Algunas personas llegan a nuestra vida y se van rápidamente; otras se quedan por algún tiempo y dejan huella en nuestro corazón, y desde entonces ya no somos los mismos
No estamos solos, nunca lo hemos estado, ni nunca lo estaremos. Vinimos solos y solos nos marcharemos, pero es ese corto, pero intenso impás, siempre estamos acompañados. Las relaciones humanas nos enriquecen más allá de las situaciones que las acompañan. Nuestros mayores maestros siempre acostumbran a ser aquellos que impactan en nuestros cimientos y hacen balancear nuestras estructuras. Puede ser, que en apariencia, sea para destruirlas, pero si miramos con sabiduría nos daremos cuenta de que siempre son para reforzarlas. Y mientras la sensación de mareo continúa después de esos continuos terremotos emocionales, siempre surge a nuestro lado algún dique de contención que nos ayuda a mantenernos erguidos y a no derrumbarnos. Benditos amigos y benditos enemigos que nos ayudan a estudiar las lecciones de nuestra vida. Sin ellos los libros de aprendizaje estarían sin letras impresas y nosotros no sabríamos ni por donde comenzar nuestro curso en la Tierra. Sigamos las huellas que dejan en nuestro corazón y seguro que alcanzaremos la meta.
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