martes, 30 de abril de 2013

Reflexiones de una madre-abuela


Esta mañana poniendo orden en mis carpetas de "cosas interesantes" me he tropezado con un precioso escrito que ha despertado en mi la ternura. Tal vez porque desde que soy abuela de un precioso querubín, mis sentimientos están a flor de piel. Parece mentira como los nietos hacen florecer sentimientos tan arrolladores.
En ocasiones me apena que, cuando viví mi experiencia de madre y mis hijas eran pequeñas, no sabía ni la mitad de lo que hoy sé, ni había llegado hasta mí tanta información como la que hoy poseo, que a buen seguro me ha hecho mucho más sabia y mejor persona de lo que era en el pasado. Con eso no quiero decir que no quisiera a mis hijas con locura, pero las múltiples ocupaciones diarias, el estrés, las preocupaciones y, sobretodo, las falsas creencias que la sociedad me había inculcado, y que yo todavía no había pasado por el tamiz de mis propias convicciones, me llevaron, a que tal vez, no supe disfrutar y apreciar tanto lo que era convivir con la inocencia de la infancia y saborear plenamente esos preciosos años. No es que me culpabilice de las cosas que no hice y que pude haber hecho, porque ahora sé que lo hice lo mejor que pude y supe dada la información que la vida hasta entonces me había aportado (algo, que por cierto, me ha costado un poquito poder asimilar para liberar esa culpabilidad) pero sí que es verdad que si retrocediera en el tiempo, sabiendo lo que sé ahora, muchas cosas las haría de diferente manera.
Por eso creo que los abuelos disfrutamos mucho más de nuestros nietos de lo que tal vez pudimos hacerlo con nuestros hijos. Sabemos que el tiempo no retrocede, que el momento es AHORA, porque cada instante perdido pertenece a un pasado que ya nunca volverá. Nos tomamos el presente como lo que es, un precioso regalo que hay que disfrutar y saborear.
Sé que las experiencias se han de vivir en carne propia para que puedan ser asimiladas e integradas, y que las ajenas solo sirven para mostrarnos diferentes rutas por las que podemos transitar, si así lo deseamos, pero no obstante, me gustaría poder ceder mi testimonio a todas esas personas que comienzan en la maravillosa y gran aventura de la paternidad y de la maternidad. Ser padres puede ser en ocasiones terrorífico al pensar que tenemos en nuestras manos, como dijo muy sabiamente mi yerno: "Un disco duro en blanco preparado para ser llenado". Pero tras la gran responsabilidad de ser los moldeadores primigénios de ese "disco duro en blanco" se esconde la aventura más maravillosa que vamos a poder vivir jamás. Ser testigos del crecimiento de nuestros hijos, aquellos seres diminutos a los que les dimos la vida y vimos nacer, y que, momento a momento, día a día, nos van a ir mostrando el milagro de VIVIR, permitiéndonos ser los espectadores honoríficos de esta irrepetible obra de teatro.
Jugar, reír, dibujar, pintar, pasear, hablar, escuchar, ser partícipes de sus descubrimientos, ensuciaros de tierra y de barro, tiraros por el suelo e inventar divertidas aventuras, esconderse y volver a aparecer, experimentar nuevos sabores, colores  y olores, explicar cuentos, cocinar y hacer pasteles, fregar platos y jugar con el agua, ver películas, nadar, correr, buscar peces de colores, enseñarles a respetar a los demás y a amar a los animales... no dejar para mañana lo que podáis hacer ahora mismo con ellos, y sobre todo amor, mucho amor, respeto y motivación para que aprendan y superen los obstáculos que a los largo de la vida les van a aparecer, pero con la confianza que les da el saber que siempre vais a estar ahí para ellos. Estos son los consejos que pongo sobre el tapete de la convivencia con los niños, vuestros hijos, nuestros nietos. Que nada sea nunca más importante que ellos. Hay cosas que pueden esperar, acompañarlos en su crecimiento emocional nunca se puede relegar hasta que llegue el momento oportuno, porque ese momento, tal vez, no se presente nunca.
Hace algún tiempo tuve la suerte de tener en mis manos un libro precioso "Sopa de pollo para el alma" de Jack Canfield, lleno de historias preciosas, unas emotivas, otras divertidas, y las más llenas de ternura. Muchas de ellas las pase a mi ordenador y tras fotocopiarlas las regalaba cuando creía que podían ser de utilidad para alguien. Me gustaría poder compartir con todos vosotros, padres y abuelos de hoy, padres y abuelos del futuro, este escrito tan significativo de Naomi Rhode, que con unas bellas palabras pone la guinda al pastel de todo esto que os quería trasmitir.

Los niños crecen en casa

Mientras escribo tengo el pan en el horno y los niños corretean por toda la casa. Ni el uno ni los otros están del todo a punto, pero en ambos casos los ingredientes se han escogido, pesado y mezclado con cuidado y esmero. Ya lo promete el mejor libro de recetas que se ha escrito: "Instruye al niño en su camino, que aún de viejo no se apartará de él". Como puede confiarse en el autor de este libro de cocina, he seguido al pie de la letra sus instrucciones.
  1. Depositar en una casa padres que se quieran, seguidos de unos cuantos niños (el número puede variar)
  2. Añádase, revolviendo sin parar, Fe (es la mejor levadura). Échese toda la Sabiduría que haga falta (tomada de la palabra de Dios previo estudio, y aderezada con mucho sentido común), Verdad (muy importante para que el resultado sea consistente), Paciencia (se requiere mucha a lo largo de todo el proceso), Buen Humor (en gran cantidad), Ternura (suavizar antes de incorporar a la mezcla), Disciplina (con justicia, y medida en un recipiente limpio), Amor (la medida mayor, bien presionado en la taza hasta que sobrepase) y Risas (con las que impregnar toda la hornada, amasando bien).
  3. Todos los ingredientes se medirán con un recipiente de oración (no utilizar sucedáneos, por favor), Para conseguir manejar con la ayuda de Dios la masa, y así preservar su calidad y logrará una inmejorable degustación, ha de mantenerse tierna y maleable, aunque sin que llegue a ser pegajosa.
  4. Se mezcla la masa hasta que esté suave y elástica (unos 18 años). Se pone en un cuenco engrasado (lo que simboliza los tropiezos que surgen en esta vida tan resbaladiza), se cubre con un paño húmedo (de los jarros de agua fría también se aprende) y se deja reposar en un ambiente cálido (la calidez del ambiente es fundamental para que la masa crezca hasta que alcance el doble del tamaño original, esto sucede entre los cuatro y ocho años después de acabar la secundaria).
  5. La masa estará lista para hacer con ella fantásticos hombres y mujeres capaces de ayudar a los demás. Se aseguran excelentes resultados.
Os deseo una feliz hornada. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario