miércoles, 5 de octubre de 2011

Saber morir, saber vivir

La muerte ¿qué es la muerte? Para la mayoría de nosotros es una autentica desconocida que nos atemoriza y nos repele. La sola mención de la palabra hace que nos giremos y nos vayamos, o que simplemente, cambiemos de conversación diciendo: "Vamos a hablar de cosas más agradables". ¿Qué representa realmente esta palabra para nosotros? Muchas cosas, y casi ninguna de ellas se ajusta a la verdad: miedo, rabia, dolor, fracaso, impotencia, pérdida, tristeza, terror, vergüenza, final... y una larga lista. Pero la realidad ciertamente es otra.
A pesar que desde pequeños nuestra sociedad nos ha inculcado que la muerte es algo que hay que tapar y apartar de uno, como si solo les sucediera a los "otros", y que nosotros no tendremos que pasar por ello, la verdad es otra muy distinta. Y en el fondo todos lo sabemos. Todos morimos, nadie escapa a ella. Si esto es fácilmente comprensible para todo el mundo ¿por qué huimos? Tal vez sea por el gran desconocimiento que tenemos de ella, a lo que, sin duda, hemos de añadir ese halo de miedo y misterio con que intentamos ocultarla.
Creemos que la muerte es un fracaso. Fracasamos porque al final nos morimos, a pesar de lo que hemos sido, hecho o sentido. Da igual si hemos sido "buenos o malos", si tenemos muchos estudios o somos analfabetos, ricos o pobres. Nada de eso importa, todos fracasamos en nuestro intento de no morir. Es algo que se escapa a nuestro control, que no podemos dominar ni predecir. Mientras que no cambiemos estas estructuras mentales en lo concerniente a la muerte, no seremos capacees de verla como realmente es: la puerta de salida del gran escenario de la vida.
Asumimos con alegría el nacimiento de un ser en este plano de existencia. Lo celebramos con ilusión y esperanza, y sin embargo, no deja de ser la puerta de entrada de ese teatro. Si tan solo comprendiéramos que para entrar en cualquier parte, primero hemos tenido que salir de otro lugar, tal vez lo entenderíamos de otra manera. Cuando nacemos a esta vida, anteriormente hemos tenido que "morir" de cierta forma de otra vida, que a bien seguro, era mucho más apacible y serena que ésta. El nacer es un morir, es un tránsito, una transformación. Debemos incorporar nuestro ser ilimitado en un cuerpecito limitado para poder experimentar. Es nuestra forma de evolución sobre la tierra.
Venimos para experimentar muchas cosas que necesitamos para nuestro crecimiento, y una vez hemos completado ese ciclo, marchamos para poder integrar en nosotros ese conocimiento, para descansar y reponernos, hasta nuestra siguiente experimentación. Por lo tanto, desde el mismo instante de nacer llevamos implícito nuestro momento de morir. Todo forma parte de lo mismo. Nacer y morir es una misma cosa, las dos partes de un proceso: VIVIR. No se puede vivir sin nacer, y no se puede nacer sin morir. Es un ciclo que se repite inexorablemente.
Desde pequeños se nos da la posibilidad de comprender el milagro de la vida. Lo estudiamos en la escuela, lo leemos en los libros, nos lo explica la familia. Vamos a ver a los recién nacidos, les llevamos regalos. Felicitamos y celebramos. Sin embargo, nadie nos prepara para el maravilloso milagro de la muerte. Tal vez creamos que la muerte es un final y ya está, que todo se acabó para siempre. ¿Qué sentido tiene nacer, vivir y morir, si eso es todo? que tristeza y dolor comporta el tener ese concepto. Cuando uno muere lo meten en una caja de madera o lo incineran y ya está. No significa nada la persona que fue, que amó, sufrió, se entregó, trabajó, creció, disfrutó, lloró, se esforzó... nada de eso representa absolutamente nada ante la muerte, la gran aniquiladora, que como una trituradora engulle el ser que fuimos, y todo se acabó.
Pero aún así somos capaces de entender que la trituradora trasforma la materia, que la materia no se destruye, tan sólo pasa a otro estado de forma ¿Por qué nosotros no? Por qué nos esfumamos sin más, desaparecemos totalmente? La Naturaleza se recicla a sí misma. Las hojas de los árboles caen, se pudre y forman abono en la tierra que volverá en forma de alimento a ese mismo árbol, y que generará de nuevo más hojas. Es un ciclo de vida y muerte. Los animales forman parte de la cadena alimenticia, van pasando de un estado a otro, de una forma a otra. Nada se pierde en el mundo animal, ni en el mundo vegetal, ¿qué pasa con nosotros, somos diferentes?.
El problema radica en que creemos que tan sólo somos un cuerpo: órganos, músculos, fluidos, huesos... y nada más. ¿Nos hemos preguntado seriamente qué motor, qué energía, qué fuente mueve todo eso? Cuando asumimos que no somos tan sólo un cuerpo, sino que somos "algo más", nuestro concepto de la muerte comienza a cambiar. La palabra muerte adquiere un nuevo significado: trasformación, tránsito, transmutación, evolución, experimentación, vuelta a casa, celebración, regreso, despedida, reencuentro... si somos capaces de desmitificar la muerte, somos capaces de vivir nuestra vida plenamente. Sin miedo, con amor y respeto, hacia nosotros y hacia todo lo que nos rodea.
Nuestra vida es algo maravilloso, es nuestra posibilidad de experimentar aquello que deseamos, De amar y de odiar, de reír y llorar. De un sinfín de emociones y sentimientos. Todo está dispuesto para nuestro aprendizaje. Entendiéndolo somos capaces de amar nuestro cuerpo y respetarlo, porque es el vehículo que nos conduce a lo largo de la vida, y entendemos, que al igual que debemos nacer para esta experimentación, llegado el momento, es maravilloso tener un medio que nos facilite la salida de ella, y poder integrar todo lo aprendido. Ese medio es la muerte.
Pero, también es cierto, que una vez adquirido este conocimiento, que ya hemos respirado aliviados, que hemos comprendido que el morir es tan sólo una trasformación que facilita el aprendizaje, nos asalta un nuevo temor: ¿Morir duele? Y tendremos que responder con otra pregunta ¿Nacer duele?.
De la misma forma que cuando nacemos hemos de atravesar en canal del parto ayudados por unas contracciones, al morir tenemos que atravesar el canal de nuestro propio cuerpo para poder nacer a la Luz. Hasta aquí la cosa queda clara, pero ¿por qué es doloroso el proceso de la muerte? Es cierto que hay quien muere apaciblemente en una cama, o de repente de un paro cardíaco, y hay quien sufre una larga agonía debido a una enfermedad. Recordemos que todo forma parte de la experimentación. Hemos muerto de mil y una formas a lo largo de nuestras vidas. A veces en paz, y a veces dolorosamente. Inconsciente o conscientemente. Lo maravilloso sería vivir conscientemente ese proceso, para poder adquirir la sabiduría que comporta, pero es cierto que cuando una enfermedad nos consume y nos golpea duramente, sufrimos dolor físico y emocional, y eso nos priva de poder vivir plenamente el tránsito.
El proceso de muerte no tiene por qué doler si somos capaces de entender que el dolor no es necesario, que se puede experimentar sin dolor. Primero hay que tener esto muy claro. El dolor, muchas veces, más que físicamente real, y que es real desde luego, porque existe, la mayoría de las veces viene provocado, y acentuado, porque nos lo han hecho creer así. El dolor "justifica y purifica". Desde pequeños hemos oído: "parirás con dolor", "te ganarás el pan con el sudor de tu frente". Creemos que para todo hay que sufrir, y la muerte con más razón. Nos sentimos culpables de "eso o aquello" y nos ponemos, inconscientemente, una salida para eso: el dolor.
El dolor, aunque sea real físicamente, tiene su anclaje en el miedo, la represión y la culpa. Si una enfermedad provoca dolor físico, hay mil y una maneras de eliminarlo. No, no se ha de sufrir. No hay razón para ello. No hay nada que lo justifique. Hoy en día hay una rama de la medicina que lo reconoce y lo trabaja, es la llamada "medicina del dolor". Hay fármacos químicos y naturales que lo atenúan o eliminan totalmente. ¿Qué necesidad hay de sufrir? Si se está en proceso de muerte ¿hay algo que pueda crear adicción? y si es así ¿qué más da? Si somos capaces de reconocer esto, no tenemos porque sufrir, y si no hay sufrimiento, nuestra capacidad podrá centrarse en la vivencia consciente de esta experiencia maravillosa que es la muerte.
Si eliminamos el dolor y el sufrimiento, después de entender qué es la muerte, lo que nos queda es la vivencia del proceso. Pero, para poder vivir la experiencia como debería ser tenemos que asumir todos, tanto el que se va como los que se quedan, así como los especialistas sanitarios, que el morir, al igual que el nacer, requiere dignidad y respeto. Morir en paz y con dignidad ha de ser la máxima para todos. Saber respetar cómo y de qué manera deseamos morir. Hemos decidido muchas cosas a lo largo de nuestra vida, se nos ha inculcado que era responsabilidad nuestra la forma en que habíamos de vivirla. Pero ¿por qué no aplicar esto también en la forma en cómo deseamos vivir nuestra muerte? ¿Con qué derecho hemos de decidir cómo y de qué manera han de morir los otros?                
Ocultamos, mentimos y tapamos información a la persona que está en proceso de muerte. Creemos que mintiendo salvaguardamos y protegemos a la persona. Pero, en realidad, a quien protegemos es a nosotros mismos. La persona morirá lo queramos o no, digamos la verdad o mintamos. ¿Qué es lo que le estamos ofreciendo en realidad, sino el pasar por esos momentos completamente sola sin poder compartir con nadie sus dudas, sus miedos, sus experiencias? Creemos que la persona que se está muriendo no es consciente de lo que le pasa, y lo creemos porque lo queremos creer. Pero no es cierto. Todos sabemos lo que ocurre en nuestro cuerpo. Podemos engañarnos a nosotros mismos durante un tiempo, pero a la larga o a la corta, lo sabemos con certeza. Y cuando llegamos a ese punto y nuestra familia, amigos y médicos nos intentan engañar, qué nos queda sino que seguir fingiendo que no sabemos nada, simplemente para protegerles a ellos. Condenamos al enfermo a vivir solo su experiencia, que de esta manera será mucho más dolorosa. Le hacemos pasar totalmente solo estos momentos que para él serán durísimos. No puede solucionar cosas pendientes con sus familiares, no puede despedirse, no puede hacer aquello que deseaba hacer... y al fin morirá tanto si lo sabe como si no. Esto es quitar el derecho a morir en paz.
También puede ocurrir que la muerte haya tenido un preámbulo de coma o estado degenerativo, y que esto obligue a estar ligado a una máquina para poder arañar unos cuanto días u horas a la vida, pero ¿eso es en realidad vivir? ¿queremos acabar realmente así nuestros días? Este planteamiento debemos hacerlo al principio de nuestra enfermedad, o tal vez antes, cuando estamos completamente sanos. Es una toma de postura que tendrá que ser comunicada a nuestros familiares, amigos y médicos. Tanto si se desea que se agoten mecánicamente todas las posibilidades, aunque eso represente estar ligado a una máquina, como si  no se quiere ese tipo de final. Explícales cuales son tus deseos y por qué, para que lo puedan entender, recuerda que los sentimientos y emociones pueden bloquear el razonamiento en situaciones de máxima tensión. Déjalo también por escrito e informa de donde lo tienes. Guárdalo en un lugar accesible, para que llegado el momento necesario, no haya ningún problema ni duda. Si es preciso búscate una persona de confianza que salvaguarde tu decisión, tal vez llegado el caso no estés en condiciones de poder hacerlo, y entonces será demasiado tarde y los demás tomarán la decisión por ti. Es un derecho nuestro decidir cómo queremos morir, y no que decidan los demás por nosotros. Es nuestro derecho escoger cómo queremos acabar nuestros días, al fin y al cabo, es tan solo a nosotros a quien afecta esta decisión.
En ocasiones también ocurre que nuestra enfermedad desemboca en un estado en el que no podemos controlar nuestras funciones corporales, y somos expuestos a la mirada compasiva del mundo, sobre todo cuando la enfermedad se lleva a cabo en el ámbito hospitalario. En la mayoría de casos perdemos totalmente la identidad y la dignidad. Somos un número de habitación, un diagnóstico, y poco más. El contacto humano se pierde en aras del trabajo laboral y la "eficacia". No se respeta en absoluto los deseos o intimidad del enfermo. Todo esto culmina al llegar el momento final de la muerte, donde tampoco se respeta el momento íntimo de la despedida de la familia. Ha llegado la hora de que todo esto cambie. Se impone una transformación real de mentalidad.
Es derecho de cada uno recibir información sobre su enfermedad, evolución y tratamiento a seguir. Es derecho de cada uno el ser respetado en su propia intimidad hasta el final, sea cual sea su estado. Es derecho de cada uno que se respete el momento sagrado del tránsito. Ya es hora de hacer prevalecer estos derechos, que son nuestros. Desde ahora mismo hemos de ser capaces de transformar la mentalidad de negación y anulación que se ha creado en torno a la muerte.
Una vez que hemos cambiado y asumido nuestro propio concepto sobre la muerte, estamos en disposición de poder ayudar y apoyar a otros que están en un proceso terminal. Todos morimos solos, ya que la muerte se experimenta a nivel individual. Pero no necesariamente hemos de pasar por este proceso solos. Es un regalo de amor acompañar y apoyar a un ser humano que está efectuando la transición  con nuestra presencia y ternura.
Todos estamos capacitados para esta función, porque en nuestro interior está la llama del conocimiento espiritual, que aunque no reconozcamos, llevamos grabado en nuestro espíritu. Tan solo hemos de afrontar nuestros propios miedos y dudas, y desear de todo corazón servir de ayuda a aquel que se está despidiendo. Si además de nuestra buena voluntad y amor, sabemos reconocer el proceso por el que está pasando el ser que abandona este plano, nuestra ayuda se verá enriquecida con la comprensión hacia el otro y con nuestro propio aprendizaje.
Somos seres que nos movemos por sentimientos. Todo lo que experimentamos lo vivimos a nivel emocional, y el proceso de muerte es el más claro ejemplo. Su vivencia comporta una serie, más o menos reconocida, de sentimientos y emociones profundas. Son momentos de manifestación emocional puros. El ser que se va, dependiendo de su evolución y comprensión del proceso, pasará por unas etapas bien definidas como son: la negación, la rabia, el pacto, la depresión, la resignación y la aceptación. El acompañante o persona de apoyo también está unida a estas manifestaciones, y contra más las comprenda, más podrá ser de utilidad para aquel que se va. Los sentimientos son para ser vividos, y no son ni buenos ni malos. El concepto que los define así es nuestro propio concepto. Todos los sentimientos son humanos, y en cuanto los vivamos, experimentemos e integremos, podremos extraer todo su valor enriquecedor y transformador.
Las emociones por fuertes que sean han de ser vividas en profundidad, si nos quedamos tan solo en la superficie de ellas, no podremos integrarlas y superarlas. Es bueno y saludable que la persona que está pasando por su propio proceso de muerte los viva y los transforme. Para facilitarle esta comprensión, la persona de apoyo que le acompaña ha de ser capaz de vivirla y experimentarlas con él, pero con el distanciamiento suficiente para no implicarse en el proceso de la persona que se va. Ha de tener muy claro que es el proceso del otro, aquí tan solo prima la empatía y el amor que le demostramos junto a nuestro propio aprendizaje, que es un regalo maravilloso que nos ofrece el moribundo. Hemos de reconocer que es la experiencia de muerte de la persona a la que estamos acompañando. Si hemos de llorar con él, lloramos. Si hemos de enfadarnos, nos enfadamos, pero todo esto para ayudarle a sacar todo lo que le aflige en su interior y poder trascenderlo.
Es de vital importancia que en todo este proceso respetemos al máximo las creencias religiosa y culturales de la persona a la que acompañamos. Hemos de tener muy claro que estamos acompañando y en ningún momento guiando. Porque no somos nadie para imponer nuestros principios ni creencias. Podemos aconsejar y canalizar, pero no dirigir.
Hemos de asumir que el acompañamiento puede llegar a ser muy duro y traumático en algunos momentos, porque nos acercará inexorablemente a nuestro propio proceso de muerte. Si nuestro propio concepto de muerte es de miedo, surgirán sin duda nuestros miedos. Si somos capaces de reconocer todo esto, la vivencia de la cual estamos siendo privilegiados, será una vivencia enriquecedora y maravillosa. Sobretodo hemos de ser totalmente sinceros con nosotros mismos y con el otro. Es una ofrenda de amor hacia ambos. Si tenemos miedos o dudas, no pasa nada con compartirlo con el enfermo. Tal vez nos sorprenda el giro que puede dar a nivel de relación humana, entre el que se va y el que se queda.
Una vez hemos conseguido la apertura y diálogo íntimo, con toda seguridad, aparecerá uno de los mayores temores que inquietan y aterrorizan: ¿Qué pasará conmigo cuando muera? Ahora no es el momento de los grandes discursos y enseñanzas metafísicas, se requiere tan solo trasmitir paz y esperanza. Si la persona está abierta y receptiva es posible que podamos trasmitirle la profundidad del paso que está a punto de dar. Explicarle que no estará solo en el proceso, que estaremos a su lado físicamente, y que espiritualmente estará rodeado de seres de luz que le ayudarán. Que se deje ir, que una gran paz le embargará, y que siga la Luz. Dile todo aquello que tu corazón te dicte. Pide ayuda a los seres de luz que no se apartan de vosotros, ellos te iluminarán y te guiarán en estos momentos. No temas, porque lo que digas desde el fondo de tu corazón, será justo y necesario lo que él necesita.
Lo que más se precisa en el momento del tránsito es el amor y la ternura. Acaricia, habla, mira, pero siempre desde el corazón. Si la persona ya ha entrado en la inconsciencia, no importa, sigue necesitándolo igualmente, continua hablando y acariciando, será una maravillosa despedida para ambos.
Una vez el proceso de muerte física a concluido, se inicia el verdadero proceso del tránsito. Tómate tu tiempo, al igual que la familia y amigos para poder despediros de él. Bajo ningún concepto aceptéis que el servicio hospitalario no os permita despediros como es debido. Lo necesitáis vosotros y el que acaba de fallecer.
El cuerpo etérico permanecerá cerca del cuerpo físico durante los tres días siguientes hasta que el proceso de disolución etérica no haya finalizado. En la medida de lo posible evitar los dramas, la desesperación y el llanto incontrolado. No pasa nada por llorar, cuando las lágrimas representan el desapego por el que se fue, es inevitable que la tristeza nos alcance, acabamos de decir adiós a alguien muy querido al que no volveremos a ver físicamente. Pero eso no quiere decir que nos desesperemos y rasguemos las vestiduras. Nosotros nos hemos despedido con un "hasta luego", porque tan solo ha regresado a casa, y sabemos que ha sido recibido por aquellos seres amorosos que lo esperaban, como ocurrió en el momento de su nacimiento en la existencia que acaba de dejar. Alegraos por él, compartir su felicidad. Sabed que él ya no está allí, su cuerpo es tan solo el ropaje que llevaba para la actuación de esta vida. Mantener un diálogo abierto con él, decidle que estaréis bien, que lo notaréis a faltar pero que ha de seguir su evolución, que ya os volveréis a encontrar. Crear en la medida de lo posible una atmósfera de armonía y paz. Necesita todo esto para poder hacer con normalidad la disolución definitiva.
El ser que amamos ya no está, y sabemos con certeza que está bien. Que su amor, sea cual sea la forma en que lo demostró en vida, ha crecido, y ya no está sujeto a las restricciones mentales y físicas del plano terrestre. Ahora nos ve y reconoce realmente como somos. Entiende nuestros sentimientos y nuestro apegos, por esa razón su esencia permanecerá cerca de nosotros durante un tiempo, porque sabe que lo necesitamos, pero solo por un tiempo, él tiene que continuar su camino fuera de nuestro entorno. Si no lo entendemos así puede ser que lo estemos reteniendo injustamente cerca de nuestra influencia. Por eso es tan importante poder efectuar conscientemente el proceso de duelo.
