, de los que ya quedan pocos. Sin que nadie se lo haya dicho, tiene la certeza de que la vibración de las flores protege también a Marcos, el espíritu de su abuela tiene energía para los dos.

Este es el relato que me dejó cautivada la primera vez que lo escuché de sus labios. Mis amigos, Clara y Marcos, van ampliando cosas a medida que nuestra amistad se fortalece. Sé que aún quedan misterios por revelar de lo que realmente sucedió en aquellas montañas, pero no tengo prisa, lo esencial ya está dicho. Por cierto, soy testigo del poder de esas flores, en alguna ocasión también han fortalecido mi voluntad para que no tome como propios los problemas de los demás, haciéndolos míos y volviéndome vulnerable. Y realmente se conservan en perfecto estado.

Pink Yarrow (Esencia de California)

lunes, 27 de octubre de 2014

POMEGRANATE (Esencia de California)

“Caminos que se bifurcan”

Amber y yo hemos sido amigas desde la guardería, desde el primer día en el que, como un conciertoorquestado, uno de los niños comenzó a llorar al ver que su mamá lo dejaba en brazos de su cuidadora y los demás lo seguimos como solidarizándonos en su protesta. Amber, mucho más acostumbrada a ver partir a la suya, fue la única que no se unió a nuestros lloros de abandono, por el contrario, nos miró con cara de decir: “¿Pero que os pasa chicos, si somos muchos para divertirnos?”, y sacándose su chupete con forma de luna sonriente me lo encasquetó en la boca. Cogida por sorpresa chupeteé con fruición y dejé de llorar automáticamente, entonces Amber me tomó de la mano y juntas nos fuimos a jugar con los cajones de arena y los cubos de colores. A partir de aquel día siempre fuimos cogidas de la mano a todas partes. Naturalmente ni ella ni yo recordamos nada de todo eso, aunque nos encanta esta historia que forma parte de nuestra propia vida en común. Ahora, la fuerte y decidida Amber, necesita como nunca una mano amiga que la ayude a dar los primeros pasos en una dirección totalmente desconocida para ella, y aunque ya somos mayores para jugar con cubos de colores y cajones de arena, está deseosa de recuperar aquella parte infantil donde los problemas y las decisiones no existían, donde encontrar el equilibrio para no caerse de culo era el mayor reto que se pudiera alcanzar, y donde las caídas y los golpes se aliviaban con una tirita, un beso y un “sana, sana, culito de rana”. Mi querida amiga se encuentra en una bifurcación de caminos y no sabe cual de ellos escoger. Aún no ha descubierto que se puede seguir por el camino del centro, por el que marca su corazón, sin necesidad de dejar atrás deseos, ilusiones o proyectos, porque todos pueden tener cabida en su vida. Solo necesita saber colocar cada cosa en el lugar de importancia que le corresponde, encajar las piezas del rompecabezas y dar un paso después del otro. Está tan desorientada que necesita que alguien le coloque por sorpresa el chupete en la boca y la tome de la mano, y esta vez, en justicia, me toca a mí ponérselo.

Para que podáis comprender esta historia creo que debería comenzar por el principio, pero no os asustéis, saltaremos algunas etapas y nos colocaremos justo en el momento en que ambas dábamos por finalizada nuestra etapa universitaria. Con mi flamante título de Profesora en Educación Infantil, y con unas credenciales estupendas que me avalaban como una excelente educadora, no tardé mucho en encontrar un trabajo hecho a mi medida. Mi sueño acababa de cumplirse y de momento mis expectativas estaban cubiertas. Por su parte Amber, más ambiciosa que yo y con unos sueños más altos, quiso continuar ampliando su formación y se matriculó en todos los masters que surgieron a su paso. Había estudiado empresariales y no se conformaba con adquirir experiencia comenzando por la base, cuando le ofrecieran un puesto de trabajo tenía que ser en el vértice superior de la pirámide, y vaya si lo consiguió, aunque para lograrlo tuvo que sacrificar muchas cosas personales. Pero se empeñó en ser la primera en todas las promociones, y cuando dio por finalizada su formación las grandes empresas se la rifaron para que formara parte de su plantilla de ejecutivos. Por aquel entonces yo ya estaba consolidada en mi propia profesión y me habían ofrecido la dirección en un centro de enseñanza infantil muy revolucionario, era como una especie de centro piloto donde se quería llevar a cabo una enseñanza totalmente distinta a la convencional. Se esperaba potenciar las cualidades individuales por encima de la enseñanza obligatoria, es decir, no había un sistema de estudios reglado ni estipulado, con ello se pretendía, que desde la más tierna infancia, los niños se acostumbraran a decidir y seguir las tendencias naturales de su carácter en materia de estudios, motivando y desarrollando sus cualidades innatas sin imposiciones ni competitividad, y dando gran énfasis en el respeto mutuo, la colaboración y la aceptación. Ni que decir tiene que estaba súper emocionada con ese proyecto tan vanguardista en el que tenía puestas muchas esperanzas. El claustro de profesores estábamos ansiosos por comenzar, con la ilusión puesta en llevar a buen puerto todas nuestras ideas, maduradas y consensuadas según el ideario que nosotros mismos habíamos desarrollado. El día de la inauguración del centro, como no, Amber estuvo a mi lado apoyándome y emocionándose por las maravillas que podríamos conseguir en materia de enseñanza. Y no solo estuvo allí como mi amiga, sino que su empresa fue la principal impulsora, junto con otras más del sector, las que se implicaron en forma de donaciones económicas para dar apoyo a nuestro proyecto educativo.

La cosa comenzó a complicarse un poquito cuando comenzó a palpitarme el reloj biológico. Rodeada de tantos niños, mi instinto maternal se disparó por completo. Todos los niños que me rodeaban formaban parte de mí y ayudaban a que mi creatividad interna se desarrollara, pero además de esa reconfortante tarea, necesitaba crear con mi propio cuerpo una nueva vida para sentir que mi feminidad estaba dando sus frutos. Pero en aquellos momentos no había ninguna pareja estable a mi lado, alguien con quien poder compartir aquel proyecto. Y ese fue mi mayor error, confundir la maternidad con un proyecto. Pero hubo más errores. El no tener pareja no iba a detenerme, no iba a ser ni la primera ni la última mujer que tuviera un hijo en solitario, existían más formas para concebir que las convencionales. Y me fui de cabeza a ellas. Planifiqué hasta el último detalle, cuándo y en qué momento debía ocurrir la fecundación para que mis otros proyectos no se vieran afectados. Era una carrera contra reloj, y no solo contra el biológico. Me volqué tanto en su consecución que me olvidé de lo primordial, el amor del acto en sí, el de dar vida a través de mi propio cuerpo, sin prisas, sin horarios, sin premuras, permitiendo que mi organismo asumiera el mando, y no la mente acelerada que planificaba y ejecutaba. Me olvidé, por así decirlo, del propio ideario que como profesora había adoptado, el de permitir el desarrollo de las cualidades innatas de cada uno. No dejaba que mi cuerpo desplegara su propia creatividad femenina, la maternidad. Es verdad que no solo me veía abrumada por los plazos que no se cumplían, la parte monetaria era un grave problema, no tan solo estaban en juego mis ilusiones, sino también mi economía. Creo que si todo aquello hubiera ocupado el lugar que le correspondía y me hubiera sentido más libre, sin plazos estipulados estresantes ni ilusiones rotas, mi cuerpo habría reaccionado de otra manera, abriéndose como una flor madura a punto de ser polinizada. Tubo que ser la gran sabiduría de un niño de tres años la que me abriera los ojos e hiciera que algo dentro de mí se detuviera y relajara. Cuando animé a mi travieso alumno a que plasmara en su hoja aquello que deseaba hacer, con mucha seriedad se me quedó mirando, y tras unos segundos de reflexión me dejó caer la lección como el que no quiere la cosa: “Hasta que no esté tranquilo no quiero hacerlo, porque si no, no me gusta lo que veo”. ¿Podría ser mi propia urgencia la que hacía que no me gustaran los resultados que estaba obteniendo? Aquello me dio que pensar más de lo que creéis, pero pasado un rato de reflexión mi cabeza siguió por sus propios derroteros y aparcó los latidos del corazón que en aquel momento se habían desbocado como dando su confirmación. Tuvo que ser de nuevo el mismo niño el que acudiera en mi rescate (como que no creo que nada suceda porque sí, estoy segura de que hubo una gran razón de peso que hizo que estuviera conmigo aquel trimestre y no con otra de las cuidadoras, estábamos destinados a interactuar juntos, ya que yo le ayudé a dejar definitivamente de mojar la cama por las noches, y él a mí para que encontrara el camino correcto).

Aquella semana trabajábamos sobre los colores, las formas y los alimentos, y mi pequeño maestro trajo una granada, redonda, roja y suculenta. Pero no se conformó solo con eso, no señor, trajo la rama entera del árbol en la que estaba colgando. Entre risas, su madre me explicó que había sido imposible que comprendiera que no hacía falta traerse medio árbol, pero él quería darme también la bonita flor que lo acompañaba. La casa de campo de sus abuelos estaba repleta de aquellos árboles y él mismo había sido el que había querido recogerlo para traerlo a la clase. Después de darle las gracias y enseñarlo a los demás niños y permitir que todos  palparan, olieran y probaran, lo dejé sobre mi mesa junto al resto de las variopintas frutas que habían traído el resto de los niños. Cuando el último de ellos abandonó la escuela para regresar con sus familias, yo me quedé recogiendo los trabajos que habían hecho y valorando lo positivo de la experiencia que había sido muy enriquecedora para ellos. Lo que supe después es que la experiencia fue aún más enriquecedora para mí.

La mirada se me quedó atrapada en aquella rama florida. Verdaderamente sus hojas eran muy bonitas, lustrosas y brillantes. Su fruto, aunque no era la primera vez que lo veía, captó de singular manera mi atención, sus semillas dulces y pegajosas, semejaban óvulos contenidos dentro de un ovario, y pensé para mis adentros, si los míos estarían tan bien provistos y así poder tener muchas más posibilidades de engendrar. Meneé la cabeza con incredulidad, estaba tan obsesionada que veía similitudes con mi problema mirara donde mirara, (de nuevo otro fallo, ver toda la situación como un problema y no como una posibilidad)  Pero lo que mantuvo mi mirada hipnotizada fue la preciosa flor bermellón con textura de papel. No podía apartar mi mirada de ella, y por un instante creí ver movimiento en su interior, lo que hizo que la sostuviera entre las manos observándola más de cerca. Al momento mis manos sintieron una suave sacudida, que fue extendiéndose a lo largo de los brazos, para desplazarse después por todo mi cuerpo. Pero mi mente fue la que más sacudida recibió. Por ella pasaron imágenes de relojes con manecillas girando a toda velocidad, trenes que desaparecían raudos por vías que se perdían de mi vista y cuentas bancarias que iban perdiendo ceros. Hasta que una imagen se quedó suspendida en el centro, era una flor bermellón en forma de corazón que se interponía ante aquella vorágine de movimiento, ralentizándolo todo hasta detenerlo. Fue cuando comprendí lo que mi corazón intentaba comunicarme, me había obsesionando tanto con el paso del tiempo que había bloqueado todo el proceso hasta frenarlo. No había sabido darle la importancia que se merecía tomándome el tiempo necesario para disfrutar la experiencia más bonita y enriquecedora de mi vida: albergar en mi interior un nuevo ser. Ya sabía por todas las pruebas que me habían realizado que físicamente no había ningún problema, era mi propia energía la que estaba bloqueando todo el proceso. La preocupación con que lo estaba viviendo era mi mayor enemigo. Mis ovarios eran el reflejo de mi estrés y mis óvulos se habían visto involucrados en él, se negaban a salir y verse arrastrados a un planning, formando parte de una elaborada ecuación. Si no conseguía relajarme mi creatividad femenina podría verse abocada a crear un simulacro de embarazo en forma de quiste ovárico o de matriz, dando cobijo a una energía equivocada en mi interior. De nuevo en la pantalla de mi mente se formó la frase que había escuchado días atrás: “Hasta que no esté tranquilo no quiero hacerlo, porque entonces no me gusta lo que veo”, y ciertamente no me gustaban nada los resultados que estaba obteniendo. ¿Realmente era consciente del maravilloso milagro que podría suceder en mi interior? No, estaba claro que no. Todo se había reducido a graficas, fechas y berrinches. Ahora estaba preparada para vivirlo desde otra perspectiva muy diferente, desde la visión del corazón, y no desde la visión de la razón. Si mi cuerpo estaba preparado para dejar fluir toda su creatividad femenina, sería la mujer más feliz del mundo, en caso contrario también los sería. Mi creatividad estaba asegurada de todas maneras, si no creaba físicamente lo haría emocional y profesionalmente. Y mi instinto maternal se abocaría en todos aquellos niños, que en el fondo, eran un trocito de mi misma.

Aunque no os lo podáis creer dos meses después de aquella tarde en la que mi sabio alumno me había obsequiado con algo tan lindo, mi cuerpo, por fin libre de estrés y agobios, se abrió como una fruta madura preparado para cobijar en su interior la magia de la concepción.

Como os podéis imaginar, tras esta experiencia tan enriquecedora, me considero preparada para ofrecerle la mano a Amber y ayudarla a atravesar los entresijos de su mente hasta llegar a los suaves caminos de su corazón. Aunque el dilema en que se debate no es el mismo por el que yo pasé, tiene mucho, tal vez todo que ver, con la propia creatividad femenina. Mi amiga cree, como en algún tiempo yo misma creí, que la creatividad está compartimentada, y que por lo tanto la profesional  no tiene nada que ver con la personal. Ambas son irreconciliables, no pueden recorrer caminos paralelos. Que no se puede ser una buena profesional sin ser una mala madre, o para el caso, una buena madre sin ser una mala profesional. Durante años se ha esforzado en demostrarse a si misma, y al mundo entero, que se merece por derecho propio el lugar que ocupa profesionalmente. Para ello ha tenido que rechazar todas sus cualidades femeninas, la sensibilidad, la intuición, la ternura, para adoptar los roles masculino de la agresividad, competitividad y poder. Desconoce que el mayor poder es el que proviene de la fuerza interior, que se puede ser tan creativa laboralmente como ejerciendo la maternidad, y que ambas, con buen entendimiento, pueden ser compatibles si así se desea. Cada momento de la vida tiene sus prioridades, y el corazón y la mente en equilibrio son la mejor brújula para dirigirlas. Una decisión tomada desde ese centro de poder equilibrado garantiza la inexistencia de conflictos internos posteriores. Sé que con palabras, las mías, es muy difícil que comprenda nada. Está tan ofuscada en la bifurcación de caminos que innegablemente no puede darse cuenta que existe un camino central. Por eso hoy mismo voy a acompañarla a un lugar muy especial. He pedido permiso a la familia de mi sabio y pequeño alumno, y de su mano vamos a recorrer el campo de árboles del cual recogió con todo cuidado la rama que tan amorosamente me entregó aquel día. Intuyo, con esa intuición femenina que se nos despierta a las embarazadas, no en balde somos dos seres uniendo sus más exquisitas energías, que Amber va a sufrir una mágica transformación, muy parecida a la que experimenté yo misma hace apenas unos meses. Tal vez mayor, porque en su interior convergen muchas más cosas, pero por eso la vibración necesaria para esa transformación es aquí mucho más intensa, estamos rodeadas de infinidad de árboles de flores bermellón y frutos semejantes al centro mismo de la creatividad femenina. Tal vez a mi hijo, porque estoy segura de que es un niño lo que albergo en mi interior, se beneficie de la energía que nos envuelve con ternura. Podrá venir al mundo con su parte femenina desarrollada, tendrá conocimiento de su ánima desde antes de nacer, de esa manera su parte masculina y femenina estará en perfecto equilibrio, y su vida adulta se verá enriquecida con ese conocimiento.

Por la expresión de concentración que tiene Amber y que tan bien conozco, sé que en su interior están sucediendo muchas cosas, y que aunque al principio su mente esté al mando, el corazón encontrará su lugar al lado de ella. Juntos y complementados ayudarán a la confundida mujer ejecutiva a encontrar su camino. A que se de el permiso necesario a si misma para no ser tan exigente y crítica con sus decisiones, a darse cuenta de que no necesita ser una súper mujer y contentar a todo el mundo, porque todo tiene su lugar y su momento, y que tal vez sea ella misma la que está poniendo freno a sus ilusiones y deseos. Sea cual sea el camino que escoja recorrer estoy segura de que lo habrá elegido desde el centro mismo de su poder, aquel que está en equilibrio y en paz. Si al final, como creo, ha escogido el central, estoy segura de que será tan excelente madre como lo es en su profesión, porque conozco cuanto amor y dedicación pone en todo aquello que emprende, aunque ella se las de de ejecutiva agresiva. Tiene una sensibilidad innata en su interior, lo sé desde que me ofreció desinteresadamente su chupete en forma de luna sonriente en la guardería. Es una madraza que gesta creaciones y mima con cariño los resultados, por eso no tengo ninguna duda de que sabrá tomar la decisión acertada. Tal vez dentro de unos meses nuestros retoños nos tomaran el relevo, y espero, que si ese momento se materializa, ambos sean capaces de prestarse el chupete, darse la mano y jugar en armonía con cubos de colores y cajones de arena.

Mientras ese momento no llega me contento con acariciar mi vientre hinchado y esperar a que mi amiga salga de su trance, después apoyaré su decisión, sea cual sea, dándole la mano en el camino, al igual que ella me la ha dado tantas veces.Tal vez algún día necesitemos acudir de nuevo a este maravilloso campo de árboles en busca de la energía necesaria para afrontar una nueva etapa en nuestras vidas, ayudándonos a comprender, que aunque físicamente ya no podamos desarrollar nuestra creatividad maternal, aún seremos capaces de desarrollar nuestra creatividad interior, porque ésta es infinita y nos acompañará hasta el último aliento. Pero para todo eso falta mucho tiempo aún. Ahora toca vivir en plenitud los momentos que nos ofrece el día a día, que son irrepetibles y maravillosos. Mi hijo acaba de confirmármelo con una suave patadita. Mientras espero a que Amber interiorice toda la sabiduría de la energía que nos rodea, yo voy a dar gracias por el fruto jugoso y dulce que mi sabio y pequeño amigo acaba de ofrecerme.    

Pomegranate (Esencia de California)