Duelo, igual que muerte, nos hace revivir sentimientos contradictorios en nuestro interior. Duelo evoca dolor, llanto, pena, soledad, abandono... Al igual que hemos de desmitificar la palabra "muerte", urge que hagamos lo mismo con la palabra "duelo". Duelo significa proceso de despedida física, pero no espiritual. Significa dejar partir, pero recordar con amor. Significa descubrir cuantas cosas hemos compartido juntos. Significa que si sentimos tristeza es porque antes hemos sentido amor. Significa darse cuenta de que somos seres completos aún estando solos. Significa, en una palabra, descubrir que se puede seguir viviendo completamente feliz y a la vez seguir recordando.
Cuando un ser querido muere, aunque sea tras una larga enfermedad, la muerte nos sorprende y nos deja anonadados. Si hemos podido vivir todo el proceso con comprensión y amor, y además, lo hemos podido compartir con el que se fue, el proceso de duelo será dulce y enriquecedor porque, al igual que nos brindamos el regalo de la despedida con consciencia, seremos capaces de brindarnos el regalo de una vida nueva y completa. Vivir y trascender el duelo significa renacer a una nueva vida. Hemos pasado por momentos duros. Hemos experimentado la soledad, que nos ha acercado a nosotros mismos, a nuestro interior. Hemos experimentado la pena, que nos ha demostrado cuánto amábamos al ser que se fue. Hemos experimentado el desconcierto, que nos ha demostrado que somos autosuficientes, que podemos hacer todo lo que hacíamos conjuntamente. Hemos experimentado la negación de lo ocurrido, que nos ha demostrado la afirmación en la vida. Ahora sabemos que por doloroso que sea el proceso, somos capaces de vivirlo intensamente y resurgir llenos de esperanza y ganas de vivir.
El duelo nos ha dado la oportunidad de acercarnos a nuestro interior, a lo que realmente queremos y deseamos de la vida que estamos viviendo. De experimentar plenamente, y no a medias, como tal vez habíamos hecho antes de que todo se precipitara y desmoronara. Hemos descubierto que es maravilloso poder decir adiós, seguir recordando con amor y vivir de nuevo. Es un gran regalo que nos brindamos, no tan solo a nosotros, sino que es la mejor ofrenda de amor que podemos hacer a aquel que se fue para continuar su viaje.
Pero también ocurre que hay personas, que a pesar de la oportunidad de oro que le ofrece la vida tras una despedida, no son capaces de comprenderlo y se quedan atrapadas, ahogándose en su duelo particular. Que es un duelo de pena, dolor, impotencia, desesperación, y a veces, de culpabilidad. Creen que no hicieron lo suficiente, que pudieron haber dicho esto o lo otro, que debieron hacer las cosas de diferente manera. Este dolor los atrapa como en una tela de araña y nos les deja respirar la vida. Es tan peligroso para ellos como para el que se fue, pues con este dolor, sin que lo sepan, está emitiendo vibraciones oscuras y densas que también atrapan a la esencia del ser querido que ha de seguir la Luz y su propia evolución.
Por eso es tan importante que vivamos, integremos y trascendamos el duelo. Que desmitifiquemos de una vez por todas lo que esta sociedad a inculcado: La persona que ha pasado por una pérdida ha de llorar y sufrir toda la vida. Esto hace que queramos ser víctimas para demostrar a los demás, y a nosotros mismos, cuánto hemos querido al que se fue, sin darnos cuenta de que esto no significa cuánto la amábamos entonces o cuánto la amamos en la actualidad. Nos estamos demostrando, simplemente, cuánto notamos a faltar lo que él nos daba. Llorar indefinidamente la muerte de alguien tan solo demuestra egoísmo y falta de madurez. El amor se demuestra soltando y dejando ir. El amor no es posesión, no es dominio, no es poder. El amor es desapego, es libertad, es respeto, es tolerancia. En una palabra, es vivir y dejar vivir, en la vida y en la muerte.
Si es necesario no te avergüences de pedir ayuda parea poder salir de una situación de estancamiento y dolor. Vivamos plenamente el proceso de duelo, lleguemos al fondo del pozo, pero por amor a nosotros mismos y al que se fue. Resurjamos de él vivos, completos y trasformados. Solo así habremos comprendido e integrado "La Muerte" como realmente es: un renacimiento, un comienzo, una evolución.
Te deseo lo mejor en tu vida y en tu muerte. Con mucho amor.


        


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